Un dibujo de la Estatua de la Libertad practicando el más peliagudo de los funambulismo sobre el vacío entre dos rascacielos. Así hacía gala de la inestabilidad nacional la revista New Yorker un día antes de la elecciones estadounidenses, lanzando un guiño a la gesta que puso en marcha en 1974 el francés Philippe Petit. No es de extrañar, cuando las encuestas generales daban: o un empate, o una ajustadísima victoria para Kamala Harris, mientras en la capital cultural del mundo la empresa Kalshi llevaba varios días augurando un victoria de Donald Trump en laspantallas del programa LinkNYC, pespunteadas por la ciudad. Se trata de una plataforma de predicción a través de la cual los estadounidenses podían hacer “apuestas electorales”. Estos sitios permiten a los usuarios invertir en sus predicciones comprando contratos para el candidato elegido. Se podía comprar un contrato «sí» para un candidato, ya fuese Trump o Harris, y se pagaba 1 dólar por contrato si el candidato ganaba. En la jornada previa a las elecciones, en Kalshi Trump estaba un 53% al alza. El dinero ya lo arropaba. Siempre hay que seguir el dinero… Lejos de eso, poca campaña poblaba las calles de Nueva York. Alguna chapa colgada de la pechera de un arrisco anciano de acento austriaco a lomos de un carrito automático. O puestecitos con merchandising custodiados por emporrados afroamericanos ajedrecistas en Union Square, colindantes a esquizofrénicos destruidos bajo la mutiladora firma del fentanilo. Nada muy convincente.
Más arriba, dos coches, 100% potencia americana, disfrazados con toallas pro-Trump pitaban como críos pidiendo de comer en Times Square. Apoyo mecánico a 3 cachorros obesos que grababan a la gente preguntándoles por su voto, mientras sus compinches vendían tras las cámaras linternas que, en el alunizaje de su luz, imprimían la figura de Donald Trump alzando el puño como un Fidel Castro del hormigón ultra-capitalista. Algunos votantes, más discretos, exhibían con vehemente convicción pegatinas con el lema «I voted today«. Como una medalla que sólo por lo dorado ya se sabía ganadora de algo, sin obligación de identificar de qué. Lo mismo se diría de los apoderados demócratas, mujeres en su mayoría, pihippies, quienes regresaron cansadas a casa en las líneas de las principales calles de Manhattan. Sin ánimo, ni reflejos apocalípticos. Las amenazas de bomba quedaron en nada y el voto por correo aflojó las marabuntas. Era tan obvio para ellas que el sentido común las acompañaba… ¿Quién iba a votar por el insulto, la mofa racista y el machismo obsceno? Se quedaría tan solito este país si desaparecieran todos los colectivos a los que Trump se ha dirigido de maneras cuestionables. No pueden los norteamericanos tener la piel tan dura. Y el norte tan perdido.
Menos flemáticos, o serenos, subían a las líneas que transportan al Bronx o Harlem los vocales republicanos. Machos. Algunos blancos, muchos de fenotipo hispanoamericano, que desde Pensilvania a la Gran Manzana ponen por delante la promesa económica trumpista al antirracismo de Kamala Harris. Toda una afirmación masoquista, siendo como fueron objeto de una mofa generalizada en el Madison Square Garden, el 27 de octubre. Quizás la sangre de Cortés azuce el sentido del humor hasta cubres borrascosas. O para ser 100 % estadounidense valga más ser rico, que toda cultura de la integración. En cualquier caso, el 5 de noviembre no ha sido una fecha de pirotecnias y vendettas, como proponía el cómic de Alan Moore. Ha sido una fecha de sofá y televisión, mucho antes que de carteles y fuego en manos del vulgo sobre la brea urbana. La batalla fue indirecta, interna: digital. Y el terror, una posibilidad poselectoral.
X (antes Twitter), fusta en manos de Elon Musk con la que azotar desinformación burriza sobre invasiones y grandes reemplazos y mutilaciones bancarias, ha encendido la mala sangre de muchos estadounidenses durante meses. Un bufido miedoso, en forma de voto, con el que los elefantitos de Trump (símbolo del partido) le dicen al planeta que su país debe recrudecer el derecho de admisión. Poner la pasta por delante. A China. A Israel. A Rusia. Vivir el eterno atropello hasta marte y más allá. Ah, sin olvidar dejarse de pamplinas WOKE. Un altavoz digital que, irónicamente, también ha usado su némesis fuera de la carrera por la Casa Blanca; Barack Obama, quien la noche de las elecciones hizo un llamamiento twittero a la paciencia, la verificación de la información y el respeto por los currelas que se dejan las yemas peladas con saliva contando boletos. De poco, visto lo visto, le sirvió al expresidente, convertido ya en la añeja promesa de un mundo mejor. Tampoco pesaron lo suficiente las proclamas demócratas de Taylor Swift: Reina de Saba musical. Ni las de El Boss Springsteen -Rey de reyes- o las de Oprah Winfrey; pitonisa de masas televisiva. Alcanzada la madrugada, Trump ya sobrepasaba los 270 puntos y la Casa Blanca era, en consecuencia, su nuevo chamizo.
Amanece Manhattan el 6 de noviembre entre los latosos pitidos de los autos-locos. Nada inesperado se desliza por sus calles. Las sirenas de emergencias saltan cada media hora (día normal de oficina) y los transeúntes siguen cumpliendo con sus robóticos propósitos. Sí puede distinguirse, alcanzada la tarde, algún potingue humano color flan recorriendo Broadway Street. Son grupos de Grandes Blancos. Culos donde una flecha se perdería -como diría Hunter S. Thompson-, calentando sus cabezas con gorras que claman por «Make America great again». Parecen niños con baja resistencia a la frustración, a los que se les ha cumplido el capricho. Aerostáticos monstruillos caucásicos vibrantes por una victoria que le achacan a Dios. Cortejan una elevación transitoria cuando se les pregunta por su líder. «Es un mesías económico«, descargan emocionados tras la conquista electoral. Un renacido al que temen las balas. El salvador matutino ante la larga noche que encarnaba Harris, con títulos vikingos como: Mata Bebés. Por norma, a los votantes de Trump las complejidades glutinosas del discurso demócrata les dan alergia. Kamala es -era, mejor dicho, pues el fracaso es huérfano- una comunistas WOKE que no respeta la vida humana y tiene a charos feminazis al frente de un burro (símbolo del partido) desorientado y peligroso. Una bestia de la marihuana que ya ha convertido el perfume de Nueva York en un ininterrumpido concilio rastafari. Nada de alzarse con el título de primera potencia porrera mundial. Ni de ser adalides feministas. Las cosas estaban mejor antes.
Por su parte, bisoños guerreros zumbando por Murray Hill reciben de emocionada gana, con pinturas rupestres gringas en la facha y las susodichas gorras, el rapapolvo de la caída enemiga. Ha salido victorioso su equipo en la Super Bowl política y lo celebran. Se los ve operados con inyecciones de orgullo y gloria. De veras creen haber sacado la patria de un zulo roñoso. Han sido 4 años de patinazos bursátiles y un encierro que todavía no entienden. Que comparan con un hogareño archipiélago gulag. «Biden era un viejo chocho que casi acaba con los pequeños comercios. Trump está por nosotros. Por el pueblo norteamericano«, bostican con iracunda alegría. Donald se diría un plutócrata socialista -impresionante antagonismo, lo sé- visto como lo definen. Bajan por Lexington Avenue los zagales medio ebrios, medios belicoso, temerarios frente a toda crítica, ahora que están en el lado ganador de la historia. Lo de correcto, habrá que verlo.
Mientras, en esta resaca de elecciones, los seguidores de Harris parecen aletargarse en sus cuevas mohínos y vagabundos. Cloroformizados por la incomprensión. El escozor es flamígero, pero interno. Una almorrana psicológica de la que no se hacen a la idea. Cuesta entender que haya tanto bebedor de lejía en Estados Unidos. O disfrutones espectador de payasadas misóginas. ¿Cómo ha podio vencer un líder de corte mafioso que reza el libre albedrío bélico para Putin en Ucrania y para China en Taiwán? Suena irrisorio. Como la propia victoria del expresidente.
Para un europeo es imposible hacerse cargo del poder mediático de Donald Trump y sus aliados en Estados Unidos. Son demasiadas cadenas, demasiadas redes sociales, demasiado cabaret, demasiada hambre de show en cada individuo buscando el buffet que la satisfaga, y para la que el candidato republicano lleva curtiéndose toda su carrera. Conecta el poderoso con el relato ambicioso del humilde. Como Kirk Douglas en Champion, ellos serán mejores y nadie volverá a mirarlos por encima del hombro. Un reto que Trump promete cumplir con su batalla contra la inflación. “Vótame y crearé el clima idóneo para que te conviertas en quien deseas ser”, podría ser el sub-lema del capo de esta campaña republicana. Las lecciones morales para tiempos de bonanza, grifos de oro y baños de leche.
El uppercut de Trump ha licuado el hígado demócrata. Sus parroquianos sienten la cirrosis injusta y peligrosa. No parece, sin embargo, que en Nueva York, uno de sus bastiones, vayan a quemar las calles. Ni a organizar comandos magnicidas. «No somos como los hinchas de Trump”, confiesan un grupo de mujeres afroamericanas con camisetas de Kamala en el barrio de Harlem, a las puertas de la Iglesia Bethel Gospel Assembly. «Respetamos la democracia», rumian. «Pero la defenderemos si hace falta«, concluye una indignada con el ojo, seguro, puesto en varias proclamas mitineras de Trump. Algunas de las cuales insinuaron que esta sería la última votación de los estadounidenses, en un mañana sin la pelmaria responsabilidad de las urnas.
El espectro hispano de Trump, encarnado aquí por dos caballeros con una versión aligerada de las gorras -MAGA- paseando por El Barrio (East Harlem), confirma las intuiciones populares: «Después del Covid y esta terrible crisis, Trump es el único que puede volver a hacer rico a este país. Por mucho que hable de deportaciones, mientras tú no hagas nada, y te dediques a trabajar, no tienes que tener miedo. El delincuente es el único que debe temer. Los demás viviremos con una economía mejor». Dinero, dinero y dinero… Mammon, el Dios del capitalismo que identificó Allen Ginsberg hace 70 años, está más vivo que nunca. Poco importa la denominación de origen de los incondicionales. O la hostilidad manifestada por quien promete sostener el cañón de billetes.
Tecnólogos, millonarios y beligerantes caciques del mundo han descorchado botellas y desparramado caviar desde la madrugada del 5 de noviembre. “Recuerden, recuerden, el 5 de noviembre. Conspiración, pólvora y traición. No veo la demora y siempre es la hora de evocarla sin dilación”. Esta cita, que recuerda el protagonista de V de Vendetta, con relación a la Conspiración de la pólvora que intentó volar por los aires el parlamento británico en 1605, puede haberse hecho, metafóricamente, realidad en Estados Unidos. Salvo que lo que vuele por los aires no sea un parlamento, sino la democracia que lo respalda.
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.