“Vengo a estos cursos porque cuando voy a los bancos y a otros sitios ya no me atienden como antes. Todo tiene que ser a base de ordenadores y de todo eso no entiendo nada, así que tengo que aprender”, dice Dionisio García, de 88 años, mientras sostiene una tablet en la que mantiene abierta una conversación en WhatsApp. “Solo la quiero para hablar con mi hijo, que vive en Singapur. Y entonces le escribo o le llamo y él me contesta. Y no sé hacer más. Dale aquí, dale aquí y ya está”, explica este abulense que desde hace seis meses acude una vez a la semana al Taller de Móviles que imparte la Cruz Roja en el centro que tiene en San Sebastián de los Reyes (Madrid). Su mujer se encuentra ingresada “porque está enferma” y, como ahora vive solo, tiene algo más de tiempo y siempre que puede no se pierde una clase.
Al otro lado de la mesa se sienta Mari Ángeles Tordesillas, de 72 años. “Yo me apaño mal con el móvil”, confiesa. Sin embargo, desde que hace tres años empezó a asistir a diferentes talleres tras fallecer su marido -“empecé a caer, me sentía sola y necesitaba salir de casa: vine aquí y la verdad es que me han ayudado mucho ”-, ha aprendido a hacer videollamadas, a buscar noticias en Google e, incluso, a jugar a los bolos, a la brisca o los acertijos en diferentes aplicaciones que le han ayudado a descargarse en el taller. “Mi marido hacía todo el papeleo, los bancos y esas cosas y tuve que aprender. Y bueno, ahí estamos”.
“Son muy buenos alumnos, aunque cuando les explico cosas muy técnicas tengo que repetirlo varias veces para lo recuerden”, dice Pablo Martínez, su monitor. En cada taller, conecta el móvil de uno de asistentes -esta tarde son cuatro- a una pantalla de televisión y, sobre todo, va resolviendo dudas y necesidades. “Les enseño a mandar audios, a descargar fotos y a enviarlas por WhatsApp, a compartir imágenes desde la galería al correo electrónico, a mandar documentos por e-mail…”.
Para Visitación Terán, responsable en este centro de Cruz Roja del proyecto Enrédate, que es el programa en el que se engloban estos talleres, “el objetivo es que nos digan qué necesidades tienen en su día a día y nosotros se lo enseñamos para que tengan una mejor calidad de vida, que se queden con conceptos clave para que puedan ser autónomos”. Cómo descargar y utilizar una aplicación para gestionar una cita médica o una gestión administrativa también son conocimientos clave en los que ponen el acento. “La pandemia ha aislado mucho a las personas mayores, sobre todo a las que viven solas, y ha acentuado la brecha digital por su falta de conocimientos sobre las nuevas tecnologías e internet. Hay una gran necesidad de que participen en la sociedad digital y ellos están con ganas de aprender porque saben que es beneficioso para sus vidas”, subraya Teran.
Aunque Dionisio García y Mari Ángeles Tordesillas están adquiriendo nuevos conocimientos y habilidades digitales para estar conectados con sus seres queridos, pedir una cita en el centro de salud o hacer un trámite bancario o administrativo por internet, entre otras tareas cotidianas, su vulnerabilidad digital se ha acentuado durante la pandemia. Según datos del informe Evolución de la cohesión social y consecuencias de la Covid-19 en España, publicado por Cáritas y la Fundación FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada) en base a una encuesta realizada a 7.000 domicilios de toda España entre marzo y mayo de 2021, 1,8 millones de hogares viven la brecha digital de manera cotidiana, algo que afecta especialmente a los hogares conformados solo por personas de 65 años en adelante y a personas que viven solas.
“Para medir la brecha digital o el apagón tecnológico, que es el término que utilizamos en el estudio, tenemos en cuenta tres dimensiones: que en el hogar haya conexión ilimitada a internet; que haya dispositivos electrónicos para conectarse [ordenadores de sobre mesa o portátiles, tablets, etc] o, al menos, uno; y que alguien en el hogar tenga habilidades suficientes para realizar trámites administrativos online. Si falla una de estas tres, están en apagón. Para estar en conectividad plena, tienen que darse las tres”, explica Marina Sánchez, técnico del equipo de estudios de Cáritas y autora del capítulo sobre la brecha digital del documento publicado el pasado mes de enero.
Sánchez destaca que de los casi 2 millones de hogares que viven la brecha digital, “los que más lo sufren con diferencia son los formados por personas mayores”. Según el informe, de los hogares con convivientes de 65 o más años, siete de cada diez están en apagón tecnológico y casi un 80% en los hogares donde conviven mayores de 75 o más años.
A mayor exclusión social, mayor brecha digital
Juan Carlos Mastel, de 52 años, vive en el barrio de San Diego, uno de los más deprimidos de la ciudad de Madrid. Desde marzo de 2020 colabora en una de las cinco despensas vecinales que hay en su distrito, Puente de Vallecas, y que gestiona la red de apoyo mutuo vecinal Somos Tribu VK. Le despidieron antes de que estallase la pandemia y gracias a este comedor solidario del barrio pudo sobrevivir varios meses y ahora devuelve el favor colaborando desde el otro lado. Vive con su actual pareja y los cuatro hijos y tres nietos de esta en un piso de dos habitaciones. En su hogar, donde habitan nueve personas, han vivido todos del subsidio por invalidez -tiene hernia discal lumbar y sufre de artrosis en una rodilla- de 526 euros que cobra desde hace años. A su pareja y a la hija mayor de esta, de 27 años, también las echaron de sus trabajos de servicio doméstico durante la pandemia y siguen buscando oportunidades.
“Esto es un sinvivir”, confiesa un sábado en el que ha acudido a la despensa solidaria para echar una mano organizando el acopio de alimentos para los siguientes repartos. “Venir aquí me ayuda a hacer terapia”. Mastel cuenta que tuvo un infarto de miocardio en los primeros meses de la pandemia por la situación de estrés que estaba sufriendo debido a su situación económica y por los litigios legales que tiene con su expareja, con la que tiene dos hijos. Afortunadamente, desde hace dos semanas trabaja como ordenanza en un colegio público de la zona. “Encontré el trabajo gracias a una oferta que mandaron a un grupo de WhatsApp de la red vecinal. Mandé el currículum por internet y me cogieron”.
En su pequeño piso solo tienen un ordenador de sobremesa que utilizan todos y que está conectado a internet a través de la red WIFI, de la que también hacen uso para conectarse con el móvil. Cuando el ordenador está ocupado, los hijos que estudian se van a veces al Centro Cultural Paco Rabal, donde hay salas de ordenadores para navegar por internet. Mastel también lo ha hecho mientras buscaba trabajo al no estar disponible el ordenador de casa. Solo él tiene datos en el móvil; el resto, su pareja y sus cuatro hijos tienen tarjeta de prepago que “a veces recargan”.
Mastel y su familia se encuentran entre los seis millones de personas en situación de pobreza y exclusión social severa por su débil situación económica, así como por las condiciones de empleo, salud o vivienda, entre otras, en las que tienen que desenvolverse. Atendiendo al informe de Cáritas, sufren la brecha digital o apagón tecnológico, sobre todo por carecer de suficiente conexión a internet y de dispositivos en el hogar que les permitan desarrollar sus quehaceres digitales diarios sin tanta dificultad y para optar más oportunidades y no quedarse atrás. “Más de 800.000 hogares han perdido algún tipo de oportunidad laboral, formativa, de relaciones sociales, para solicitar ayudas a la administración pública, etcétera, por sufrir las consecuencias de la brecha digital. Afecta al 13% de hogares en exclusión social y casi al 20% de los hogares que están en exclusión severa”, señala la técnico de Cáritas, Marina Sánchez.
“Vivimos en el tercer barrio con mayor índice de desempleo de la ciudad de Madrid. Y el perfil de los trabajadores es mayoritariamente de rentas bajas, siendo la mayoría profesionales de sectores como la hostelería, servicio doméstico, limpieza o la construcción, que exigen presencia física”, indica Jorge Nacarino, Presidente de la Asociación Vecinal Puente de Vallecas-San Diego y vecino del barrio donde vive Juan Carlos Mastel. “Con la pandemia, la brecha digital ha aumentado todavía más entre la población que ya era vulnerable en el uso de la tecnología. Por eso, en San Diego hemos organizado el doble de talleres en habilidades digitales el año pasado con respecto a 2020 [20 talleres en grupos de 6 a 120 personas] porque hemos visto cómo ha avanzado la digitalización de muchos aspectos de la vida”, apunta.
Marina Muñoz es educadora social y trabaja en la cooperativa Abierto Hasta el Amanecer, entidad que imparte los talleres de competencias digitales y educación digital organizados por la Asociación Vecinal Puente de Vallecas-San Diego. “Antes había interés por estas formaciones, pero es que ahora el avance de la sociedad digital obliga a todo el mundo a tener unos conocimientos básicos”, indica Muñoz. Los talleres que imparte la cooperativa en San Diego van desde la formación en conocimientos básicos de navegación por internet (saber qué es un buscador, cómo encontrar o filtrar la información y contrastarla), hasta cómo buscar empleo, estar al tanto de los procedimientos online que hay que seguir para realizar la solicitud de prestación por desempleo o cómo descargar el informe de vida laboral en la web de la Seguridad Social.
Durante estos dos años de coronavirus, Muñoz ha detectado cuáles son los principales problemas a los que se enfrentan los vecinos que padecen la brecha digital. “Muchas personas que venían a los talleres antes de la pandemia se encontraban en situación de desempleo o recibían prestaciones sociales y, claro, durante los meses que se cerraron las citas presenciales tuvieron que aprender a hacerlo online y no podían o no sabían. Todo esto puede crear repercusiones económicas si no renuevan a tiempo la demanda de empleo o no saben darse de alta en el paro ya que pueden perder la prestación o cobrarla más tarde porque los procedimientos son complejos”, explica la orientadora.
Muñoz cuenta cómo la mayoría de las personas que acuden a las formaciones buscan empleo, son mujeres y tienen edades comprendidas entre 35 y 55 años, pero no saben hacerlo bien en un ordenador ya que solo conocen bien el funcionamiento del móvil. “El smartphone está muy bien para enterarte de una oferta y el conocimiento más inmediato, pero para modificar un currículum o darse de alta en portales de empleo, donde tienes que rellenar mucha información, es mejor un ordenador. Y el problema es que hay gente que, o no tiene ordenador, o no sabe dar el salto del WhatsApp al entorno web”. Para Muñoz, no cabe duda de que, a pesar de que la brecha digital ensancha el espacio social de la desigualdad, “la pandemia ha obligado a la gente a ponerse las pilas en el entorno digital”.
Sobre la firma
Juan Calleja es periodista por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Colabora con medios como EL PAIS, HuffPost, eldiario.es o National Geographic. Ha trabajado en el grupo Prensa Ibérica, PRISA Noticias, la fundación PorCausa y ha sido director y co-fundador de Babylon Magazine.