El día que entendamos la muerte, cambiará el sentido de la vida… Vale, disculpen el dramatismo trascendente, pero no se me ocurría una frase menos lapidaria para empezar a hablar de cómo, la Inteligencia Artificial, está dispuesta a sacar la resurrección de los relatos de fantasía, y la Semana Santa. Me parece un hecho de un valor tan significativo, con el potencial de voltear la tortilla de una forma tan cataclísmica, que no podía bajar, para abrir boca, de un aforismo goethiano pasado de oporto.
Se lleva especulando muchos años con que la IA podrá, a través de la huella digital de una persona -sumada a toda la información que podamos aportar-, resucitarla. La clave es un software bendecido con el don de la ubicuidad, capaz de recolectar los más ínfimos detalles salpicados en el universo digital para, acto seguido, amasarlos y darles la forma concreta de una voz y un racionamiento particulares. Y, como ya es costumbre en todas las elucubraciones relacionadas con la IA, su cumplimiento empieza a ser un hecho. Empresas como “My heritage”, que permite animar una fotografía mediante IA, o “hereafter.ai”, una aplicación basada en IA que genera respuestas a partir de algunas horas de audios, estrenan esta paranoia del resurgir.
Religiones, esoterismo, ciencia ficción, no hay relato que vaya más allá de la realidad material que no haya metido las narices en eso de revivir a alguien. Aunque por lo general, ay, no suele salir muy bien. Salvo quienes han sido tocados por la mano de alguna deidad, con el objetivo, bien de salvar a la humanidad, bien de acabar con ella, los rituales de resurrección vudús crean zombis, y quienes huyen de la negra morada pútrida lo hacen de mala gana y con el morro torcido. Como si les hubieran despertado de una siesta para vigilar un cumpleaños en el Chiquipark. Eso para los que consiguen poder volver a rascarse la rabadilla, y no se quedan en el impasse ectoplásmico; en el poltergeist con señal HD, claro.
Porque una cosa es revivir y otra invocar. La IA, vaya, diría que más que revivir, invoca, o conecta con el muerto. A colación de esto, me viene a la mente la serie Entre fantasmas -indiscutible fuente de rigor científico-, que escarbaba adictivamente en esa particular relación entre los espíritus y los vivos. Fuera cual fuese la naturaleza de esa interacción, siempre había movidas. Que si me engañaste y ahora me vengo… que si me dejé una lección vital para ti… que si me lo paso teta dándole mal a Jennifer Love Hewitt…. Independientemente del argumento, lo mejor, para todos, era el final del capítulo. Ese momento en que el fantasma ha dejado todo el pescado vendido y decide piruetear hacia la luz…
Sin denostar el cringe del guion, la premisa final de los capítulos de la serie me parece atinada. Independientemente de la relación que hubiera entre el ser telúrico y el espectral, lo mejor era que cada cual se fuera a su parte del valle y dejara al otro tranquilo. Y como dicen irónicamente algunos, con esto no estoy siendo racista, sino ordenado. El mundo es de los vivos, y los muertos, que se queden con el suyo.
Esto de la resurrección artificial, lo veo muy ligado a una de las zonas de interés primigenias para los psicólogos: la fase de “negación”. Ese primer, y quizás más duro, escalón en el que el sujeto es incapaz de asumir lo que le ha sucedido, en especial una pérdida, y hace callo en el limbo donde el pasado no te abandona, y el futuro no termina de llegar. Gramsci decía que ahí, en ese claroscuro, abrevan y engordan los monstruos. Y aunque el italiano hablaba a nivel político, esa contradicción en tierra de nadie, en lo humano, es una mácula muy dañina, y puñetera, de administrar.
Los “ghostbots” son carne de negación cronificada. Encarnan la satisfacción artificial de un deseo, no muy distinto del que padecen los adictos a los opiáceos cuando no encuentran placer en nada que no sea la alteración de su conciencia. Si nos adentramos en el territorio de las drogas, de hecho, se podría compartir un interrogante, que no es tanto sumergirse en el maniqueo debate sobre si son buenas o malas, sino sobre; ¿cuál es la salud emocional de una sociedad que se vuelca en las drogas? O, ¿hasta dónde alcanza la infelicidad de un conjunto de individuos para que alejarse de su realidad se torne tan adictivo?
No deseo entrar, por millonésima vez, en el refrito asunto de la mutilación de lo colectivo y de la red de apoyo humano que, poco a poco, va menguando con el progreso digital, la masificación urbana y la espiral del ocio. Aunque… en fin, lo acabe de hacer. Pero es verdad que perder a alguien y enfrentarse a ello a pelo, sin cobertura carnal o discursitos de vitalidad (tan indigestos en el momento, como necesarios a la postre), sin duda incita a buscar cualquier vía de alivio al sufrimiento del duelo. De siempre, vaciar vidrios ha sido uno de los caminos predilectos, pero hasta en los lodazales de la autocompasión la humanidad se actualiza.
El caso es que, frente a esa modernización en ocasiones tan individualista, la posibilidad de anteponer nuestra realidad, la que deseamos -la que compramos, mejor dicho-, a la realidad material, es uno de los territorios conquistados por la IA. Poder seguir en “contacto” con nuestros difuntos es un nuevo paso en la existencia sucedánea, anclada en las imitaciones, donde nos resignamos a promesas que jamás llegan a cumplirse al completo. Porque, así es, cualquier “ghostbot” sólo será ingeniería de la falsedad. Un producto comercializable adherido al mejor argumento de compra del mundo: el sentimiento de añoranza o desesperación.
En el primer capítulo, de la segunda temporada, de la serie Black Miror, titulado; Ahora mismo vuelvo (2013), ya se abordó esta resurrección artificial a partir de la huella digital de un personaje. Para no destripar -más de lo que ya lo he hecho- la trama, sólo diré que el capítulo aclara muy acertadamente que una versión artificial de un ser querido jamás podrá estar a su altura. Porque esa cosa no muere, se desactiva. No envejece, se deteriora. No enferma, sufre de obsolescencia programada. A pesar de ello, invocar a alguien, aunque sepamos que es falso, aunque sepamos que es una copia desalmada, se vuelve adictivo. Porque está por y para nosotros. Porque, a diferencia de la persona en quien se inspira, carece de todo libre albedrío que no decidamos darle. Así que,ni siquiera reproducimos un viejo vínculo. Compramos una versión a la carta de él.
¿No resulta un poco enfermizo vacunar las incomodidades de la ausencia y la soledad a toda costa? Encontrar un parche para la ausencia suena peor que lograr enfrentarla y asumirla. Quienes barren al desván los recuerdos cuando son incapaces de hacer frente a que no vendrán otros nuevos, se incapacitan para cicatrizar el trauma. Se atascan en la herida. Viven en una simulación. Y hundirse demasiado en la ficción, basta hablar con Madame Bovary para darse cuenta, es peligroso, cuando no mortal.
Alrededor de la muerte el hombre siempre ha creado rituales. Fórmulas, inocuas, inquietantes, esperanzadoras y bizarras, de allanar el accidentado camino del duelo. En todos ellos, el difunto se sitúa en el centro. Su ausencia reconocida, y el silencio que brinda por respuesta, no despista que el recuerdo de su persona sea el motivo del rito. Cuando ese acto pasa a centrarse en un sistema artificial, el proceso creativo alrededor del fallecido, la narración de su vida, el ejercicio de la memoria compartida, etc. se desvanecen para caer en manos del software. El vivo no supera la muerte usando como muleta una ceremonia de acercamiento al recuerdo o un relato de su paso por este barrio. Invierte en una pálida inmortalidad irreal pilotada por una empresa.
Supongo que hay momentos en los que las personas tienen que pelear por cambiar las cosas, y otros en los que conviene aceptar que han perdido, que el avión ha despegado y que sería estúpido, incluso un suicidio lento, insistir. La Inteligencia Artificial no nos devolverá a los muertos. Sólo versiones precarias, erráticas y agujereadas de quienes perdimos. Experimentar la ficción de su regreso sin duda resulta emocionante, pero es igual de poco orgánico que saludable. Como he dicho, el mundo es de los vivos y entre ellos deberíamos refocilar, que al de los que se fueron, no tenga prisa nadie, ya no llegará la hora de viajar.
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.