Hay una querencia, como poco llamativa, por la extrema derecha entre los cachorros españoles. El 5% de los jóvenes machos entre 18 y 25 años se atizan golpes en el pecho con orgullo, al más puro estilo espartano, reconociéndose verdugos del patético hombre blandengue. Y, dentro de una franja de edad algo más laxa (34 años), se encuentran el 16,11% de los votantes de VOX. Este margen diestro reniega del feminismo, micciona, metafórica, ¿quién sabe si literalmente?, sobre la inmigración y chapotea, cual cochinillo inquieto, en los barros culturales que dominaban el día a día de las catolicazas aulas de sus abuelos. ¿Por qué?, se preguntan muchos. ¿Por qué, si yo he educado a mi vástago en el repudio de la caspa, el respeto por el relativismo cultural y el progresismo como dogma, me sale el crío torcido, como una escuadra, a la derecha?
En todas las casas cuecen habas, y en la mía calderadas, como suele decir mi madre. No hay un patrón de corte unificado para estos zagales que prefieren ser tildados de machirulos, a planchabragas, y a los que el reaccionarismo les parece autodefensa. Sí disfruta, en cambio, de una presunción de universalidad el temperamento anclado a su edad. Ese pueril e ininterrumpido intento por encontrar una identidad en este sobrecargado mundo, traducido en un enfrentamiento, casi endógeno, tan natural como las erecciones inesperadas, con el poder.
Y el poder, como Papá Noel, son los padres. O la escuela. O cualquier eslogan que te apedreen cansinamente sin cuartel, y frente al que no queda otro remedio que rebelarse si quieres sentir que tienes el control. Porque lejos de ser necesarias o loables, no podemos negar que la educación, desde el colegio a la universidad, está fuertemente significada por campañas que atienden al feminismo o las minorías, en las que los lampiños varones heterosexuales creen no sentirse representados, ni valorados.
Emerge así el combate más viejo de la humanidad; el antagonismo como reafirmación. La oposición como muleta para salir del atolladero del despropósito. Y ya sabemos que cualquier lucha de fuerzas abre ventanas de oportunidad para sacar tajada. En este caso, creadores de contenido nacidos en el albor de una nueva forma de consumo de información. Una que se desentiende de los canales habituales, y permite a cualquiera refocilarse en su particular batalla, abierta a la participación de quien desee creérsela.
La mente de un tardo-adolescente es lo más cercano al primate de nuestra especie. Con el paso del tiempo, incluso en el cerebro adulto siguen agazapados monstruitos fugaces que hacen su inesperada aparición, reviviendo esa parquedad mental. ¿Cuántos -quien escribe el primero-, no habremos sucumbido en veladas kosacas a la tentación de titánicas imbecilidades bajo la inflamable afirmación: “¡no tienes cojones!”? Esa impulsividad, esa ardiente búsqueda de autoafirmación y gloria, es la misma que empuja a los jóvenes a echar un pulso contra lo establecido.
Esa tensión se ve, muchas veces, huérfana de argumentos. Y el vacío, para los avispados, se rellena lucrativamente con discursos afines a la incomodidad. Prédicas que son más consigna, que conversación, dispuestas a satisfacer los oídos de quien siente alergia a cuanto lo rodea. En este caso, hablo de los llamados ‘fachatubers’. Pibes como Wall Street Wolverine, Vito Quiles o Isaac Parejo; de quien el personal dice sorprenderse por su orientación sexual… cómo si un gay no pudiera ser hoy de extrema derecha. Cosa, dicho sea, que merece la pena revisar como prueba de las mejoras de la sociedad.
Los discursos falleros de estos ‘comunicadores’ saltan perfectamente atinados hacia la rebeldía congénita de la juventud. Saben tocar las teclas del deseo y las frustraciones de quienes no se ven representados por el establishment cultural, actualmente enfocado en lo que consideran la ‘dictadura progre’, y que, para mí, tienen que ver con una mezcla de dos elementos…
Un discurso por parte de una izquierda que quiere monopolizar ideas que debieran tener un calado interideológico (como el feminismo o el movimiento LGTBI), avivando una interferencia moral frente a toda crítica que se le realice. Y, en segundo lugar, un desinterés manifiesto del oyente joven por cuanto exija autocrítica o pluralidad, justificado en una pérdida de confianza en los medios de información tradicionales, aunque mucho más cimentado en una creciente incapacidad de reflexión.
Este último punto está directamente ligado con las advertencias del escritor Johann Hari sobre nuestra degradación, creciente y peligrosa, de la capacidad de atención. Tenemos los caños abiertos bajo un goteo incesante de cocaína conductual, educado por los algoritmos de las redes que acumulan toneladas de información sobre nosotros para mantenernos en un eterno scroll. Siendo como somos un producto para comerciar con los clientes de las redes (los anunciantes), a quienes les sale muy a cuenta que nos despeguemos lo mínimo de las plataformas, estas nos avasallan con material que saben que nos va a satisfacer y enganchar. Y de ahí la retroalimentación continua. Y de ahí la evaporación de una concentración, levemente sostenida al menos, sin la que dudar de lo que se nos vende se torna, si no imposible, muy complicado.
Echemos todos estos ingredientes en la Thermomix… ¡Brrrummmmm! Unos minutos después, tenemos una plastilina grumosa galvanizando las cuchillas, compuesta de una determinación primaveral por llevar la contraria, un clima hirviente de sectarismo ideológico, una predisposición cada vez mayor a la digestión de ideas sencillas, tajantes; tan fáciles de asumir como de comunicar, y la sumisión a un modelo de redes que busca enfatizar en cualquier idea que le ronde a uno (cuanto más morbosa mejor), para así sostener esclavamente su atención. Vamos a ver, con semejante receta, ¿cómo no van a tener estos ‘fachatubers’ una cuadra cada vez más poblada de amantes? Las juventudes de la fachosfera (me cuesta resistirme a usar el término, mil perdones)no dejan de engordar, y está claro que estos creadores de contenido no están dispuestos a despistar ninguna polémica que las ponga de su lado.
Al desenlace de esta clase de columnas, el grueso de juntaletras acostumbran a quedarse coleando en la piscifactoría de la impotencia, o insisten en dar todavía más la matraca; en hacer del discurso algo incluso más violento, con la esperanza de que eso invoque un volantazo en el pensamiento de los cachorros españoles. Yo reniego de ambas.
Ver como la cáscara amarga a estos pimpollos es la fórmula perfecta para avivar su radicalización. Criminalizarlos, tildarlos de “niños fachas” con una despreocupada frivolidad, que se revela efervescentemente moralista cuando la crítica cae en sentido contrario,siembra vientos de los que se cosechan tempestades Cara al Sol. Quizás, y sólo quizás -llámenme loco-, ser tan kamikaze con ciertos preceptos ideológicos, que si se cuestionan activan un contragolpe facilón como la palabra “facha”, no sea el mejor guion para motivar a un púber a la autocrítica. Como tampoco lo es la denigración bisílaba: “ma-lo”, “ca-ca”, de estos youtubers, sino una crítica bien destilada, alejada de alarmismos que estiran más la pomada.
Templar gaitas, como ley vital, puede ser una fórmula muy eficaz en muchos sentidos. No dar la murga, ni ser coñazo, como diría Michi Panero, también. Pero ninguna de las dos sirve de mucho, si nadie puede prestar un pijo de atención a nada… Lo que, al final, tal vez sea el punto más indispensable de esto que cuento. Para todos, amantes de los “fachatubers” o los “comunitubers”, e incluso los que evitan Youtube, por igual.
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.