Estamos constantemente rodeados de imposibles. Hace diez años, ¿cuántos hubieran predicho que viviríamos la resaca de una pandemia mundial, que la gente tendría impresoras 3D en sus trasteros o que podríamos interactuar con una inteligencia artificial (IA) desde cualquier ordenador? Algunos pitonisos avispados seguro que atinaron la quiniela, pero dudo que la mayoría profetizara con semejante puntería. Los límites (a veces hasta parece cierto) están para sobrepasarlos.
Estos imposibles que asoman como setas no están parcelados únicamente en el descubrimiento o su democratización. También existen conquistas inesperadas que, a bote pronto, flirtean con asomar el hocico. Algunas de las cuales van en la línea de poner cortapisas a fugas morales que lo tendrían difícil para colar incluso en la agenda de un relativista cultural. Dos bien fáciles: la pornografía infantil y la violencia sexual contra las mujeres.
Bien, no es que hasta ahora semejante material navegase las aguas de Internet como una Zodiac tuneada. Entiéndase, se trata de un producto, más allá de escabroso y sórdido, delictivo. Lo cual carga ya de una campanita digital muy sonora para las autoridades. Pero sí se expone ahora a un nuevo régimen de control. El Reglamento de Servicios Digitales: la DSA, de la que ya hemos hablado, no sólo quiere mantear su grasa y fabulosa capa de restricciones sobre redes sociales y portales comerciales, también sobre las páginas porno. Concretamente: Pornhub, Stripchat y XVideos.
Alto, no se desconcentren los onanistas llevándose las manos a la cabeza… Los más de 45 millones de europeos que se descuelgan cada mes por estas páginas no tendrán que desenterrar las cortinillas traseras de los videoclubs, ni resbalar vergonzosos hasta los pocos quioscos supervivientes. Las webs seguirán disponibles para la contemplación de beldades profesionales, o amateur, poniéndose a tono y dándose comprometidos meneos.
Lo que se pone en marcha con esta recién estrenada regulación es una respuesta al reincidente escrutinio a las páginas pornográficas por parte de reguladores y políticos europeos. Los funcionarios se han enfrentado a estos titanes del audiovisual erótico principalmente por su manga ancha a la hora de albergar contenido pedófilo o violento contra las mujeres, así como por no impedir eficazmente que los menores accedan a las webs.
Sin duda, habrá pimpollos y viejecitos llorando la sepultura de estos túneles a lo ruinoso de la excitación. Pero la limitación que provoca esas secreciones ha de ser tan motivo de júbilo para una sociedad sana, como la regulación que empuja el desnortado zagal californiano a mancillar el nombre de Dios por no tener una pipa a mano con la que resolver sus traumas escolares. No son pocas las ocasiones en que limitar ciertas libertades significa asegurar muchas otras.
Al igual que abandonamos la sorpresa de descargarnos una película Pixar (en Ares o en eMule), topándonos como protagonista a un tipo disfrazado de Shrek con una máscara de plástico, y obscenamente empalmado frente a una Fiona sólo parecida a la original por una peluca roja, abandonaremos esto. Aunque las páginas en cuestión quieran escurrir el bulto argumentando, por ejemplo, que no alcanzan el umbral de visitas mensuales para enfrentar estas reglas de moderación de contenido, lo llevan crudo.
XVideos llegó a revelar que eran más de 160 millones los usuarios mensuales que tiene en la UE. Una cifra bien lejos de la que puede tener la web de la Mercería de Paquita, que coloca la plataforma porno en el centro de la diana de la DSA. Además, defenderse controles para limitar la publicación de audiovisual casero sobre violaciones infantiles no parece, lo que se dice, una campaña pública destinada a cautivar la simpatía popular. Un poco como las manifestaciones en defensa de los derechos de pernada de los zoofílicos alemanes…
Por descontado, sobreviven ciertas dudas legítimas ante este proyecto de control. Sin ir más lejos, los métodos. ¿Cuáles serán las medidas de mitigación que una página como Pornhub pondrá en marcha, pongamos, para controlar el acceso de los menores? La Agencia de Protección de Datos Española, en su Nota Técnica: Protección del Menor en Internet, plantea distintas fórmulas, como el uso de buscadores seguros o un control parental ofrecido por los sistemas operativos del fabricante. No obstante, estas cortapisas han demostrado ser poco eficaces. Sobre todo, si hablamos de menores que son nativos digitales.
La mejor solución sería la contratación por parte de las webs de servicios de terceros encargados de verificar la identidad del usuario mediante un documento identificativo (DNI/Pasaporte). Una vez confirmada la mayoría de edad, esa información sería cifrada o destruida. También existe, en una línea algo más intrusivo-futurista (por llamarlo de alguna forma), la posibilidad de aplicar la tecnología que ofrecen empresas como Yoti, capaces de verificar la edad mediante análisis facial.
Otro punto, sería diferenciar entre una pura ficción consentida o una realidad inmortalizada en una producción erótica donde se ejerce violencia contra las mujeres, o incluso una escena dirigida por el argumento del estupro. La primera sería lícita, pero la segunda no. ¿Cómo distinguirlas? No cabe duda de que existen fórmulas de revisión que las páginas podrían poner en marcha, como un control de calidad a las productoras o la implementación de mecanismos hábiles de denuncia para los usuarios. Aun así, la eficacia quedaría lejos de ser infalible.
Hay quien gusta de entrar a debatir en estas lides sobre la falta de educación presente en el consumo de la pornografía digital. Un material que se presta mucho más a convencer al consumidor de que es un afortunado (y potencial adicto) voyeur de actos verídicos, que el espectador de una ficción. Un argumento sanador a este respecto sería hacer entender al parroquiano de la pornografía digital que, al igual que tras ver Fast & Furious no va a ponerse a hacer trombos con su Seat Ibiza, tampoco debería esperar hacer carne lo que consume en Pornhub. Empero, revertir eso corresponde antes a campañas educacionales y de concienciación, que a una ristra de fiscalizaciones gubernamentales.
De momento, la UE ya va calzándose correctamente las pilas de cara a vallar el corral sin vigilancia en el que, hasta ahora, campaban como zorros glotones las grandes plataformas pornográficas. Que la DSA pueda inmiscuirse en webs como XVideos, Pornhub o Stripchat es un paso positivo para controlar su poderosa bravuconería. Una supremacía que, hasta ahora, les daba manga ancha frente al bienestar ciudadano. Porque hace tiempo, cualquier hubiera determinado imposible echar el lazo a estos dealers de la masturbación millonaria. Parecía como sí la libertad de la red fuese a albergar los horrores a golpe de clic sin consecuencias, y todo preadolescente fuese a tener siempre fácil acceso a ellos.
Paradójicamente, poner límites a lo ilimitado también es sobrepasar las expectativas. En el imperio de la pornografía digital, la UE quiere, contra todo pronóstico, arremangarse, dar un golpe en la mesa y subirles los pantalones a sus desinhibidos líderes. Las consecuencias de negarse, según dicen, pueden ser multas de hasta el 6% de su facturación mundial, e incluso, en casos extremos de acciones deshonestas, solicitar la suspensión temporal del servicio. ¿Podrá la UE doblegar a los gigantes del porno en Internet?
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.