Cuando he enseñado a mis hijos las posibilidades de la inteligencia artificial (IA) generativa no crean que se han asombrado. Yo les explicaba: “Puedes escribir lo que quieras, cualquier cosa que imagines, indicando el estilo incluso, y esta inteligencia artificial lo plasma en una imagen ¿no os parece increíble?”. El caso es que no, cuando quieren una imagen buscan en Internet y suelen encontrarla, así que el valor percibido en su caso es pequeño. A ellos lo que le asombra de verdad es que pueda surgir música de tocadiscos y vinilos.
Pero yo sí que estoy entusiasmado. No he podido jugar con el proyecto que más titulares ha generado, el Dall-e 2 de OpenAI (por favor, no confundir con Dall-e mini, que les copió el nombre y es mucho menos potente, pero es la que se ha hecho famosa por los memes). Sí que he disfrutado de acceso a otras dos, Midjourney y Stable Diffusion. Ambas se encuentran en fase beta y con acceso restringido a través de sus comunidades en Discord, según escribo estas líneas. La segunda es la más interesante, por los resultados que llevo siguiendo semanas, a la altura de Dall-e 2 aunque requiere más trabajo manual a la hora de pedirle imágenes. Cuenta con una ventaja: está menos capada para evitar mala prensa, lo que le permite resultar superior en algún aspecto, como los retratos, y reflejar en nuestras obras a gente famosa. OpenAI no quiere mala prensa y restringe cualquier posibilidad de crear un deepfake.
Mi sensación al probar Stable Difussion es la misma que cuando abrí por primera vez un navegador web. Un no saber muy bien qué hacer mezclado con una suerte de asombro ingenuo, ganas de jugar y cálculo de millones de caminos disponibles. Tengo la impresión de no haber entendido bien del todo para qué voy a usar todo, a la vez que siento vértigo por el millón de posibilidades (inconcretas, pura especulación) que se me vienen a la cabeza. Me siento privilegiado por haber probado esto pronto junto a la corazonada de que es el futuro.
Al igual que el acceso a Internet multiplicó nuestras opciones de comunicación y de información, las IA generativas harán lo mismo con nuestra creatividad. No me quedaría con la foto fija de un puñado de proyectos capaces de generar algunas imágenes pequeñas y en los que cuesta muchos intentos conseguir resultados utilizables. En unos años serán mejores todavía que ahora y permitirán hacer lo mismo con el texto (de hecho, ya tenemos un candidato de calidad razonable como GPT-3), con el vídeo, con la música y con los videojuegos. La creatividad en el futuro estará asistida por la inteligencia artificial.
Como con Internet, un puñado sobrevaloraremos su capacidad transformadora a corto plazo mientras la mayoría infravalorará su impacto a largo plazo. Pasaremos por fases de negación, también de desencanto (cómo se valorará el trabajo de ilustración y fotografía, dónde estará la posibilidad de diferenciarse de un creador de este tipo, si será sustituido como el kioskero), y también tendremos un enorme debate sobre su impacto en la conversación pública en Internet
He visto a artistas y creadores desolados, también a otros entusiasmados. Estas inteligencias artificiales realizan un proceso casi completo de la creación, pero no tienen intención, no “quieren” crear algo, no, parten de una idea que el humano debe suministrarles. Siempre se equivoca uno al hacer predicciones, pero si nos basamos en lo sucedido con Internet y otras tecnologías digitales, tendremos más creadores y no menos, se desplazará el valor a otro lugar de la cadena (menos en la técnica, más en la idea conceptual), habrá nuevos actores que aparecerán como estrellas, y de los incumbentes habrá quien se adapte y quien rechace el cambio.
Todo eso llegará, pero, en estos días jugando con distintos modelos, a uno le sale celebrar un desarrollo de sorprendente la tecnología, una verdadera innovación al alcance de los dedos. Hacía años que la industria digital no producía algo que dejara la boca abierta y el salto que suponen en creatividad e inteligencia artificial los Dall-e 2, Stable Diffusion y Midjourney es comparable (si no superior) al que desencadenaron Google con su buscador o Gmail, Oculus trayendo de vuelta a la realidad virtual, Apple con el iPhone mientras reinaban Nokia y Blackberry, o Spotify cuando de repente toda la música del planeta se volvió accesible al instante.
“Existía la creencia de que la creatividad es algo profundamente especial, solo humano. Quizá eso ha dejado de ser cierto” proclama Sam Altman, CEO de OpenAI. Desde que empezamos a ver resultados asombrosos, el debate se ha vuelto formidable, como reflejó Kiko Llaneras en El País. Si Altman tiene razón estaremos ante un giro copernicano, un momento en la historia en el que nos damos cuenta de que no vivimos en el centro del universo, ni estamos creados de la nada, sino que somos producto de la ciega evolución. Y yo creo que tiene parte de razón y nos toca reconocernos en ese mono que llevamos dentro, en una creatividad que no es sino memoria, construcción de patrones y algo de serendipia.
Durante décadas hemos pensado que lo creativo era lo específicamente humano, que lo artificial, si acaso, emularía y nos mejoraría en los trabajos mecánicos y aburridos. No es lo que ha sucedido. Las IA están despuntando en todo aquello que está masivamente digitalizado, los cuadros, ilustraciones y fotografías lo están. Y por eso tenemos a nuestro alcance software capaz de pintar un retrato de Rosalía como Dalí o Sorolla, pero no robots camareros que no sean un desastre. Empezamos una era de un potencial creativo invaluable, pero, en mi caso, me toca centrarme. He conseguido contagiar algo de interés a mis hijos por las IA generativas y ahora estamos intentando que Alex Katz pinte versiones anime de Kylian Mbapé metiendo un gol con la camiseta del Málaga C.F.
Sobre la firma
Ingeniero Informático, pero de letras. Fundador de Xataka, analista tecnológico y escritor de la lista de correo 'Causas y Azares'