Los audios llegaron para quedarse. Cuando WhatsApp lanzó la posibilidad de relajar el baile frenético de los pulgares, los teléfonos del mundo se llenaron de llamadas cortas. De monólogos, mejor dicho. Los dedos artríticos y los cerebros con baja plasticidad le agradecieron a Meta haberlos liberado del yugo del tecleo en una pantalla minúscula, incapaces de subirse al tren de la nueva evolución humana en cuanto a su capacidad para manejar los pulgares oponibles.
La batalla no tardó en fraguarse. Si el independentismo catalán rompió familias y amistades, los audios no se quedaron atrás. Los defensores de la versión posmo de la llamada alegaban su comodidad, su cercanía, esa mayor conexión que invoca regalarse con la voz del interlocutor. Sus detractores, las chapas interminables de 6 minutos, lo audioso de las muletillas que alargan la barra con rayitas cortas y te dejan mirando al infinito como si escuchases un mantra budista, los podcast sobre las ‘noche locas’ (¡qué solos estamos en realidad!) y, en mi caso, la masturbación de escuchar el audio recién enviado, acción que tanto me recuerda a las «cintas grabadas con mi voz» de los autosuficientes Parálisis Permanente.
Luego llegó la aceleración. Un soplo de aire fresco frente al machacón-cuenta-vidas; el típico lo suficientemente avispado para echarte en cara que has aligerado la turra de 4 minutos porque le estás respondiendo en 3, pero no tan gavilán como para entender que el personal está demasiado centrado en sí mismo para digerir una Ilíada ajena. Hay para quien meter el turbo es como hacer trampas. Como descargarse los trucos del Imperivm -tremendo milliennialismo-, porque aunque se llegue a puerto se pierde el placer del viaje. Aviso a navegantes, hay quien se marea en alta mar y lo que quiere es llegar lo antes posible. Mucho más cuando estamos, un poquito más cada día, perdiendo la paciencia y la concentración.
La sociedad todavía no se ha puesto de acuerdo sobre semejante debate trascendental y Meta ya se ha decidido a clavarnos otro nuevo. Si los audios aterrizaron aparcando el conflicto por el valor de la llamada entre boomers y generaciones posteriores (los primeros siempre más dispuestos a seguir con la vieja costumbre del diálogo sin interrupciones), los videos cortos llegan ahora para dejar atrás la contienda entre el Frente Popular Audiogusto y el Frente Audioso Popular.
Mark Zuckerberg anunció el miércoles 26 de julio el lanzamiento de algo con lo que llevaba tiempo especulando, una función para compartir videos cortos directamente en el chat. La dinámica es simple y ya está disponible en la plataforma. Se hace clic sobre el icono de audio, el icono se metamorfosea en un pequeña cámara y se presiona. El clip tiene una duración máxima de 1 minuto y, según Meta: «Creemos que será una manera divertida de compartir momentos añadiendo toda la emoción que generan los vídeos, ya sea para desearle a alguien un feliz cumpleaños, reírse de una broma o dar buenas noticias».
Efectivamente, debemos agradecer a la zuckerbergcracia que nos dicte el buen hacer de sus dones. Lo suyo en un video de estas características es alumbrar algo frívolo, pero no podemos descartar que haya quien lo use para grabar mendigos siendo apaleados u ortopédicos y desafortunados mensajes de pésame. Toda herramienta es susceptible de ver pervertido su cometido original. Aunque a veces ese nuevo uso sea de lo más goloso…
Es innegable que las imágenes y videos de borrado automático fueron un arranque de genialidad. Esos aperitivos audiovisuales son elegantes compañeros de un tiempo del que queremos compartir mucho y guardar poco, así como de efímeros productos de porno amateur digitales. ¡Cuántas parejas se habrán dado los lujos del sexting desde su aparición sin miedo a convertirse en una incómoda muletilla de Pornhub! O, en casos extremos, a atajar la existencia ahorcándose como le ocurrió a aquella trabajadora de Iveco hace algunos años. Ahí Meta clavó un gol de lo más elocuente porque los videos guarros, los jueguecitos erótico-telemáticos, no se iban a acabar. Dieron así un golpe sobre la mesa demostrando que con ingenio se pueden aunar rentabilidad y beneficio del consumidor.
Pero tampoco quiero entrar aquí en un mercadeo de influencia concesiva con WhatsApp. Estos nuevos vídeos cortos son, como poco, un churro bajo en azúcar. Otro juguete, como los estados, que aspira a homologar la plataforma a otras redes sociales tal que Instagram o Tiktok. Honestamente, no parece que su éxito vaya a estar a la altura del audio o el borrado automático. Principalmente porque la cosa no difiere, salvo en la celeridad y su forma ovalada sobre la pantalla, de los videos que ya se pueden hacer una vez clicado el icono de la cámara de fotos.
Lo que huelga decir es que Meta se ha puesto las pilas con WhatsApp como el vástago prometedor de la compañía. Aunque Facebook e Instagram sigan guardando sus fieles, tienen una competencia cada vez más vulpina que juega con la ventaja de la novedad. Con esa necesidad tan consumista que siembra colas kilométricas frente a las tiendas de Apple a cada nuevo Iphone aunque el cacharro sea prácticamente el mismo. Porque las aplicaciones, y la tecnología en general, se ha convertido en el objeto de la obsolescencia infantil que siempre necesita la nueva Stacy Malibú, por más que solo le cambie el vestido.
Viéndolas venir, Zuckerberg y sus lacayos chancleteros están haciendo todo lo posible por ser de lo más transversales con la plataforma de mensajería instantánea. Además de los videos cortos, recientemente llegaron la posibilidad de silenciar automáticamente las llamadas de números desconocidos o la cotizada varita mágica de la edición de mensajes, que de tantos malentendidos nos habría salvado en el pasado…
Todo ello porque WhatsApp quiere monopolizar nuestro modo de comunicarnos a distancia. Y lo cierto es que lo está logrando. En semejante carrera por reformular los canales del lenguaje escrito y oral, no importan los patinazos defendidos por cuatro motivados, sino las piruetas resplandecientes que acaban en boca de todos.
Auguro que veremos muchos y nuevos gadgets en la plataforma. Quizás, y en última instancia, directamente un terminal donde nos absorberán hasta hacer del tacto y el olfato nuevos sentidos que explotar en las comunicaciones. Lo de que todos estaremos en WhatsApp, antes o después, parece ya una profecía autocumplida.
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.