Desde Europa uno ve con sorpresa que un miembro de la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos, Brendan Carr, haya solicitado a Apple y Google que retiren TikTok de sus tiendas de aplicaciones. El asombro viene del hecho de que uno espera que sea dicha comisión quien formule reglamentos o plantee leyes al Congreso, no que sus miembros vayan haciendo peticiones cuyo cumplimento, a corto plazo, suenan como un tiro en el pie a quienes tendrían que eliminar la aplicación más descargada y utilizada por sus clientes.
Carr es un comisionado republicano que llegó al puesto durante la administración de Donald Trump, algo que en el ambiente político actual del país contamina todo el debate. En su carta a Apple y Google afirma que TikTok “funciona como una herramienta de vigilancia sofisticada que recolecta grandes cantidades de datos personales y confidenciales”. También enumera diferentes formas en que, a sus ojos, las prácticas de TikTok han incumplido supuestamente las políticas de las tiendas de aplicaciones de Apple y Google. Y cita una exclusiva de Buzzfeed News de principios de junio en la que la periodista Emily Baker-White afirmaba haber contrastado que empleados de China habían accedido a los datos de TikTok en Estados Unidos.
La postura de Carr es un regreso a las posiciones de Trump sobre TikTok y China. Allá por agosto de 2020, el entonces presidente firmó una orden ejecutiva que obligaba a ByteDance (la empresa creadora y dueña de la aplicación de vídeos, bailes y señores que se preparan tremendos bocadillos) a cerrar sus operaciones en el plazo de 90 días. La única solución para los chinos era vender (aunque lo camuflaran como una asociación) sus operaciones en Estados Unidos a una empresa local. Microsoft y Oracle pujaron por la operación, con victoria aparente de ésta última.
Mientras Bytedance recurría a la justicia, llegó Joe Biden y mandó parar. Ya no tendrían que vender la división EEUU a una empresa local. Y así hasta hoy, cuando el hecho de empleados en China accedan y tomen decisiones sobre los usuarios estadounidenses ha vuelto a poner el debate sobre la mesa. Es probable, sin embargo, que estemos ante el debate equivocado con TikTok. El motivo es que hemos llegado a un estadio de mitificación del poder de los datos. “Son el nuevo petróleo”, “lo saben todo sobre ti”, “te conocen mejor que tu madre”, “con ellos te pueden influir como quieran”. Mentira, mentira, mentira y mentira. O, si lo queremos expresar de manera menos agresiva, hipérbole tras hipérbole.
Ahora que las cosas se han puesto duras en la economía a causa de la inflación y la guerra, a las empresas tecnológicas les tiemblan las piernas mientras las petroleras mandan. No hay que más que asomarse a la publicidad “personalizada” para desmentir lo mucho que nos conocen (hay alguna tan poco optimizada que, tras comprarme una silla de escritorio, parece pensar que voy a comenzar una colección de decenas de sillas y me persigue por todo Internet). El gran coco omnipotente de los datos de los usuarios, Facebook, es tan capaz de influir en nosotros que no consigue siquiera que nos quedemos a usarlo. Cada vez más, empezamos a soltar el pie del acelerador en lo de culpar de muchos de nuestros males a las plataformas sociales.
Ni el extremo de ser naíf y pensar que todo esto no tiene importancia, ni el otro extremo (casi siempre adoptado por analistas que tienen, por así decirlo, un conocimiento bastante limitado de la tecnología) que concluye que tener la base de datos más grande del planeta te convierte en una suerte de Thanos. Los datos, por lo general, tienen un valor muy limitado en el tiempo y el contexto. Que TikTok pueda asociarme a que me interesan los grandes bocatas y el nerdismo de gente que repara Spectrums de los 80 apenas le permite mejorar su programación y segmentar la publicidad. Agregando a millones le da mucho más valor, pero exageramos mucho si concluimos que con todo eso pueden “socavar la democracia”, como hemos llegado a leer.
De hecho, el punto crítico con Tiktok no está en su capacidad de almacenar datos, ni siquiera que estos se almacenen y se accedan sólo en los países locales y no viajen a China. El asunto crucial reside en que TikTok es la televisión y su programación es arbitrada algorítmicamente y también moderada proactiva y reactivamente.
Cuando se apunta a que es un algoritmo quién decide la programación de vídeos que se enseñan al usuario, se puede caer en el error de presumir cierta neutralidad. No es así, pensemos que muchas veces se “toca” lo que produciría el algoritmo para evitar resultados no deseados o potenciar los que se buscan: el sistema puede estar optimizado para maximizar la permanencia del usuario, pero a la vez no se quiere que sea gracias a contenidos con desnudos o en los que se enseñe mucho cacho. También puede darse que se quieran evitar temas espinosos como la gente que habla de la guerra o conflictos (de género, ecologistas, los que sea), porque se busca un contexto de diversión, no de polémica.
Con el caso de China tenemos una situación adicional: sabemos que cualquier empresa, en última instancia, está sometida un grado de intervención enorme por parte de su gobierno. Ya sea obedeciendo órdenes o anticipándose a la posibilidad de que corten la cabeza a sus directivos, Bytedance tiene incentivos para alinearse con Xi Jinping. Además, las plataformas muchas veces buscan crear un escenario propicio para los anunciantes. La empresa de bebidas refrescantes o la de cruceros no quieren estar en un contexto negativo o de conflicto. Esta maximización de los ingresos acaba pareciendo menos negativa que el hecho de obedecer a la agenda política de una potencia que no sólo rivaliza, sino que plantea un panóptico de control social sobre la población.
Si de la noche a la mañana Atresmedia y Mediaset pasasen a manos de una empresa oriental se dispararían todas las alarmas. O, dado que nuestra opinión pública muchas veces se enciende más con los temas de actualidad en Estados Unidos, pensemos que FOX, MSNBC y CNN pasaran a manos chinas. De hecho, si miramos las audiencias de estos canales, vemos que los programas en prime time tienen cifras bastante pobres para un país de más de 300 millones de habitantes. En muchos temas, el mainstream ha dejado de pertenecer a estos grandes medios, por mucho que conserven una gran influencia política. Es por ello que una de las grandes sorpresas para cierto público se produce al percatarse de que hay corrientes políticas e ideológicas crecientes que han sido incapaces de detectar porque no se parecen en nada a lo que ven en La Sexta.
TikTok no es una “red social”, lo dicen ellos y lo hemos analizado anteriormente. No va de qué cuentan tus amigos, siquiera con nuevos conocidos de internet, y comunicarte con ellos. Es más, empieza a ser un buscador como lo llegó a ser YouTube. Como escribía Matthew Yglesias, “no habríamos dejado que la URSS comprara una cadena de televisión”. Uno de los mayores problemas para Estados Unidos para afrontar este debate (en el que nosotros iremos detrás) estriba en la dificultad de empezar un discurso con palabras que todavía suenan tabú, “en esto al menos Trump tenía un poco de razón”.
Sobre la firma
Ingeniero Informático, pero de letras. Fundador de Xataka, analista tecnológico y escritor de la lista de correo 'Causas y Azares'