Jamas duró una flor
Se nos rompió el amor. Manuel Alejandro
dos primaveras
me alimenté de ti
por mucho tiempo
nos devoramos vivos
como fieras
Kate Millet decía en una entrevista en El País: “el amor ha sido el opio de las mujeres”. Un poco también de los hombres, se olvidó de añadir. Es correcto, tan maligno e inútil como una drogadicción. Tan incapacitante como un TOC. Clavado a una manía aguda; grandiosidad, interpretaciones, gastos excesivos, pensamientos obsesivos acelerados, hipersexualidad, reducción de la necesidad de sueño, hilaridad, hipertimia. Un estado deseable aunque improductivo, y repito, peligroso. El desamor es la cara opuesta, el calco de un trastorno depresivo; apatía, desánimo, falta de energía, pérdida de peso e ideas de suicidio. Esta enfermedad se da varias veces a lo largo de nuestras vidas, como una buena patología crónica. Y hay casos de cicladores rápidos (que tienen varias crisis en un corto periodo de tiempo).
Leí el otro día que el hombre más feliz del mundo lleva 30 años sin relaciones amorosas. Puedo visualizar ese bienestar sosegado, de media sonrisa y paso ligero.
Las personas exitosas y enfocadas, quizá un poco psicópatas, pero que llegan lejos, rara vez se dejan llevar por esta distracción, no es tan difícil de evitar: basta con no repetir compañero de cama demasiadas veces. Los hombres lo han resuelto muy bien. Quizá se enamoran una vez, forman una familia, y luego se concentran, si acaso con algún desliz furtivo, o algún viaje de amigos o cena de trabajo. Me imagino que la gente brillante descarta esos asuntos con determinación, les supongo capaces de no dejarse llevar por esa animalidad, y que deciden apostar por enfocarse en sus propósitos y desafíos personales, sin la distracción ociosa y simplona de una novela romántica.
En mi cohorte de amigas me encuentro con un 100 % de divorcios, o de rupturas de pareja, y cada vez se parecen más nuestras reuniones a la vieja “sexo en Nueva York”, con historias repetitivas, entretenidas si, de las protagonistas, que buscan eternamente el amor, sin éxito, y a las que se van sucediendo una serie de relaciones amorosas de corta duración repletas de anécdotas, de tipo sexual principalmente, con bastante amargura y soledad como regusto.
En el aire se palpa la búsqueda de la media naranja, a pesar de los disgustos. Aplicaciones para todos los tipos de usuarios y preferencias. Historias que empiezan, pero cada vez duran menos. Sentimientos de soledad, frustración, vacío, baja autoestima. Las separaciones están a la orden del día, pero parece que no es la solución. Después de una primera fase de euforia, liberación, o tras superar el duelo y recuperar el centro,volvemos a las andadas. Otro intento. En esto de las relaciones no hay un escenario perfecto. Somos infelices en pareja y por separado. Esclavos de la novedad.
Siguiendo la estela de nuestros gurús anglosajones, empieza florecer en este caldo de cultivo la terapia de pareja, una extravagancia hace unos años, pero una solución aceptable hoy en día, como último cartucho, o incluso como medida higiénica preventiva. La realidad supera la ficción, aunque la ficción representa la realidad, lo vemos en State of the Union o Couples therapy, ambas de 2019. Ambas historias pre Covid. Imaginad el mercado actual post Covid, es infinito.
Existen tantas modalidades de parejas, estilos de apego, traumas propio y ajenos, incremento de la conciencia y el insight, ayudas en red, reels animandote a poner límites sanos, psicodivulgación, psicocomedia, asambleas para decidir el estilo de poligamia, si clásica o más tradicional, con mentiras y secretos.
En la terapia de pareja se busca un espacio de comunicación libre, mediado, donde poder cada uno finalmente expresar lo que da miedo decir en casa.
Observo que en las parejas, conforme avanzan los años de relación, la libertad disminuye, de pensamiento, palabra, obra y omisión. Al inicio de esos encuentros, lo que dice el otro miembro de la pareja suele resultar delicioso, se apoyan las osadías, extravagancias, opiniones y gustos de los nuevos amantes. Los descubrimos como un viaje, como una aventura. Conforme va pasando el tiempo se buscan las conjunciones, zonas comunes, sitios donde ambos miembros se sienten cómodos. Y ahí se hace la foto. Anclamos las primeras impresiones, y a veces no se permite evolucionar, y quizá tampoco ser el que se era.
Cuando ambos miembros de la pareja coinciden en un gusto u opinión, resulta muy difícil que uno se desmarque de ese camino, y puede pasar con la comida, la forma de vestir, las amistades. Muchas veces escucho “we have grown apart” en la consulta. Se ha evolucionado por caminos distintos, y eso se entiende como una diferencia irreconciliable. A priori no debería ser un problema, si en el tiempo fuésemos tan permeables como en los principios de la relación.
Pensadlo bien, en la pareja de larga duración cada vez son más infrecuentes las acciones individuales, uno tiene más miedo de expresarse, de organizarse un plan en solitario, cuando lleva 20 años que cuando empieza una relación, esto aplica tanto a las salidas con amigos, como a la forma de vestir, ideología política, cambios en los hábitos tóxicos o en las preferencias sexuales, y obviamente a las decisiones laborales, o vitales de cualquier tipo.
La pareja es un núcleo de apoyo, pero puede resultar muy limitante, y estresante para el individuo, si aspira a mantener su individualidad, o una capacidad de acción propia. Esto en el momento histórico que vivimos, tan enfocado a la individualidad y autosuficiencia, está llevando a un fracaso sistemático de las relaciones de pareja, y a la postre de la familia, sobre la cual está basado todo el sistema social actual. Evidentemente tambaleándose peligrosamente.
Estamos reconstruyendo el modelo social, hacia lo desconocido, pero no debemos olvidar que como seres humanos nuestra red social íntima y las relaciones sólidas son una de las patas fundamentales del bienestar, me atrevo a decir que intrínseco, o estructural. Difícilmente podemos prescindir de este tipo de relaciones, que se ven obligadas a renovarse. En este escenario la terapia es un catalizador más que interesante.
Sin dudar sigo pensando que lo mejor es no enamorarse en absoluto, como en aquella banal comedia Down with love, con Renée Zellweger y Ewan Mcgregor. Lo perfecto, es la solución óptima definitiva, pero mientras tanto mejor empezar a buscar terapeuta. No necesariamente en las fiestas after show que llenan Sevilla tras los Grammy Latinos.
*Elvira Herrería Martínez es licenciada en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, especialista en Psiquiatría por la Universidad de Alcalá de Henares y máster en Longevidad y Antienvejecimiento por la Universidad de Barcelona.