No son tiempos para la música. Ni para el color. Ni para la alegría. Que se lo digan a Taylor Swift que normalmente percibía una adoración incondicional entre el público y, sin embargo, ahora recibe abucheos. Mientras, el loco de la Casa Blanca, por la puerta grande, fue vitoreado como el nuevo César que es. Y como haría el César lo primero que ha hecho es ir al circo. No tal vez al que más le gustaría a él, sino al que sabe que le gusta a su pueblo: la Super Bowl.
Son tiempos para la autoridad. Para ejercerla. Para tomar decisiones que cambien el rumbo de la historia. A poder ser sin sangre, sin más sangre. Pero eso no está claro. La autoridad se ejerce. En contrapartida, algunos pueden resistirse. La autoridad, entonces, se debe ejercer aún más fuerte. Alguna gente tendrá que morir para que otra sepa quién manda. Lo sabe Putin y lo sabe Trump. Me pregunto si los líderes europeos lo saben y ya lo han olvidado en décadas de Estado de Bienestar en el que ser parte de las oficinas en Bruselas significaba inmunidad y paz por el resto de tus días. ¿Y ahora que hay que volver a mancharse la camisa?, ¿siguen queriendo ser diputados?, ¿siguen queriendo tener la responsabilidad de tomar decisiones tan complejas que van a necesitar personas que realmente sepan de lo que están asesorando alrededor?, ¿o van a seguir contratando militantes aquiescentes?
Cuando Clinton se reía al lado de Yeltsin la extensión más grande de terreno geopolítico y más dañada en su honor tuvo una revelación: estaba siendo avergonzada y sometida al poder de EEUU en una retransmisión global y contundente. La flojera y la paz habían ido demasiado lejos para la antigua URSS. Necesitaban otra cosa. Alguien que ejercitase una mirada tan fría como Siberia y que cortase la risa de un yankee con solo posar la retina sobre su frente. Y el antiguo agente de la KGB hizo el resto sometiendo al carismático rubio formado entre Yale y Oxford. Putin llegó a Rusia para ejercer la autoridad como sólo el pueblo ruso sabe entenderla: por encima de todo está el pueblo ruso y el Estado que lo estructura. Ni siquiera el poder del dinero puede con eso. Aunque haya mucho, muchísimo. Esa la diferencia entre un líder como los que hoy necesita el mundo y los que el mundo ha pretendido necesitar. Los primeros van a aplastar a los segundos en menos de lo que nos podemos imaginar, con las consecuencias que eso traerá en cuanto a tensiones geopolíticas entre Estados que no pretenden cooperar, sino imponerse para liderar el cambio de época que ya está aquí.
Si las luces, los trajes y las cámaras te ciegan, no eres un líder: eres un tonto útil. Quien ejerce el poder solo debe estar fascinado por el poder mismo y llevarlo adelante cada minuto de su mandato con un objetivo explícito: ejercerlo por el bien del pueblo al que representa. Todas las decisiones van a pivotar en torno a esa realidad. Si hace falta matar, matará. Si no hace falta pero resulta ejemplificador, también lo hará. Sobre todo si resulta ejemplificador.
Giuliano da Empoli lo explica con precisión quirúrgica en su libro El mago del Kremlin. Lo pongo como ejemplo porque la lógica de la democracia liberal tal cual la conocíamos es evidente que ya no tiene ninguna eficacia. Murió la globalización y con ella la diplomacia. No hay nada más eficaz que contar cómo se ejerce el poder real desde la narrativa descarnada que nuestro ejercicio comunicacional instantáneo implica. Las órdenes como flechas que impactan en el inconsciente colectivo a golpe de pantalla.
Me sorprende cada día que enciendo la radio últimamente. Soy una tradicional y aún me gusta tener un aparatito negro en el que conectarme con una antena maltrecha desde mi refugio en el campo. Nostálgica insalvable: sí, soy. Ahí, en esas ondas conocidas, veo mucha indignación y sorpresa ante lo que era obvio que iba a pasar. Tengo la suerte de conocer gente en ambos lados de la grieta. Progresistas y conservadores, de distintos niveles de radicalidad. Cuanto más pasa el tiempo más me doy cuenta de que cada vez se van a entender menos: queriendo lo mismo, sus estrategias fundamentales se basan en tirarle por la cabeza al otro todo lo que hace mal. Pelean, se manchan, aparentan que luchan al abrigo del argumentario de turno. Nadie se lo cree ya.
Por encima de eso, están los líderes de hoy. Subir aranceles es ejercer autoridad. Introducir en la mente de la gente que el terror de Gaza se pueda convertir en un resort de lujo es un hito de la crueldad y la comunicación política que no vimos venir. Trump no es que esté ampliando la ventana de Overton, es que la está pulverizando. Y eso justamente es lo que quería un Imperio venido a menos como es hoy el del pueblo yankee. Como lo fue en su día la Rusia del borracho amable que terminó siendo Boris Yeltsin. Pocas cosas hay más peligrosas que ofender y frustrar a una masa que tuvo conciencia de ser Imperio. Cuando eso ocurre solo hace falta encontrar a un nuevo líder que ejerza una autoridad en dos planos: el horizontal y el vertical. A la vez y con armonía y soltura: como una partitura perfecta, esa música sí suena hoy. Es sólo el líder que conoce íntimamente tu dolor, que emana el mismo, y es capaz, sin embargo, de poner por encima de sí lo que sea necesario para restaurar tu grandeza. Y te lo hace sentir. Y tiemblas. Y aún así, te sorprendes aplaudiéndole y cuando ya es demasiado tarde, te das cuenta de que tal vez era un monstruo. Lo hizo Hitler y puedo irme más atrás aún a poner ejemplos similares en momentos parecidos de la Historia. Solo que ahora, encima, todo va muchísimo más deprisa que entonces. Así que eso está ocurriendo hoy no solo con dos grandes potencias, sino con tres: China también juega. Europa mira, como un gentleman vestido de Armani que toma su cuarto gin mirando los rascacielos desde un décimo piso y no tiene ninguna gana de volver a calzarse las botas y ver trincheras más allá de su televisión de plasma QLED último modelo. Lleva demasiado tiempo oliendo a perfume. Europa es la Bella durmiente del nuevo panorama geopolítico mundial. Será sometida: es cuestión de tiempo.
Y en este trance, los tertulianos se llevan las manos a la cabeza: están locos, estos líderes están locos. Discrepo. Una estrategia muy útil en este nuevo paradigma en el que la atención apenas es captada por unos segundos, hemos pasado de contar historias a hacer ruido y ahora, me atrevo a ir un paso más de lo que Christian Salmon decía en su último ensayo La era del enfrentamiento que siguió a su obra Storytelling: ya no hay ruido de enfrentamiento, ahora lo que funciona es el impacto. El frío y contundente impacto. Y ese impacto se ejecuta por miedo. Y no hay nada que dé más miedo que la incertidumbre. Sabemos cómo puede reaccionar una persona que se muestra cabal y razonable pero no sabemos cómo puede reaccionar un loco. El miedo está ahí y es siniestro. Del otro lado las reglas básicas de convivencia democráticas se amilanan en el sofá de ese reservado del décimo piso de cualquier capital europea y arrugan la frente, balbucean, se preguntan qué ha pasado con su charming. Serán sometidos. Seremos sometidos. Con suerte nos van a dar a elegir sobre de qué lado queremos estar. Y habrá que tomar decisiones. Sólo lograrán estar a la altura quienes aún no se hayan fascinado por las cámaras y sepan, desde las entrañas mismas, en qué consiste ejercer el poder cuando las democracias mueren.
Son tiempos para la autoridad, no para la duda. Son tiempos para el impacto, no para contar historias sin fondo. Son tiempos feroces retransmitidos en directo. Hace unos años en este mismo periódico titularon así una entrevista por mi último ensayo ‘Asumamos que esa imagen que tenemos todos del paraíso en nuestro futuro no va a existir’. Nunca pensé que llegaría a tener razón tan pronto. ¿Qué haremos ahora con el futuro? Lo vengo repitiendo hace rato. ‘Alguien se hará cargo de todo este abandono, de todo este olvido’. Lo digo siempre en relación a mi tierra, León, cuya sangría poblacional es devastadora. Pero vale para cualquier otro territorio en llamas de España o del centro de EEUU. Y llegó por fin alguien que se hizo cargo: Make America Great Again implica restaurar la gloria olvidada. Igual que se aupó ahí Putin hace rato. Pero probablemente el objetivo no se logre y entonces, ¿quién llorará por nosotros? Empezará un nuevo tipo de guerra que aún desconocemos porque quienes tuvieron la democracia en sus manos jugaron a hacerse fotos y a hablarle a los convencidos en vez de tomar decisiones y llenar de sentido el vacío que los años de estabilidad global dejaron en un pueblo roto. Alea jacta est.