Porque estamos enfermos. En los últimos diez años, la venta de medicamentos ansiolíticos y antidepresivos en farmacias ha subido un 30%, con un incremento constante año a año. Estos medicamentos no combaten dolencias causada por patógenos externos, el malestar que mitigan es el que genera nuestro estilo de vida. No sabemos vivir bien. Nuestras creencias sobre lo bueno y lo valioso nos están enfermando. Actuamos y vivimos en torno a creencias sobre lo bueno y lo malo sin caer en la cuenta de que son tan solo lo creencias y que pueden ser falsas. Necesitamos basar nuestros actos en conocimientos, no basta con la intuición, el sentido común, o la moral de la tribu en la que hemos tenido la suerte o la desgracia de haber nacido, porque una falsa creencia puede enfermarnos el alma y joderle la vida a terceros.
Porque no todas las opiniones sobre lo bueno valen lo mismo. Imaginemos una feliz y unida familia de antropófagos. Por nuestro bien, y nuestra supervivencia, no debiéramos caer en el relativismo y aceptar que la antropofagia es una posición gastronómica como otra cualquiera. Si esta familia no viviera en sociedad, ningún conflicto habría con sus gustos culinarios. Pero cuando es la hora de la merienda y el niño antropófago está en el parque junto a otros niños, surgen los problemas éticos.
Porque nos quejamos, y con razón, de la falta de ética en la política, en el entorno laboral, en los mercados o en las redes sociales. Hacer ética es parir justicia, verdad y belleza. Y, nuestras calles, andan faltas de todo ello. Personas respetables en la vida analógica se comportan como auténticos capullos en el mundo digital. Las redes sociales son más que herramientas de comunicación. No podemos ignorar su impacto sobre la salud de nuestras democracias, nuestro lenguaje, nuestro consumo, nuestras ideas, nuestras emociones, nuestra salud, etc. Sin embargo, a pesar de su poder para condicionarnos, parecen un lugar sin ley donde campa a sus anchas la mentira, el insulto, el acoso, la estupidez, la violencia, la ordinariez, el infantilismo, el odio, la calumnia, etc. El algoritmo no solo permite estas conductas sino que las incentiva y las premia. La ética es el conocimiento necesario para ser buena persona y vivir bien, para mirarse al espejo cada mañana y que a uno no se le caiga la cara de vergüenza. Cuando reconocemos la falta de ética en nuestro mundo, estamos afirmando la ausencia de este conocimiento. La carencia de este saber genera corrupción, injusticia y sufrimiento, por ello, esta disciplina no puede quedar recluida en la academia ni en los comités de ética, sino que debe salir a las calles e inundarlas. La ética puede hacerse en un lenguaje callejero y popular, sin tecnicismos extravagantes y sobre problemas que inquietan a cualquier hijo de vecino. En este libro propongo dilemas que podrían salir en una cena de amigos cuando se comparte la última botella de vino: ¿Perdonarías a un asesino con alzhéimer? ¿En qué categoría debe competir una mujer trans? ¿En caso de incendio: salvarías a tu perro o al bebé de tus vecinos? ¿Qué código ético instalarías en tu coche autónomo: en caso de posible accidente qué vidas debe salvar? ¿Mejorarías genéticamente a tu hijo? ¿Qué vida escogerías si volvieras a nacer? ¿Podemos ser amigos con derecho a roce? ¿Por qué no ser un cabrón?…
Porque, quede claro, la alternativa a la ética es la ideología. La ética implica pensar la vida, la ideología supone renunciar a pensar. La ideología es un grumo en el cerebro que impide que razonar. El pensamiento es una corriente de ideas, la ideología es la congelación de ese río. Pensar es un ir de una idea a otro, la ideología nos paraliza. La ideología es una construcción intelectual de otro que asumimos como nuestra, es un vasallaje, una sumisión, una forma de servidumbre voluntaria. Actuar movidos por la ideología es actuar sin pensar pero creyendo que ha sino uno quien ha pensado; supone no cuestionar la moral impuesta por el tirano a la tribu; ser un ignorante y, sin embargo, creerse sabio; ser esclavo, y sin embargo, creerse libre. Pesar es atreverse a ser libre. Por eso, no queda otra, para ser libre se debe pensar éticamente.
Porque nos hemos polarizado y enfrentando de tal manera que es imposible el diálogo que la democracia exige. No sabemos dialogar porque nos han adiestrado para la confrontación. Consumimos odio a través de la pantalla como los personajes de 1984. Nos han enseñado a odiar al que tiene creencias diferentes, sin saber si las nuestras son ciertas. Consideramos al vecino que piensa diferente como un estúpido, un mala persona o un ignorante sin detenernos a escuchar cuáles son las razones que le han llevado a pensar así y sin juzgar si son o no válidas y por qué. Platón definió el conocimiento como la creencia verdadera que se ha visto confirmada al resolver la pregunta de por qué es verdadera. Hacer ética supone preguntarnos: ¿Cómo sé que lo que tengo por bueno y malo es lo correcto? ¿Cómo sé que si cambiase de tribu seguiría juzgando de la misma manera? ¿Cómo sé que son los otros los que se equivocan? Porque no debemos olvidar que los que antaño quemaban brujas creían estar haciendo lo correcto con la misma firmeza que hoy algunos participan de cancelaciones en las redes sociales. La ética es una mirada universal de los asuntos humanos y eso solo se puede descubrir mediante el diálogo con el otro. Para saber qué es lo que me interesa no se necesita la ética. No se trata de indagar lo que me conviene sino qué es el bien. No se trata de desvelar qué es lo que me gusta, lo que deseo o lo que conviene a mi interés propio. Para ese viaje no se necesitan alforjas. No hace falta ser ningún Sócrates para conocer cuáles son las preferencias personales de uno. Se trata de aventurarse a descubrir qué es lo mejor que cualquiera podría hacer en una circunstancia determinada. Se trata de buscar aquello que hace dignidad y bella una acción humana por ordinaria, prosaica y callejera que esta sea.
Porque necesitamos aprender a vivir juntos y bien los que pensamos diferente. Las virtudes necesarias para ejercer la ciudadanía se educan: Nadie nace sabiendo escuchar, dialogar, juzgar, consensuar, analizar, argumentar, discriminar, empatizar, etc. Todo eso es algo que se aprende y se entrena con la ética.
Porque nos han robado el derecho a soñar. La mayoría de los productos culturales que consumimos cuando piensan el futuro lo plantean como un lugar no deseable y esto hace que muchos se conforme con el estado de cosas. Pero la ética no trata del ser, sino del deber ser. La ética es una herramienta indispensable para construir un mundo mejor: Nos invita a no resignarnos y a imaginar el deber ser de las cosas. En este sentido es una fuente de inspiración. Todos los valores, libertades y derechos que hoy disfrutamos fueron pensados por hombres y mujeres que imaginaron como debería ser el mundo. Hoy convivimos con ellos y tendemos a pensar que existen desde siempre de forma natural. Se nos olvida que fueron creados por quienes se negaron a aceptar la realidad y se atrevieron a pensarla.
Con Ética en la calle recupero el diálogo filosófico con el que los ciudadanos de la antigua Atenas se ejercitaban. El diálogo sigue siendo una herramienta poderosa para pensar juntos los problemas que la vida hoy nos plantea. Invito al lector a que los afronte por su propia cuenta (y riesgo), examine sus posiciones previas, escuchen los argumentos de las otras posiciones, los analice y se atreva a buscar la verdad, junto con otros. Los capítulos son intencionadamente aporéticos, no llegan a ninguna conclusión, porque la ética no puede ser un catecismo laico (como así quieren algunos políticos) ni una moral más. Como dije, la ética supone una mirada universal de los asuntos humanos. Por eso, lo ideal sería “coleer” o “dileer” este libro: leerlo con la pareja, con los hijos, con los compañeros de trabajo y sustituir, de vez en cuando, la pantalla que nos atomiza y separa por la conversación que nos religa y nos mantiene unidos. Hay que tener arrestos para pensar fuera de la tribu, más allá de la tribu y, a veces, contra la tribu; parar, pensar y buscar la respuesta por uno mismo; salirse de la manada, saltar de la ideología a la verdad, atreverse a ser libre. La ética es solo para valientes. ¿Te atreves?
*Eduardo Infante es filósofo y bético. Su último libro es Ética en la calle (Ariel, 2025)