No pasarán. Manual de resistencia en las redes

La paradoja es digna de estudio: se van de Twitter indignados por la desinformación… y su ausencia facilita que la desinformación se expanda sin contrapeso. Seamos realistas, Musk no va a echarse a llorar porque abandonemos su plataforma; es más, probablemente esté aplaudiendo con las orejas. Menos fact-checkers poniendo peros, menos periodistas rebatiendo mentiras, menos trending topics incómodos que silenciar. ¿Es este nuestro plan maestro para luchar contra la ultraderecha?

Muchas veces me pregunto cómo hacían los políticos en antaño, los OGs, para estar todo el día dando la turra. La política ha encontrado siempre la forma de colarse en nuestras vidas, con o sin algoritmos. Antes de los tuits y los likes, ya había panfletos bajo la puerta, discursos eternos en la plaza del pueblo, programas de radio con tertulianos vehementes y televisiones monopolizadas por barones mediáticos. Por ejemplo, a Lutero le dio por clavar sus 95 tesis en un muro. Si ahora tuviésemos que clavar cosas en un muro real cada vez que un político dijera una sandez en redes sociales, habríamos deforestado medio Amazonas. En definitiva: no había redes sociales, pero había redes de pescar incautos igual de eficaces. La cuestión es que, de una manera u otra, tanto sociedad como políticos han tenido que navegar a los magnates del momento para hacer llegar su mensaje. Para el beneficio de los bosques, el discurso político se ha trasladado de los panfletos y los televisores a las redes sociales.

Apaga y vámonos: el progreso abandona X

Fast forward, llegamos al presente. Año 2025, era de las redes sociales omnipresentes y sobre todo, omnipotentes. Ahora el altavoz lo tenemos todos en el bolsillo, y la plaza del pueblo es virtual y con aforo ilimitado. Las redes sociales han sufrido una transformación total desde sus inicios inocentes para pasar a ser adquiridas por unos dueños que, aunque a veces intenten parecerlo, no son hermanitas de la caridad precisamente. Más bien, son magnates multimillonarios con sus propios intereses. Vamos, quién lo iba a decir, que el millonario que compra un juguete llamado red social quiera hacer con él lo que le dé la gana. ¿Acaso no es lo más normal del mundo hacer lo que te dé la gana con tu dinero? Mind blowing. El caso más sonado: Twitter – perdón, X – en manos de Elon Musk, nuestro Tony Stark de Hacendado favorito, que compró la plataforma por puro capricho y ahora se ha convertido en un arma que amenaza desestabilizar nuestras democracias.

Pero aquí es donde las cosas se ponen serias. Desde que la aplicación del pajarito azul se marchitó y se convirtió en el feudo personal de Musk, X se ha transformado en un caldo de cultivo para la desinformación. Diversos estudios indican que, tras la llegada de Musk, la plataforma se convirtió en el espacio con mayor prevalencia de noticias falsas y mensajes tóxicos. Un informe de la Comisión Europea señaló que X permite la difusión de desinformación a un ritmo alarmante, donde la interacción con contenidos falsos supera la de información veraz. Y para colmo, el propio Musk eliminó el acceso gratuito a los datos de la plataforma para académicos, lo que ha paralizado más de 70 estudios independientes que monitoreaban la propagación de bulos.

Mientras tanto, la ultraderecha ha aprovechado este ambiente sin filtros para ocupar cada rincón del espacio digital. Figuras como Ali Alexander –quien organizó el mítico “Stop the Steal” previo al asalto al Capitolio– han vuelto a X tras ser readmitidos, utilizando la plataforma para difundir teorías de fraude electoral y mensajes de odio. Y no es solo él: se han reactivado cuentas de personajes como Andrew Anglin, fundador del neonazi Daily Stormer, y de conspiracionistas de QAnon que ahora tuitean sin censura. Estos actores han encontrado en la “amnistía” de Musk el terreno perfecto para propagar sus discursos, aprovechando que el nuevo sistema de verificación (ahora de pago) facilita la suplantación y la viralización de mensajes incendiarios. Resulta evidente que, cuanto menos moderado sea el entorno, más fértil se vuelve para la proliferación de ideas extremas.

A ver quién tira la primera piedra

Aquí es donde empieza la tragicomedia de la contradicción. Por un lado, es comprensible –y me siento identificada con ello– que a muchos activistas les hierva la sangre ante la clara deriva reaccionaria de estas plataformas. Pero, por otro lado… ¿adivinen quién se queda bailando sin oposición cuando los ya llamados “woke” (o güoque, como algún concejal de VOX nos denomina) abandonamos la pista de baile? Efectivamente, la extrema derecha se adueña del dancefloor, con la música a todo volumen y sin nadie que les haga frente. Abandonar X en masa equivale a dejarles el campo libre. Es como si, en mitad de un debate televisado, todos los candidatos se levantaran y se fueran, dejando a la ultraderecha solos con el micro abierto para soltar su mitin sin réplica alguna. Un regalo caído del cielo para ellos. Gracias, compañeras, deben estar diciendo entre bambalinas los estrategas de Vox, Trump y compañía.

La paradoja es digna de estudio: se van de Twitter indignados por la desinformación… y su ausencia facilita que la desinformación se expanda sin contrapeso. Seamos realistas, Musk no va a echarse a llorar porque abandonemos su plataforma; es más, probablemente esté aplaudiendo con las orejas. Cuantas menos voces discordantes en su timeline, más tranquila la tienen sus palmeros. Menos fact-checkers poniendo peros, menos periodistas rebatiendo mentiras, menos trending topics incómodos que silenciar. Al final, el timeline queda ocupado mayoritariamente por memes de Pepe the Frog, teorías de la conspiración y propaganda camuflada de opinión general. ¿Es este nuestro plan maestro para luchar contra la ultraderecha? Ceder el terreno y replegarse a rincones seguros donde todos piensan igual… No suena muy revolucionario, ¿verdad?

Hablemos de hipocresía un momento. ¿A caso todas las personas que han abandonado la red social que no puede ser nombrada por principios han dejado de publicar en todas aquellas redes controladas por magnates como Zuckerberg? Ni mucho menos. Cuando algunos evacuan las redes del magnate estadounidense, estos terminan migrando a Telegram, creado por su homólogo ruso, que tampoco está libre de polémica.  Y por supuesto no dejan de ir a las tertulias de televisión, cuyos dueños son igualmente millonarios. Es obvio que necesitamos esos espacios para llegar a la gente. Entonces, si usamos altavoces mediáticos mientras nos hacemos los locos sobre quién los controla, ¿por qué con las redes sociales tiene que ser distinto? ¿De verdad la solución es abandonar la plaza porque el alcalde es un facha? Me resulta curioso este método de lucha: si el terreno es hostil, me piro y que se quede el enemigo disfrutando del paisaje. A enemigo que huye puente de plata.

Algunos, afortunadamente, se han dado cuenta de este despropósito. Es necesario quedarse, pelear, dar la batalla en el mismo escenario donde el adversario vocifera, no fuera de él. Al fin y al cabo, si abandonas el espacio público digital, luego no te quejes de que esté lleno de fascistas; estará lleno de fascistas porque tú no estás ahí para discutirles nada. La única lucha que se pierde es la que se abandona, y aquí estamos abandonando a manos llenas.

Para colmo, a algún perfil institucional se le ha escapado algún mensajito en la red prohibida que han tenido que borrar inmediatamente. En fin, ya me da igual la estrategia, pero al menos a ver si nos aclaramos y somos coherentes. Si nuestros ancestros repartieron panfletos clandestinos bajo dictaduras y se jugaron la vida para ocupar cada resquicio donde se pudiera escuchar una idea libre, ¿cómo es posible que ahora, en plena democracia, nuestra gran estrategia sea hacer mutis por el foro digital porque el dueño es un ricachón de derechas?

La evidencia es clara: estudios recientes señalan que X, desde la llegada de Musk, se ha convertido en el principal vector de desinformación entre las redes sociales, con la mayor facilidad para que circulen noticias falsas y discursos de odio.  En particular, un estudio de la Universidad de California, Berkeley, reveló que los mensajes con insultos racistas, homófobos y transfóbicos aumentaron en torno a un 50% en los meses posteriores a la compra de Twitter​.

Calladitos nunca hemos estado más guapos

Si algo ha caracterizado siempre a cualquier movimiento reaccionario, progresista y que quieres que te diga, cualquier persona con dos dedos de frente que quiera vivir en un mundo en paz es justo lo contrario a lo que se estamos haciendo. Quizá va siendo hora de retomar esa saludable costumbre pero trasladarla a las redes: ocupar, incomodar, disputar.

¿No se suponía que debíamos ensanchar la democracia y ocupar espacios? Abandonar el barco de Twitter puede darte paz interior y un montón de likes en esa red “libre de fachas” (que, seamos sinceros, tarde o temprano terminará en manos de algún millonario o se hundirá en el intento), pero de poco sirve cuando el mundo real nos necesita. Ese mundo, en el que los perfiles desertores tienen el mandato –o más bien la responsabilidad– de intentar mejorarlo. No lo digo yo; lo dice nuestro querido pueblo soberano, que nos eligió para representarlo. Tanto hablar de cómo la okupación no es un problema y cuando hay una clara invasión a nuestra democracia la estamos dejando pasar controlada por las manos equivocadas. No me creo que el matón de ”desokupa” sea el nuevo Robin Hood. Así que menos retiros espirituales y más batalla diaria: silenciarse nunca fue estrategia de victoria. Calladita no estás mas guapa. En resumen, querido activista digital: si realmente quieres tener un mundo donde vivir, no dejes de hacer ruido. Que al enemigo, ni los espacios ni los altavoces.

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