España está a la cabeza del uso de ansiolíticos, y psicofármacos. Muy arriba también en la venta de antibióticos y analgésicos. Tenemos una farmacia amable, aunque ya empieza a ser un poco menos magnánima. Hasta hace bien poco, y en muchas farmacias aún, se puede ir a comprar básicamente cualquier cosa, sin demasiados cuestionamientos. Y ya si es la farmacia del barrio, y te conocen, muchos más fácil, porque son como de la familia, y en España la familia es lo primero.
En una ocasión me comentó una paciente que el lorazepam tenía sabor dulce, que era como una golosina, fácil de tomar. De efecto inmediato “me cuesta mucho no tomarlo porque me encanta. ¿cómo pueden hacer las medicinas así?”. Las medicinas están hechas muy bien, pensé para mis adentros, los colores y las formas de las pastillas, jarabes, polvos para diluir, efervescencia. Creo que las chuches deberían aprender de las medicinas y venir en más formatos. Y viceversa, antitérmicos con sabor a pica pica. “Con un poco de azúcar esa píldora que os dan, satisfechos tomaréis..” Pero me estoy desviando de la cuestión. Yo quiero hablar del exceso de medicación, o del abundante uso, dejémoslo ahí. Quién soy yo para saber si es excesivo o justo lo necesario. Subrayar antes de empezar que voy a hablar siempre de la automedicación, no de la medicación correctamente prescrita por un profesional facultativo, tras un diagnóstico adecuado.
Hace tiempo vi un reportaje fotográfico, las imágenes plasman distintas familias, de variados niveles culturales y geográficos, que eran retratadas junto a sus botiquines. Había familias enormes que sólo gastan aspirinas, otras, plantas y ungüentos, en algunos casos una sola persona tenía un botiquín que ocupaba la mayor parte de la imagen. Me llamaron especial atención los que no necesitaban nada, casi siempre fotos pintorescas de lugares lejanos y poca accesibilidad a una farmacia. Sobreviven sin ninguna de esas cosas.
Yo tengo cuatro cajas enteras, cajas de zapatos. Vale que no tiro nada, y que hay medicinas desde el siglo pasado. Pero las cuatro cajas están a reventar. Antitérmicos, antihistamínicos, corticoides, antibióticos, suero para diarreas, antisépticos, pomadas, colirios, gotas óticas, antifúngicos, antiparasitarios, lo juro, tengo todo eso, y seguro que me dejo cosas. Si hago la lista completa ocupo el artículo entero. Eso por no hablar de los suplementos vitamínicos, colágeno, proteínas y nootrópicos. También algún superalimento, infusiones, y una kombucha que tengo que alimentar cuidadosamente. También hay un montón de cosas que no sirven para nada. Casi todas las compra mi suegra. Barrita de árnica, propóleo, una cosa que se llama inmunorespir que asegura que le protege de todo tipo de catarros y alergias.
Ya por cuenta propia reconozco que solía coger ansiolíticos del hospital, para ocasiones especiales, lorazepam, diazepam, alprazolam, clonazepam, también alguna olanzapina llegaba en el bolsillo de mi pantalón ocasionalmente. Y ahí están, dentro de las cajas metidas en su monodosis con la rótula ion hospitalaria. Un pequeño souvenir. También hay preservativos caducados del 2014, y el diafragma con crema espermicida.
Además de una quinta caja con tabaco, papel de fumar, marihuana y otras cosas. Restos de alguna fiesta rescatados de los pantalones. Alguna de esas bolsitas ha pasado por la lavadora. Pero ahí están. » por si hacen algo».
Creo que tengo un diógenes farmacológico, si existe tal cosa. Por favor, decidme que no soy la única.
Lo interesante es que no he tenido una enfermedad en mi vida. Una de verdad quiero decir. Catarros, gripes, gastroenteritis. Algún dolor de muelas, otitis. Cosas banales. Ni un hueso roto. Pero mi tolerancia al dolor es nula. Me sobrepasa la experiencia dolorosa. He sido entrenada para no soportar nada, con una solución para cada problema. Y claro, cómo voy a soportar que siga habiendo problemas sin solución. Dolores sin arreglo. Frustración. Deseos que no se cumplen. Hay pastillas para todo. Cada vez es peor.
A la mínima picadura, golpe o arañazo mis hijos piden un remedio. Igual que los pacientes. No toleran en muchos casos que la solución a sus problemas (si es que la hay) es tiempo y paciencia. En la gran mayoría de visitas la respuesta sería esa, no es nada importante, y se podría no hacer nada y esperar a la resolución espontánea.
En mi caso tras un tímido amago de insinuar otro tipo de remedios, por miedo a la ira de un cliente frustrado y una reseña negativa en Google que te hunde el negocio. Acabo recetando pastillas de distintos colores, además de la recomendación de sentido común, que es descartada antes de salir por la puerta. El esfuerzo está fuera de cuestión, nos hemos olvidado de lo gratificante que es, usar los propios recursos.
Efecto placebo y efecto nocebo son la nueva religión. El pensamiento mágico y los poderes curativos trasladados a esas cápsulas de colores. A mis pacientes también se lo digo. Que no se dejen engañar. Que atribuye a las pastillas una fuerza que en realidad es propia, que les dan demasiado valor. Les explico que en muchos casos las pastillas son como la pluma de Dumbo. Esta es la historia: Dumbo no cree que puede volar, así que los cuervos le dan una pluma, y le dicen que la pluma tiene poderes mágicos. Le dicen que con la pluma podrá volar. Así sucede, con la pluma vuela tan contento. En Dumbo sucede entonces que llega el día de la función en el circo, y el tiene que saltar a una piscina minúscula desde una torre altísima, pero cuando le lanzan de la torre se le cae la pluma, y empieza a caer en picado. Entonces el ratoncito Timoteo le dice a gritos: Dumbo, la pluma es mentira, no es mágica, eres tú el que puede volar. En el último momento levanta el vuelo y rocía a los payasos con agua de su trompa.
Me parece una metáfora excelente para el efecto placebo, motor del 40% de efecto de las pastillas. De hecho, en el mejor de los casos, el placebo contra el efecto terapéutico sólo mejora en un 20 o 30 % la eficacia en el mejor de los casos. A mi me cuesta creerlo, por que soy devota de la medicación, pero eso dicen los estudios.
Nos encanta la magia, el pensamiento mágico ha regido la humanidad durante miles de generaciones, nos sentimos muy distintos por tener una sociedad mayoritariamente laica, pero el pensamiento mágico sigue ahí, con sus pequeños rituales, supersticiones, y hoy en día en las pastillas, depositamos grandes esperanzas, nos hacen pensar que podemos vivir más, estar mejor, tenemos fe en que el dolor sanará y que tendremos el alivio inmediato, Pero el alivio está en gran parte en nuestra propia cabeza. Atribuimos propiedades curativas a las dietas, hábitos, remedios. Quién no ha oído hablar de zumo de limón por la mañana como remedio para todo, cura la diabetes, te aumenta la energía, reduce el dolor menstrual y la cefaes, y además desengrasa, y te hace perder peso, como si fuéramos un lavavajillas. Y si empiezo por ahí habría otra lista interminable de falsas creencias, a la que muchos humanos se aferran con fe religiosa. También se aprovechan de este fenómeno muchos curanderos y terapeutas, que viven de esta necesidad humana de control, pero que no hacen mucho más que la bruja Lola de la televisión nocturna.
También existe, en la dirección contraria, el efecto nocebo, que viene a explicar el fenómeno por el cual, si piensas que algo te sentará mal, tienes más posibilidades de que así sea. Ninguno de los dos efectos, placebo y nocebo, son infalibles claro, como nada en esta vida, pero son dos fenómenos más poderosos de lo que creemos, con evidencia biológica y científica detrás. Es decir, el efecto placebo cura DE VERDAD. Igual que ir al médico aunque sólo recete la pluma de Dumbo. Espero colegas míos que no me echéis del Colegio de médicos por desvelar nuestro secreto.
Mi conclusión no es ninguna, no soy nadie para rechazar estas prácticas, y si el efecto placebo cura de verdad, qué hay de malo en tomar gominolas. Pero es interesante saber, que el poder está en nuestra mente, y que con nuestros propios recursos podemos sobrellevar la mayoría de pequeñas dolencias, contratiempos naturales, aunque a veces esto no exija un poco de descanso y parar el ritmo.
Somos mucho más poderosos de lo que creemos. Y todo pasa. Que la fuerza os acompañe.
*Elvira Herrería Martínez es licenciada en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, especialista en Psiquiatría por la Universidad de Alcalá de Henares y máster en Longevidad y Antienvejecimiento por la Universidad de Barcelona.