El ser humano se mueve por pasiones: el miedo es una muy poderosa. La otra tal vez sea el rencor. Sí, el amor también, pero no estamos en un momento político que potencie ese sentimiento. Al revés: hoy es rentable polarizar desde el odio que, a su vez, nace del resentimiento hacia lo woke. ¿Es una revancha? Diría que sí. Ahora pueden empezar a lloverme piedras, pero como dijo la escritora Camila Sosa Villada, travesti provocadora y revolucionaria donde las haya, era evidente que esto podía pasar. Hablar con “e” como norma moral le da risa a quien ha sufrido violencia y terror en la calle: no deja de ser una medida cosmética y cómoda para quien no tiene cicatrices reales. Y la gente está harta. También dijo que las travestis no necesitaban que nadie les viniera a salvar de una vida horrible para meterlas en otra aún peor. ¿Cuál? La común de quien trabaja mil horas por dinero y no le llega ni para empezar a disfrutar porque apenas le alcanza para comer. Entonces, ¿quién está equivocado? Probablemente un sistema que no da para más. Entonces, ¿se puede convencer de algo sin ser extremo?, ¿hay margen en este momento para los movimientos moderados? Diría que no. Entonces, si no es la extrema derecha, ¿qué propone el movimiento woke salvo llevarse las manos a la cabeza? No lo tengo demasiado claro. Lo que sí sé es que para indignarse moviendo pasiones hace falta hacerlo bien, comprendiendo las herramientas que el siglo XXI proporciona. ¿Redes sociales? Sí, pero mucho más que eso. La comunicación política de la extrema derecha está organizada a nivel mundial siendo poseedora de las herramientas que posibilitan los cambios culturales: me imagino sus risas al ver cómo del otro lado muchos se quedan en Instagram, por ejemplo, y salen despavoridos de X, como si eso fuese a parar alguna ola. No quieren entender que al común de los mortales esos movimientos le importan menos que nada: cuando no sabes si vas a cobrar mañana, que una persona que se supone que está a cargo de mejorar tu vida laboral se preocupe por no tuitear me parece un chiste. Yo también quiero la paz mundial pero no por eso se me ocurriría pulverizar mi ejército si los demás no lo hacen. Es de primero de lógica.
El problema está al fondo y no es sencillo, por eso hay que encararlo desde múltiples ángulos. El primero es la comunicación porque nada se logra sin apoyo popular, al menos en las fases iniciales en las que ya estamos. Cuando las palabras se traduzcan en hechos habrá lágrimas y será tarde. Por tanto, para generar un cambio sistémico hay que trabajar en varios ejes a la vez, sin descanso, y coordinarse. Esto es: análisis, conocimiento de las herramientas, estrategia y comunicación sin tapujos, que potencie, sobre todas las cosas, el asombro. En una red comunicativa destrozada por el ruido y el déficit de atención generalizado sólo emerge quien corta el barullo con la estupefacción. En otro tiempo lo llamaban la teoría del shock aplicado a la economía. Ahora empieza por las palabras: seguirá por las acciones concretas. Veamos.
El miércoles 22 de enero, el mismo día que dio un discurso en el foro de Davos y el magnate Salesforce prometió invertir 500 millones de dólares en la Argentina y tenía además la cabeza caliente de haber estado en la asunción de Trump hacía apenas unas horas, la cuenta de X de Javier Milei lanzó un tuit que terminaba así:
No sólo no les tenemos miedo. Sino que los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta en defensa de la LIBERTAD. Zurdos hijos de putas tiemblen. La libertad avanza. VIVA LA LIBERTAD CARAJO
Una deliciosa y sutil mezcla de miedo y rencor: el objetivo es el miedo para el “opositor”, la palanca es el rencor para la “legitimación popular”. Dejamos fuera ya la barbaridad de que esto salga de boca de un presidente electo pero, ¿todavía podemos decir que estamos bajo los parámetros de democracias liberales? Si te fijas no se distancia mucho de lo que el dictador argentino Jorge Videla decía hace apenas unas décadas con ligeros matices sobre aquello de ‘liquidar a los subversivos’. Lo cual abre el paraguas a que cualquier individuo esté legitimado para salir a matar. Milei no hace nada más que leer la realidad: Trump acaba de indultar a quienes asaltaron el Capitolio. ¿Entonces? Entonces lo hace porque puede. El miedo no radica en recordar perfectamente la tortura y las desapariciones que van justo después de las salvajadas en el lenguaje, sino en el consentimiento e incluso en el apoyo popular. ¿Se volvieron los argentinos salvajes? No: el desliz de la palabra a la acción no es automático. Por el momento lo que opera en esta adhesión al ‘Peluca’, como muchos lo llaman aquí, es el resentimiento hacia tantos años de los KUKAS, como los libertarios les llaman a su vez a quienes aún apoyan al kirchnerismo. Pocos y desorganizados o, mejor, una minoría temerosa que trata de volver a articularse para hacer algún tipo de contrapeso al envite imparable del aparato comunicativo del equipo de Javier Milei.
El problema no empezó hoy. Javier Milei llegó al poder gracias a una campaña de comunicación política que no le tenía miedo alguno a usar sin piedad lo que se ve y lo que no se ve: esto es, redes sociales e influencers en la superficie y guerrilla en la oscuridad. Cuando a Javier Milei le entrevistaban en campaña y se reían de él por su evidente excentricidad y porque no usaba los canales tradicionales para “explicar” sus propuestas que, en general, se sintetizaban en imágenes potentísimas como la de la motosierra, él se tocaba las manos como el Señor Burns y decía sonriendo ‘Yo estoy entre sus sábanas’. Y tenía toda la razón. Su discurso caló a través de los teléfonos móviles que, en gran medida, se usan cada vez más en toda circunstancia, incluso de intimidad, a punto de dormir o de despertarse, tan cómodos consumiendo la droga dura que Musk, Zuckerberg y compañía nos proporciona cada día un poquito más optimizada. Aún hoy lo hace mostrando imágenes con inteligencia artificial en Instagram que sintetizan su pensamiento y se comprenden en milésimas de segundos. Milei trasladó voto de los más jóvenes, desquiciados por un encierro pandémico que les obligó a estar enganchados a las pantallas como zombies más tiempo del aceptable, a sus padres, que ya arrastraban un cabreo considerable por no poder tener “una vida mejor” mientras veían cómo miembros del gobierno de aquel momento estaban de fiesta. Ese mismo personaje hace poco fue denunciado por agresiones por su ex pareja. ¿Les suena algo así con el adalid de la nueva izquierda en España? No se les puede poner tan fácil, la verdad. Del otro lado yo escucho sus risas de noche como un fantasma decrépito que me tira su aliento fétido a la cara. Y tienen razón. La culpa la tienen quienes efectivamente han llegado al poder y no han hecho nada para transformar de raíz lo que ahoga al pueblo: un sistema roto. Alguien se hará cargo de la desilusión y de la frustración: en una fase de muerte clínica, sólo lo puede hacer quien no tenga miedo a desenchufar las máquinas. Los extremos. Parece que la izquierda no se atreve. Se hará entonces desde el otro lado.
Si te fijas no se distancia mucho del campo de pruebas que fue Chile en la década de los 70: Pinochet probó qué pasaba si aplicaba medidas económicas brutales de la Escuela de Chicago contra un pueblo atemorizado. Recordemos que los perros de Milei, que son su adoración, tienen los nombres de aquellos famosos economistas: este es el nivel de fanatismo. En general, cuando al frente tienes una sociedad que acepta o bien porque está anestesiada o bien porque tiene resentimiento o bien porque le cuesta demasiado esfuerzo sobrevivir, es relativamente fácil desmantelar un sistema que cuida por otro que “libera”. La parte que no está comunicando la izquierda woke tan denostada en este nuevo discurso es qué ocurre cuando el Estado no cuida en absoluto, cosa que, ojo, aún no está haciendo Milei. No ha dejado de otorgar planes sociales ni ha quitado el cepo cambiario, tan importante en la Argentina para que la economía no se desboque. Es tan sencillo como brutal. Entonces, ¿hasta dónde opera la retórica y hasta dónde llega la verdad?
La comunicación de Milei no empieza y termina en la Casa Rosada, se transfiere a nuevos medios de comunicación que sí hablan a un público masivo. Milei es el Mesías, por tanto, es lógico que el espectáculo que vende miles de entradas en la calle Corrientes no sea ya el del teatro comprometido de otro tiempo, sino la Misa, en la que influencers hacen chistes violentos e invitan a miembros del Gobierno a carcajearse entre el público. No es broma: esto es real, con ese nombre y con esa realidad. La misma casta de antes que se repartía el dinero para medios pero articulada ya desde un nuevo paradigma más acorde a este presente: en la Argentina el streaming es una realidad. La gran mayoría de la población apenas mira la vieja televisión: la izquierda sigue preparando sus intervenciones en los canales tradicionales perdiendo tiempo y esfuerzo, como si eso importase. No me lo tienen que contar, lo he vivido. Alguien debería decirles que no les están hablando a nadie: sencillamente no saben cómo enfrentar un tiempo que no comprenden. Pero esa excusa no importa: la película sigue y la defensa de los derechos humanos va perdiendo por goleada, así de simple.
Estamos viviendo en este preciso momento un cambio de época. La globalización ha terminado. Todos los polluelos están perdidos pensando hacia dónde tienen que apuntar sus cabecitas. Milei ya ha dicho que, si tiene que salir del Mercosur para hacer acuerdos de libre comercio con Trump, lo hará. Le importa muy poco que Trump haya puesto ya por delante de su negociación una sentencia tan contundente como esta: “Nosotros no necesitamos a Latinoamérica, es Latinoamérica la que nos necesita a nosotros”. Salvo por algunos detalles más: por ejemplo, que la inmensa mayoría de las personas que hacen el trabajo sucio en EEUU son inmigrantes ilegales, sobre todo latinos. Quienes cuidan a los hijos de los profesionales norteamericanos que sí viven el american dream son manos de mujeres que, en la gran mayoría de los casos, han pasado la frontera sur bajo condiciones terroríficas que incluyen violaciones y vejaciones de todo tipo. Muchas ahora están varadas en tierra de nadie como consecuencia del espectáculo que vimos el primer día del mandato de Trump: la firma de decretos como quien reparte caramelos, sin leer siquiera qué está firmando ante las cámaras, aunque cada una de esas firmas pueda significar la muerte y el desamparo de seres humanos.
Entramos en una nueva etapa de la historia que se parece más a la Edad Media que a la contemporánea que habíamos conocido hasta esta semana. La verdad pasa a ser un elemento que importa poco. Vete de X si quieres, pero X no se va a ir de ti.
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