Javier Milei llama Lali Depósito a la cantante Lali Expósito en una entrevista en La Nación por cobrar dinero público en un concierto de rock la misma semana en la que el ecosistema reaccionario patrio empuja a los ultras, y a los que se intoxican con ultras sin ser conscientes, para poner en la diana a Inés Hernand por hacer su trabajo, humor y entretenimiento, en una televisión pública. Lali e Inés son dos mujeres jóvenes, artistas, que se mojan en política y cuestionan las certezas de los temerosos. Su simple presencia es motivo más que suficiente para convertirse en objeto de los ataques de la extrema derecha y de aquellos que creen que lo público es patrimonio de la derecha. Tienen en común lo que son y a quien tienen enfrente, a una extrema derecha que usa sus cuerpos como tableros de juego de la batalla cultural. Sufren violencia hasta en lo simbólico y quien no sepa valorar que las críticas operan a favor de esa reacción no comprende la nueva dimensión de la comunicación y la política ni de quién es cómplice.
El caso de Inés Hernand en España lleva asociado además una serie de perspectivas cruzadas que son interesantes para comprender clivajes políticos de nuestro tiempo, las batallas culturales de la extrema derecha y los debates sobre el papel de la información, los medios de comunicación, los medios públicos y las nuevas narrativas. La crítica de muchos periodistas de TVE a la participación de Hernand en la gala de los Goya por el modo de ejercer su labor, con la excusa de llamar icono a Pedro Sánchez, guarda similitudes con las que sufrió Ibai Llanos por parte de los periodistas deportivos que no sabían adaptarse a la nueva realidad narrativa impuesta con la generalización del uso de las redes sociales. Más aún en un medio donde conviven trabajadores del ente, que no tienen por qué adaptarse a nuevos modos de comunicar, con honrosas excepciones, y contratados, que son los que suelen asumir las necesidades contemporáneas de los modos de comunicar a los que suelen acudir las direcciones para adaptarse a los intereses de los consumidores. La tensión interna laboral convive con la dimensión política de las batallas culturales, e Inés Hernand es el blanco perfecto para que todos esos odios y críticas confluyan.
Toda realidad es representación y por lo tanto no hay una manera concreta de mostrar culturalmente un espectáculo televisivo. Los Goya no se deben narrar de una manera determinada, sino que la forma de narrar conforma los Goya. La televisión funciona de la misma manera, no hay una manera de hacerse, cuando se hace es lo que se produce. La televisión ha tenido que adaptarse para crear nuevos formatos híbridos que incluyan a los creadores que surgieron en las redes sociales con la intención de frenar la sangría de consumidores que migraron de la televisión a las redes sociales. Los formatos son híbridos porque las audiencias lo son, y en esa nueva construcción de los modos de consumo es donde son imprescindibles profesionales como Inés Hernand, que trasladan los modos de comunicar de las redes y transforman así a sus audiencias acercándolas a un formato que de otro modo les sería hostil.
Resulta paradójico que los periodistas, que trajimos al mundo de la información el entretenimiento con el infotainment o los infoshows, echemos a la pira a una comunicadora que se acerca a un evento cultural con la bandera del entretenimiento y unos códigos de comunicación renovados y alejados de las estrecheces y rigorismo que caracterizaban a una televisión pública a la que le costaba abrirse a nuevas realidades, ritmos y lenguajes. No hay mayor perversión de la pureza comunicativa que transformar el periodismo en entretenimiento mediante el sensacionalismo, y hemos sido nosotros los que lo hemos llevado a cabo. No es culpa de Inés Hernand hacer lo que sabe hacer y hacerlo muy bien, por mucho que su humor le quede lejos a una generación que no comprende los códigos con los que la comunicadora se maneja. No tiene que gustarle la forma en la que hace entretenimiento igual que a quienes le gusta Inés Hernand no les gusta José Mota, porque se dirigen a dos mundos que no saben leerse entre sí.
En la polémica no solo aparecen los debates sobre el modo de hacer televisión. En las críticas a la presentadora aparecen todas las dinámicas que se replican en una época de cambio, miedos, incertidumbre y pérdida de los usos y costumbres que resultan reconocibles a quien tiene temor a las transformaciones de época. Inés Hernand es un símbolo que agita el zeitgeist conservador. Quienes la ven en televisión y no comprenden nada de su presencia y forma de hablar lo único que hacen es modular su miedo ante la nueva conformación de la vida en forma de odio para intentar mitigarlo. Lo que temen tiene forma de mujer poderosa. Inés, no se lo tengas en cuenta, solo están asustados.
Sobre la firma
Antonio Maestre es periodista y escritor. Colabora de forma habitual con eldiario.es, La Sexta y Radio Euskadi además de haber publicado en Le Monde Diplomatique y Jacobin. Es autor de los libros Infames (Penguin) y Franquismo S.A (Akal).