La revolución tecnológica actual necesita de un nuevo humanismo. La Inteligencia Artificial y la Tecnología Cuántica están transformando radicalmente nuestra existencia. Cómo nos comportamos, quiénes somos y para qué existimos. Lo repetiré: nada va a ser lo mismo. Nada. Y nuestros hijos vivirán en un mundo radicalmente distinto que hoy somos incapaces de imaginar y quizás de comprender. Se nos presenta una encrucijada de decisiones en nuestro día a día que acabarán definiendo ese mundo.
En esa división de caminos debemos elegir entre construir sobre el sistema establecido, trabajar para crecer la máquina de producción o por el contrario humanizar nuestro trabajo y crear valor para mejorar nuestra existencia. A veces, podemos lograr las dos cosas simultáneamente durante un periodo indefinido. Sin embargo, es común que la primera termine imponiéndose. Se antepone ya que en el siglo XX hemos establecido la carrera materialista y el crecimiento económico como las bases fundamentales del bien de cada sociedad. Indícame el crecimiento de tu PIB y te revelaré la condición de tu nación.
¿Qué pasaría si impulsamos un humanismo moderno que logre que la innovación no solo venga de nosotros, sino que también sea para nosotros?
Cuando Elon Musk lanzó SpaceX, no solo quería impulsar el negocio de los cohetes reutilizables, logrando en un tiempo muy corto increíbles avances tecnológicos: pensaba en cómo llevar la humanidad a Marte. Lo tenía claro, para lograr conquistar el espacio necesitamos muchas más mentes y empresas trabajando en el espacio y eso solo es posible si se reduce el $/kg de llevar material al otro lado de la atmósfera. Se trata de crear un ecosistema. Google comenzó con valores humanos como “don’t be evil” atípicos para una empresa, poniendo a los empleados por delante encualquier decisión y tratando de poner todo el conocimiento del mundo al acceso de cualquiera en cualquier parte. Lo logró (siempre que tuvieras acceso a internet). Fue una transformación humanista tan poderosa como la creación de la imprenta en cuanto al valor aportado a la sociedad. Esto va más allá de las macrotecnológicas. Yvon Chouinard fundador de Patagonia, la empresa de ropa californiana, es bien conocido por hacer negocio siempre anteponiendo la naturaleza y el ser humano.
Sin embargo, esos eran otros tiempos. Finales de los 90, principios de los 2000s. Desde la caída del muro de Berlín, en 1989, hasta nuestros días, no ha existido una gran competición internacional en ciencia y tecnología, una necesidad geopolítica de ganar a toda costa. Con Rusia recuperándose, China resolviendo su pobreza interna y Europa convirtiéndose en el mercado turístico de los Estados Unidos, nos lo podíamos permitir. Las cosas han cambiado. Estamos en medio de una nueva carrera por el liderazgo científico y tecnológico mundial, similar a la carrera nuclear y espacial entre los dos bloques en el pasado, en la que detenerse no es una opción. A esta velocidad, los valores humanos quedan de lado.
Para transmitir esa filosofía empresarial en la carrera tecnológica que estamos viviendo necesitamos un ejército formado por filósofos, artistas, creadores e historiadores que se alíen con los ingenieros y científicos que están creando estas nuevas herramientas. Se trata de lograr crear equipos de polímatas, casi un imposible mitológico, traer la esencia de los Da Vinci, Aristóteles, Galileo o Isaac Newton para forzarnos a cuestionar nuestros principios. Y también, para ayudarnos a integrar la conciencia, la ética y el alma en la decisiones a la hora de crear las nuevas herramientas al servicio del hombre. Si se me permite el palabro, hay que crear la “artecnología”: una simbiosis de lo mejor de ambos mundos para construir líneas de código que decanten nuestra esencia, y que así formen soluciones tecnológicas humanas. Los humanos somos expertos en perdernos en las operaciones del día a día y en perder la perspectiva, así podemos llegar a ancianos sin darnos cuenta de que ha pasado una vida entera. Al pararnos a pensar las preguntas profundas de un filósofo, al admirar el cuadro de un artista y tratar de sentir, nuestro cerebro crea nuevas sinapsis que luego, de forma inconsciente, se unirán a las de la creación. Para ello, tenemos que tener a los artistas cerca.
Entrenar los modelos de IA nos está poniendo a prueba. Nos obliga a revisar nuestros valores, nuestros principios, nuestros conceptos de ética, moral, verdad, bien y mal, y nuestra conciencia.¿Qué debería contestar la IA?¿Cómo debería actuar? ¿Qué es ser humano? Dar con esa respuesta, e integrarla en la revolución tecnológica, supondría un punto y aparte en la historia de la humanidad. No hay una respuesta correcta, una verdad absoluta. Ese es el reto.
Durante siglos, la mayoría de la población vivió para servir. En las teocracias, a Dios. En las monarquías, al Rey. Y en el capitalismo, dirán algunos, al dinero, a la productividad, o al consumo. En el futuro, si queremos servirnos a nosotros mismos necesitamos más que nunca un humanismo moderno.
Eso significa entender que no todo va de ceros y unos (el lenguaje de las máquinas) y que hay conceptos que aún no somos capaces de explicar, ni con los átomos de la cuántica. El éxito de la revolución en la que estamos sumergidos pasará por la empatía y el entendimiento de nuestro entorno. Sólo entonces lograremos crear soluciones tecnológicas integradas hacia los seres humanos y la naturaleza, que facilitan un resultado positivo hacia la vida. A todos vosotros, creativos y pensadores multidisciplinarios, os tendemos la mano para construir juntos el futuro.
*Fernando Domínguez Pinuaga es vicepresidente de SandboxAQ