Una mujer golpeada, con la cara amoratada tras sufrir el trauma de haber sido violada por tres fascistas que habían apaleado también a su novio comunista observa una reunión de sus amigas hablando de feminismo en la Florencia universitaria donde se desarrolla la serie “La Amiga estupenda” basada en los libros de Elena Ferrante. Con la mirada perdida y alejada de la conversación de sus amigos dice de forma mecánica: “Esos fascistas de mierda. Solo hablan el idioma de la polla. Y cuando son impotentes esa gente de mierda sustituye tranquilamente la polla por las barras, la porra, el ejército. Deberíamos acabar con los hombres. Hasta nuestros compañeros son fascistas”.
El lenguaje de la extrema derecha en redes funciona como un falo mecánico agresor manejado por una tropa de misóginos que han visto en el posfascismo la posibilidad de hacer sentir a las mujeres el rencor rumiado durante años por haber sido ignorados y despreciados en el ámbito de las relaciones humanas. La extrema derecha busca humillar, asustar, coaccionar y acomplejar con comentarios sobre el físico que indiscriminadamente se usan de manera organizada contra toda mujer que tenga voz en el espacio público. Si eres una mujer y has opinado contra VOX sabes que esta definición no es solo retórica, funcionan en redes con un falo violador. Las mujeres que opinan de política tienen un hándicap del que nos libramos todos aquellos que estamos expuestos al odio digital y es que ellas son el sujeto que aspiran a humillar de manera concreta en el mundo real. Quisieran someterlas de forma física. Las mujeres representan aquello que no han podido dominar en el mundo físico por no poder servir al papel que ellas habían representado en sus fantasías. Los complejos han carcomido el ego a estos fantoches digitales que solo consiguen sentirse poderosos doblegando la autoestima de aquellas mujeres que no pueden poseer.
La violencia digital de la extrema derecha es un gran verga invasora que esparce su esperma maloliente como símbolo de una masculinidad herida. Una virilidad rancia que emana de un supremacismo que guarda similitudes con la doctrina futurista de Marinetti que sirvió de magma intelectual para el fascismo de los años 30, ahora convertido en comentarios en Twitter, Instagram o Facebook. El manifiesto futurista publicado en 1909 podría ser el compromiso ético de Forocoches al que todo forero tiene que someterse: “Queremos glorificar la guerra —única higiene del mundo—, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las ideas por las cuales se muere y el desprecio por la mujer […] Queremos destruir y quemar los museos, las bibliotecas, las academias variadas y combatir el moralismo, el feminismo y todas las demás cobardías oportunistas y utilitarias”. Forocoches es el sitio digital español donde anida toda la excrecencia incel de la que se nutren las redes de odio que ayudan a VOX. Harían honor a lo infecto de su contenido si incluyeran como logo al motorista de casco penetrante de Mario Guido Dal Monte, pero para eso sus miembros tendrían que tener al menos la cultura de un fascista letrado como Gabrielle D´Annunzio. Estas glebas de Arditi contemporáneos hipotrofiados se caracterizan por una impotencia física de la virilidad que tienen que compensar con la humillación digital al fruto de su complejo. Por eso siempre las mujeres son sus objetivos primordiales, además de utilizar un lenguaje de desprecio hacia todo aquel que no reúna su imaginario supremacista masculino.
El odio en las redes es difícil de llevar cuando no se ha pasado un aprendizaje que enseñe a relativizar y comprender que quien suele estar detrás de una cuenta que escupe sus frustraciones suele ser alguien que en la vida real solo merece lástima. Los que han tenido la desgracia de conocer a sus trolls fuera de la pantalla se sorprenden al constatar que suelen ser seres timoratos, con grandes problemas de socialización, incapaces de aguantar la mirada y reacios a establecer una conversación adulta. El dolor causado a través de las redes nos hace imaginarlos como seres crueles y poderosos, equiparables al sufrimiento que son capaces de causar, pero sucede todo lo contrario, su capacidad para imponer respeto de manera física es inversamente proporcional a su habilidad para destruir la salud mental de quien sufre sus campañas de acoso, desprecio y descrédito personal. Las empresas de comunicación digitales no han logrado parar el potencial antidemocrático de los discursos de odio en sus plataformas, una circunstancia que no tiene visos de mejorar y adquiere una deriva preocupante cuando conocemos que un personajes como Elon Musk se convierte en accionista mayoritario de Twitter con un discurso que va en la línea contraria al control de cualquier tipo de mensaje tóxico en aras de una malentendida defensa de la libertad de expresión.
La aceptación de que el odio que esparce el fascismo necesita hacerse visible para influir y amedrentar, mientras que la admiración y el halago son silenciosos y cautos, funciona como una medicina que ayuda a minusvalorar el potencial destructor de la bilis que se esparce en la red. Interiorizar que ese odio se hace más fuerte cuanto más importancia le concedemos sirve para capar y cauterizar la eficacia del falo digital posfascista que mancilla y violenta a quien es objetivo de su impotencia. El odio digital adquiere forma física con demasiada frecuencia y fijar nuestra atención en él le hace más poderoso hasta convertirlo en poseedor de nuestra voluntad para opinar, informar y participar en la vida pública. La extrema derecha es consciente de la capacidad performativa del discurso de odio y la fuerza que tiene a la hora de incapacitar a las personas contrarias a sus intereses. La fuerza de una opinión pública en la que las mujeres y el feminismo tengan relevancia son el mayor antídoto contra el virus antidemocrático que los movimientos posfascistas inoculan en la sociedad a través de las plataformas digitales. La única manera de confrontarlo es cercenar ese falo violador de la extrema derecha y legislar con valentía dando potestad al estado para confrontarlo y capar la posibilidad de que empresarios tóxicos como Elon Musk creen las condiciones para que ese odio crezca haciéndose mayoritarios en empresas de comunicación como Twitter.
Sobre la firma
Antonio Maestre es periodista y escritor. Colabora de forma habitual con eldiario.es, La Sexta y Radio Euskadi además de haber publicado en Le Monde Diplomatique y Jacobin. Es autor de los libros Infames (Penguin) y Franquismo S.A (Akal).