Andaba el otro día leyendo una columna de Jorge Volpi sobre la desgracia de la situación con la conversación pública en internet cuando por mor de mi agudizado déficit de atención salté a Twitter. Lo primero que me recomendó su agudo algoritmo es esta troleada de Elon Musk llamando gordo a Bill Gates por la vía de usar un meme del hombre embarazado y por acompañarlo del texto “en caso de que necesites bajar una erección rápido”.
Musk es un gran tuitero, ya lo hemos comentado por aquí, y lo es gracias a su ruptura con los manuales de comunicación convencionales para directivos, famosos y estrellas de rock domesticadas por el sistema. Elon es el rey del shitposing. Definía la práctica hace poco Jordi Pérez Colomé en su estupenda lista de correo “… es decir algo solo para liar, confundir, relativizar y reírse de la audiencia. Es una especie de troleo sofisticado. Casi cada semana necesito un término intraducible para describir algo que ocurre en las redes. ‘Cacaposteo’ podría servir.”
Discrepo con Pérez Colomé en esta ocasión, el shitposting es ante todo una rebelión contra la autocensura y contra el tomarse demasiado en serio a uno mismo. En la enganchada de Musk contra Gates podríamos considerar el contexto, el fundador de Microsoft le había reconocido estar invertido en corto en Tesla. Es decir, el gran filántropo promotor de una gran transición ecológica invierte a la espera de que vaya peor, de que baje la cotización de la empresa qué más ha hecho por la electrificación del coche.
Se podría sostener que es posible contestar a Gates, criticarlo y evidenciar sus contradicciones sin sacar a colación su estado físico como si Musk no hubiera superado los 15 años. Cierto es, como lo es que necesitamos punkies que pasen del sistema, heterodoxos que no se amolden a lo conveniente, antagonistas de nuestra sensata y mortalmente aburrida moderación.
Esta rebeldía es más meritoria conforme descendemos en la escala social – es más fácil rajar cuando eres de los tipos más ricos del planeta – y, sobre todo, en la escala generacional. Si por aquí hemos debatido sobre el final del internet de la Generación X, tenemos a un buen número de millenials quejosos de que la experiencia online ya no es lo que era. Entre sus nostalgias figura en un lugar destacado Tuenti, algo que ya supo detectar Ana Iris Simón hace cinco años en esta pieza de Vice .
En su reportaje está el lamento de una inocencia digital perdida. Sin pensar en “la huella digital” adolescentes de toda España reproducían en la red social momentos, debates y bochornos sin filtrar. El final de Tuenti fue también el cambio de una etapa, esa en la que lo virtual iba por detrás y era reflejo de una experiencia “offline” y no una realidad paralela, con tanto peso o más en la socialización, desarrollo y vida del adolescente.
Esa huella en internet preocupa porque entronca con la impostura por excelencia de nuestros tiempos, el concepto de marca personal. Esa visión teleológica de nuestro estar en digital – la promoción propia para maximizar las oportunidades profesionales, es decir, la motivación económica – es la esclavitud digital nuestro tiempo y no esa visión mítica, repetida hasta el machaque y falsa en toda su concepción de que somos esclavos de las grandes tecnológicas que nos manipulan y nos condicionan.
Es más, el concepto de marca personal llevado al máximo nos lleva a la devaluación permanente de todas las marcas personales. Siguiente los mismos libros de estilo, intentando posicionarnos como productos de marketing en nuestras propias manos, repitiendo lo que han hecho otros hasta volvernos indistinguibles unos de otros. El infierno en la Tierra – en su vertiente digital – del estar en internet para posicionarse es Linkedin y su deriva entrópica hacia la maximización del postureo.
Lo que apareció como una buena idea, que uno por cierto sigue recomendando a alumnos y mentorizados, el enseñar y compartir el trabajo y conocimiento propio en internet, se ha convertido en su expresión extrema en la apoteosis de la falsedad y la pretenciosidad. Como explicaba hace poco José Alcántara, “Mira qué proactivo y qué creativo soy, te lo demuestro copiando un meme que he visto en el perfil de un gurú de tres al cuarto”
Saltando de lo generacional a lo social, me he acordado de una vez me invitaron al festival de Cannes. Como periodista de segunda fila uno debía observar el protocolo y atender a un “dress code” estricto so pena de ser expulsado del estreno de aquella noche. Observé sin sorpresa que si eras una figura importante podías vestir, comportarte y hacer lo que te diera la gana. La muestra de capital social no era ir de etiqueta y cumplir las normas sino lo contrario.
En internet con nuestra constante fiscalización hemos logrado un resultado similar. Elon Musk puede ser un shitposter pero para el pobrecito hablador de turno hay mensajes que pueden tener un precio a pagar demasiado alto. Y aquí es donde entra en juego el semi anonimato con el que poblamos Twitter y otros foros: nuestro avatar y pseudónimo para ser más nosotros mismos y no la careta que la presión social nos obliga a ponernos.
Es cierto que el pseudo anonimato – lo es en el sentido de que por la vía del registro con teléfono y cruce de Ips por la vía judicial se suele llegar a la identidad real – es también el traje que visten troles y acosadores. Bien está que se luche contra ellos, pero también que se subraye que para ello no deberíamos llevarnos por delante lo que nos permite hablar con más libertad.
Shitposteemos con alegría – siento que el “cacaposteemos” que propone Jordi no va a cuajar – . Y si queremos no convertir internet en un parque temático de aspirantes a gurús en Linkedin asumamos una máxima con determinación: no penalicemos ni al ofrecer o mantener nuestra amistad ni al relacionarnos profesionalmente a los shitposters. Después de todo ¿quién no ha tenido un día de fotos vergonzosas de juventud trufadas de hot takes de las que ahora se arrepiente? (aunque no mucho).
Sobre la firma
Ingeniero Informático, pero de letras. Fundador de Xataka, analista tecnológico y escritor de la lista de correo 'Causas y Azares'