Tecnología y progreso no son sinónimos. Sin embargo, en Occidente la asociación entre ambos es tan estrecha que, por regla general, actuamos como si fuera así. Por eso, cuando escuchamos afirmaciones tales como “la digitalización ha llegado para quedarse” o “la inteligencia artificial (IA) es inevitable”, las aceptamos casi sin cuestionamiento o contestación. Porque ¿quién en su sano juicio querría ir contra el progreso? Nadie. ¿Qué futuro imaginable no tiene a la tecnología como protagonista? Ninguno.
Con estas preguntas no pretendo hacerles creer que tengo alguna inquina personal contra la tecnología. Yo también coincido en que la tecnología (y la ciencia) han sido esenciales para alcanzar los niveles de bienestar de los que gozamos en Occidente, y considero, sinceramente, que pueden seguir haciendo nuestras vidas mejores. Ahora bien, también creo que deberíamos ser más precavidos y reflexivos al depositar gran parte de nuestras esperanzas para la construcción de un futuro mejor en un desarrollo tecnológico que, en muchos casos, parece avanzar sin nadie a los mandos. Y es que ni la IA ni ninguna otra tecnología nos dirigirán, por sí mismas, hacia ningún lugar o tiempo que sea digno de ser calificado como progreso.
La IA, al igual que las demás tecnologías, es un producto social y, por tanto, su diseño, construcción y uso se encuentran plagados de condicionantes políticos. No reconocerlo significa blanquear la tecnología y hacerla pasar por neutra para que los que ejercen el poder a través de ella puedan seguir haciéndolo sin posibilidad de contestación. Admitir la naturaleza social y política de la IA es el primer e ineludible paso para poder retomar el control de estas tecnologías y, con ello, tener la posibilidad real de construir un futuro mejor.
Un futuro que, actualmente, según anuncian los planes y estrategias de IA de todo Occidente, se basa, principalmente, en proporcionar servicios más eficaces y generar más riqueza. Ambas posibles gracias a la digitalización y a la IA. Ante esta situación les pregunto, ¿el progreso consiste solamente en eso? ¿Es ése el mejor futuro al que podemos aspirar?
Formulo esta pregunta, porque me atrevería a afirmar que, en la mayor parte de los países occidentales, el problema no es la generación de riqueza, sino la distribución de la misma, y que, posiblemente, el progreso debería consistir en algo más que perseverar en algo muy similar a lo que se lleva realizando durante décadas, pero con herramientas más caras.
Quizás el progreso esté más relacionado con, por ejemplo, tomar conciencia sobre cómo vamos a hacer compatible (si es que es posible) el uso de la IA a la escala que tenemos prevista, con la crisis ecosocial que los propios seres humanos hemos causado. Deberíamos ser conscientes de que, mientras nosotros vivimos bajo el mantra “digitalizarse o morir”, existen personas trabajando en condiciones inhumanas para extraer los recursos naturales que se necesitan para construir las tecnologías con las que pretendemos construir nuestro futuro. Recursos que empiezan a agotarse y cuya extracción no solo agrava el desastre ecológico, sino que también provoca conflictos geopolíticos donde, como suele suceder, unos salen más perjudicados que otros.
La reflexión sobre el progreso debería centrarse en pensar si la libertad es compatible con el uso masivo de tecnologías de IA o en desarrollar tecnologías enfocadas a transformar radicalmente la vida de las mujeres. Proyectos tecnológicos y políticos que no solo centren su atención en la transformación del trabajo remunerado, sino también del no remunerado.
El progreso, y el futuro imaginado, debería tener más que ver con la creación de nuevas dinámicas basadas en la justicia y la igualdad que con los objetivos del proyecto tecnológico existente actualmente. Frente a proyectos políticos cuya idea de progreso se identifica casi exclusivamente con la del crecimiento económico, la mejora de la productividad y la eficacia a través de la IA, necesitamos opciones políticas que doten de fines alternativos a la tecnología para alcanzar horizontes realmente emancipadores.
La tecnología no es sinónimo de progreso, pero puede ayudarnos a alcanzarlo. Sin embargo, para ello necesitamos ser lo suficientemente valientes y ambiciosos como para imaginar escenarios que escapen a las dinámicas en las que actualmente estamos inmersos y que seguimos por inercia. Futuros progresistas que ofrezcan una solución real a los problemas que nos acechan y que ninguna IA resolverá por nosotros.
La identidad entre progreso y tecnología está agotada. Reconocerlo puede producir sensación de vértigo porque ha estado operativa durante mucho tiempo y está muy arraigada en nuestra identidad europea. Pero es necesario aceptarlo para poder afrontar el momento que vivimos, abandonar los parámetros de desarrollo tecnológico inconsciente, y de este modo, imaginar un futuro donde la IA pueda ser una herramienta que verdaderamente contribuya al progreso.
*Lucía Ortiz de Zárate es investigadora en Ética y Gobernanza de la Inteligencia Artificial en la Universidad Autónoma de Madrid e investigadora asociada en el Círculo de Bellas Artes.