El capitalismo de los intangibles: ¿ser un hombre es ser un problema?

La siguiente aspiración del progreso económico de la humanidad debe focalizarse en descubrir cómo conciliar la superioridad biológica innata de nuestra especie con la capacidad generativa de la que somos capaces para producir una réplica sintética de nuestra naturaleza a través de sus mismos mimbres.

Los desafíos relacionados con el crecimiento en el empleo, la remediación de la desigualdad, el ritmo de la innovación tecnológica, los ingresos de los negocios y la extensión sensorial y cognitiva del liderazgo humano para transformar el tejido productivo, todos ellos tienen un hilo común que los interconecta a modo de red neuronal. Por tanto, este hilo de unión sináptica al que hay que prestar atención en la esfera socioeconómica se corresponde con el de los intangibles y su efecto inmediato sobre la productividad. Resulta imprescindible que la ciudadanía sepa cómo mirarlo y cuál es su funcionamiento unitario, puesto que, a tenor de su evolución, tendrá lugar un impacto sobre los estándares de vida

Hay que distinguir tanto lo que estos son como, especialmente, las bondades que nos caben esperar por invertir en ellos. En el fondo de la cuestión, de lo que vamos a tratar es de la naturaleza de las autopistas del conocimiento mediante las cuales se podría construir un futuro prometedor que nos trajera cordura para combatir las falsedades en la información, los delirios de las teorías conspiradoras y la codicia de quienes contaminan el propósito de la democracia.

APRENDER ES RECORDAR. ¿QUÉ ES UNA INVERSIÓN?  

De manera simplificada, una inversión es lo que sucede cuando un agente productor, empresario o inversor adquiere un activo o gasta recursos para mejorarlo. En tal enunciado es preciso explicar lo que se asume como “activo”. En este caso, un activo es un recurso económico que genera una expectativa de obtener un beneficio o ganancia en un determinado lapso temporal. Hay que dejar claro que la inversión en la dimensión de los intangibles no está asociada, por ejemplo, ni a la compra o la venta de acciones en el mercado ni al esfuerzo de una familia cuando da el paso de solicitar un préstamo para pagar un máster de posgrado para alguno de sus hijos o para adquirir un vehículo eléctrico para contaminar menos.

El enfoque al que nos referimos solo se centra en determinados tipos de inversiones realizadas fundamentalmente por las empresas y los gobiernos para que emerja una especie de médula espinal sintética en la que sea viable a largo plazo el afloramiento de ramificaciones nerviosas y cadenas de sinapsis neuronales que permitan la cristalización de servicios de valor añadido para el progreso de la sociedad.

EJEMPLOS DE INVERSIONES EN RECURSOS INTANGIBLES  

Entre otros, podemos citar a las bases de datos curadas, software, I+D, propiedad industrial e intelectual como imágenes, diseños y creaciones artísticas, literarias, musicales y audiovisuales, investigaciones de mercado, reingeniería de procesos organizativos y de producción, o la formación continua para trabajadores. En esta lista queda claro que, en esencia, son “objetos” que no se tocan ni se pesan de un modo convencional. Así, cuando Toyota implantó la metodología lean para rediseñar los procesos de trabajo en sus líneas de fabricación, la decisión de hacerlo y la inversión en formar a sus empleados no se podían concebir como una “cosa” que se pudiera empaquetar, apilar o enchufar, pero sí que pasaron a ser observables sus efectos tanto en la productividad como en la calidad de la manufactura de sus productos. Se trata de un intangible que funciona como un factor agregado de producción que mejora la forma del entregable a escala cualitativa. Dicho con otras palabras, el beneficio que aporta lean a sus procesos de fabricación se distribuye por múltiples dimensiones a tenor de un juicio racional subjetivo que no queda solamente demostrado por ratios cuantificados de volumen y tiempo.

El juicio subjetivo al que apunto trata de la excelencia: una manera abstracta de hacer las cosas lo mejor posible dentro de las condiciones existentes en un entorno real (ser adaptativo), guardando el deseo recurrente de ir mejorando con progresividad, sin temor al fallo; justo lo contrario al perfeccionismo entendido como el síntoma de una conduta obsesiva y dañina para la generación de creatividad. En efecto, Toyota se revaloriza como empresa no solo por lo que tecnológicamente ofrecen sus vehículos, sino también por la inteligencia que cristalizan sus profesionales a la hora de diseñarlos y hacerlos fiables gracias a sumarles ese raro concepto que se conoce como valor añadido y que es incubado dentro de su cultura empresarial. Bien es cierto que este método al que aludo, hoy en día, está globalizado en un amplio abanico de sectores de la economía (automoción, aeronáutico, tecnologías de la información, químico, farmacéutico y sanitario). Por consiguiente, una empresa que decide utilizarlo se distinguiría de sus competidores por la integridad y efectividad que alcanza mediante la práctica de esta forma de trabajar (porque sabe desplegarlo).

EL INTANGIBLE DEL LIDERAZGO Y SU CULTURA ASOCIADA

En el gerencialismo moderno se ha venido considerando que una buena organización es aquella en la que los objetivos resultan claros y medibles, con una infraestructura de monitorización constante del rendimiento de la empresa y con sistemas de información robustos, así como políticas activas para revisar los procesos de trabajo y recompensar a los empleados (Nicolas Bloom & John Van Reenen). Sin embargo, estos requisitos mínimos no garantizan que la productividad de una organización basada en intangibles consiga elevarse por encima de las expectativas. Hay otros elementos que se han demostrado a lo largo de la evolución del capital como más decisivos para crear un ciclo virtuoso. Uno es el grado de coordinación interna que posee una empresa y, asociado a este, el otro elemento crítico sería el diseño del liderazgo humano con el que después producir una cultura del intangible.

La cultura del intangible tiene su mejor representación en la aspiración de contar con una dinámica de innovación sistémica dentro de la empresa. De manera que, para que esta pueda florecer, se debe satisfacer al mismo tiempo la necesidad de una dinámica de liderazgo sistémico.

Esta constatación es la que obliga a la economía a invertir en líderes y estilos de liderazgo. A tenor del funcionamiento de la economía competitiva, un líder debía ser alguien que supiera más que sus seguidores y les convenciera con hechos de dicho grado de sapiencia extra, encarnando con su propio ejemplo el sacrificio que solicita, y demostrando que su visión (acerca de que el proyecto que impulsa tendrá éxito) resulta incorruptible e infatigable. Estos requisitos son los que sugerirían a priori que el líder será capaz de arrastrar a la organización hacia la voluntad y la autoconfianza de hacerlo, incluso a pesar de las adversidades. Pero limitarse a desarrollar este paradigma se ha demostrado igualmente insuficiente para alcanzar un punto de inflexión positivo. Por consiguiente, sería una causa necesaria, pero no suficiente.

En epidemióloga social, el enfoque determinista establece que un evento X antecede siempre a un trauma o un resultado Y, por ende, si no está presente este evento previamente no podría darse la conclusión que se espera. Esta posibilidad debemos catalogarla como causa necesaria. Mientras que cuando un conjunto de eventos se produce e inexorablemente da lugar al mismo fenómeno o situación, estaríamos ante una causa suficiente. Dicho de otro modo, cuando aparece la concatenación de un conjunto de causas (formándose un campo causal) es suficiente para lograr siempre el mismo resultado.

¿Cuál sería el campo causal para lograr que la inversión en intangibles equivalga a una determinada generación de innovación y crecimiento económico? La variable clave que lo cambia todo para aumentar la productividad dentro de la cultura del intangible se sostiene en una idea muy sencilla: en lugar de ser un gestor que dirige y controla el talento que tiene a su disposición, se opta por un enfoque más eficaz y dialéctico en el que los líderes quedan al servicio de las personas que dirigen. La atención se centra en que los líderes puedan facilitar la vida de los miembros de su equipo, física, cognitiva y emocionalmente. Los estudios muestran que infundir esta mentalidad del bienestar cognitivo y emocional es capaz de mejorar tanto el rendimiento como la percepción subjetiva del equipo sobre sus aspiraciones y logros.

Otra variable asociada a la anterior, y que debería estar presente para gestar la disrupción, se basa en el desarrollo de un nuevo nivel de conciencia y conocimiento del Yo interior entre los responsables de las empresas. Los líderes que miran hacia sí mismos y emprenden un viaje de autodescubrimiento tienen más probabilidades de adoptar cambios profundos en sus vidas, tanto personal como profesionalmente, lo que les permitiría beneficiar de una manera creativa e inesperada a su organización. Esto implica desarrollar, por un lado, una «conciencia de tu propio perfil» (una combinación de los hábitos de pensamiento, emociones, esperanzas y comportamientos de una persona en diferentes circunstancias) y, por otro, una «conciencia del Otro” (reconocer lo que impulsa a las otras personas a actuar). Combinar el trabajo individual, orientado hacia el interior, con acciones dirigidas hacia el conocimiento del entorno social constituirían el campo causal necesario para crear cambios duraderos y empujar el crecimiento de la economía con valor añadido.

EL MILAGRO DE LA PRODUCTIVIDAD: INVERSIÓN + DESPLIEGUE

En los últimos 25 años, la inversión en intangibles aumentó en Europa y EEUU en un 29%. Según un informe de McKinsey Global Institute, al examinar los registros de inversión por país y la correlación con el crecimiento en valor añadió de sus respectivas economías (GVA growth), los cinco lideres resultantes son Suecia, EEUU, Dinamarca, Holanda y Gran Bretaña.

Por su parte, España invierte en intangibles casi un 50% menos que este grupo de cabeza. Sin embargo, con sus registros medios, España sí logra extraer una gran efectividad a la hora de ganar valor añadido, lo que pone de manifiesto lo eficiente que sería económicamente acrecentar la inversión, especialmente en aspectos como el desarrollo del capital humano y el liderazgo para mejorar el nivel del management que conjugan lo que desatiende en mayor proporción.

A pesar de esta radiografía, hay pocas dudas acerca de que la mera inversión en intangibles no basta para impulsar la productividad. Las empresas deben pensar detenidamente sobre cómo desplegar y utilizar estas inversiones para desarrollar nuevas capacidades con las que fabricar la ventaja competitiva. En Estados Unidos, la productividad creció rápidamente, del 1,5% anual en 1970-1995 al 2,5% en 1995-2005. Este aumento de la productividad fue posible gracias tanto a la inversión en las tecnologías de la información y comunicación como por la forma en que las empresas organizaron sus funciones y tareas, y cómo sus trabajadores utilizaron la tecnología para crear, acelerar y mejorar la producción. La combinación de una elevada inversión y un despliegue eficaz queda “patentada” por el capitalismo de los intangibles como el factor diferenciador entre los que más crecen y los que menos.

NACE UNA IA CRUZADA CON CÉLULAS CEREBRALES

El talento de las personas no es un mero insumo, sino una inversión necesaria que, junto con la creatividad y la audacia colectivizadas, permite a las empresas innovar. Una vez que este principio es asumido como parte de la ortodoxia productiva, todavía queda lo más complejo: hacerlo cristalizar fenoménicamente, lo que es lo mismo que reconocer que la aspiración queda casi siempre por delante de la expiración, por lo que las desilusiones se van acumulando con el tiempo, llevando a las sociedades hacia la configuración de utopías industriales.

La siguiente aspiración dentro del progreso económico de la humanidad está focalizada en descubrir el modo de conciliar la superioridad biológica innata de nuestra especie con la capacidad generativa de la que somos capaces para producir una réplica sintética de nuestra naturaleza a través de sus mismos mimbres. Así se están empezar a dar los primeros pasos para engendrar en la imaginación de los investigadores e inversores la posibilidad de una inteligencia organoide.

Para entender en qué consiste hay que recordar que la computación actual que busca reconocerse a sí misma como una inteligencia artificial (IA) avanzada se limita a construir una simulación de conexiones neuronales sobre una base de silicio. En cambio, la inteligencia organoide literalmente usaría células vivas iguales a las de nuestro cerebro (al menos serían necesarias 10 millones de ellas) para desplegar un campo neuronal biológico que se comunicase con un cerebro artificial.

Todavía no existen los conocimientos ni la tecnología que hagan viable que una inteligencia organoide pueda existir en el corto plazo (entre muchas otras cosas, habría que idear un sistema vascular autónomo para que las células no mueran). Pero lo reseñable es la aparición de un deseo social de materializar la primera biocomputadora de la historia (tal y como ha sido concebida por sus pioneros). Sobre este deseo habría que reflexionar con templanza para no cegarse con el contenido y formulación del problema, ni dejarse llevar por el ansia de encontrar una solución aunque sea precipitada, olvidándonos de lo que hizo que brotara la necesidad por la que este reto ha sido planteado (el deseo de curar enfermedades y solucionar todas las problemáticas de índole económico que hasta el momento han sido irresolubles con la ayuda de una superinteligencia transhumana).

LA CAUSA DEL PROBLEMA: LA ECONOMÍA DEL HOMBRE COMO TOTALIDAD

Una pregunta surge de la falta de conocimiento, del deseo de saber más y del impulso de la curiosidad. Y detrás de esta última lo que se halla respirando sobre nuestro cogote es la angustia. Para el célebre rabino y activista político Abraham J. Heschel, “ser un hombre es ser un problema”. De tal manera que la angustia de las personas viene causada por la contradicción que se establece entre cómo es el mundo en lo tangible y cómo se articula la expectativa que tienen de él en lo intangible. La angustia, advierte Heschel, nos convierte en un problema para nosotros mismos. Si extrapolamos este marco de asunciones al del capitalismo de los intangibles, este mismo no sería otra cosa que un intento para que la humanidad se parezca a la imagen de lo que debería ser, aunque esta no tenga claro si la imagen del deber de la que parte se corresponde con el bien. Según este razonamiento humanista, la tensión irracional que corrompe el funcionamiento del sistema económico deriva del error de considerar que la inversión en intangibles es un medio, cuando esta debería ser reconocida como un fin en sí mismo: el de erradicar el falso conocimiento de lo que es la condición humana.

Si cedemos a la expectativa de que el ser humano quedará liberado de su angustia por la simple ilusión de llegar a ser exacto (el deseo conformista de ser empíricamente preciso), caeremos en una trampa peligrosa, pues se trata de un sesgo limitante que nos conduce al fracaso social. Para contrarrestarlo, habría que discernir que hay una verdad compensatoria detrás de cada hecho medido. En consecuencia, es legítimo reconocer que lo que nos hace humanos viene dado por un mapa causal compuesto por un caudal de actitudes, creencias, emociones e ideas a menudo contradictorias entre sí (actuando como compensaciones del sistema que suman o restan los intereses de grupos en conflicto en cada escenario). Es por esta razón que los hechos no pueden describirse con una pura exactitud si olvidamos que existe un alma inefable que atraviesa y une todos los fenómenos de la cultura. La cultura del intangible debe plantearse como la cultura del hombre como totalidad (quedando subsumida en ella su devenir dentro de la existencia materialista de las empresas). Adoptar este ángulo es lo más humano que nos cabe esperar a la hora de continuar investigando sobre el crecimiento económico y la productividad.

Sobre la firma

Alberto González Pascual

Alberto González Pascual. Doctor en Ciencias de la Información y de Pensamiento Político, y profesor universitario. Responsable del programa de Transformación Cultural de ESADE. Director de Cultura, Desarrollo y Gestión del talento de PRISA. Su último libro es Los Nuevos Fascismos. Manipulando el resentimiento (Almuzara, 2022).

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