Se abre el telón. Aparece un consultor trajeado, repeinado, comiendo de un tupper recalentado. Llora desconsoladamente. ¿Cómo se llama la película? El llorica de Wall Street.
Lo que también podríamos titular como Pesadilla en la Castellana St. es realmente el supuesto sueño neoliberal de todo estudiante de ADE y combinados posmodernos varios. O lo era hasta hace un par de días. Y justo entonces, España se levantó con la versión patria del woke por las prácticas abusivas que las llamadas Big Four llevan años ejerciendo de forma totalmente impune, con el beneplácito y hasta agradecimiento de sus siervos. Pero el sueño neoliberal de estas empresas presumiblemente se arruinó cuando el Ministerio de Trabajo llamó a su puerta. Ironías del destino, auditar al auditor.
Que es una vergüenza lo que hacen estas compañías lo sabemos todos. De hecho, no debería hacer falta que venga Yolanda Díaz o sus inspectores a decírnoslo. Ya lo auguraba Estopa hace casi dos décadas con su A toda pastilla: “Salpicadero, comienza mi pesadilla. Muy pocos ceros en mi nómina ilegal. Yo como firmé un contrato no puedo parar, parar”.
En el diccionario corporativo de las Big Four el verbo parar nunca ha existido: jornadas de 12 horas, abusos de poder, prácticas no remuneradas que se asemejan a una indispensable esclavitud que otros comparan con una “mili necesaria para crecer profesionalmente”. En resumidas cuentas: los trabajadores de estas empresas viven en una distopía capitalista. Una distopía que lleva instaurada bastante tiempo en los rascacielos madrileños, y que no solo mueve la rueda de la productividad y la retribución de los trabajadores, sino que alimenta la competitividad a lo USA de todo el sector. Mires por donde mires, nada ni nadie en estas compañías está libre de pecados varios.
‘WHO’S DADDY?’
Si empezamos a analizar desde el helipuerto de los despachos directivos, ninguna de estas empresas está liderada por una mujer. En 2021, KPMG nombró a 25 nuevos socios. ¿Cuántos eran mujeres? Siete. En EY, idéntico número, 7 mujeres de 22 nuevos socios. El Comité de Dirección de Deloitte en España lo forman 15 personas, 2 de ellas son mujeres. En el de PwC, 9 hombres y 2 mujeres. ¿Sorpresa? Ninguna. ¿Cómo pretender que avancen en derechos sociales básicos (y no tan básicos, como la ansiada desconexión digital) si ni siquiera son capaces de aparentar que están de acuerdo con dogmas ya asentados del feminismo (o, mejor dicho, del siglo XXI?).
Hemos permitido durante demasiado tiempo que estas compañías campen a sus anchas distorsionando el mercado y la mentalidad laboral. Las Big Four españolas han conseguido conquistar el relato y puede que lleguemos demasiado tarde para desmantelarlo. Pero, ya que hemos abierto el melón de las prácticas abusivas en los rascacielos, ¿por qué no tirar abajo la puerta de cristal?
Ahora bien, ¿y si las Big Four solo son la punta del iceberg de la desigualdad de nuestro país? La precariedad vivida (y padecida) en estas empresas es, sin duda, una pandemia silenciosa para la que parece que no queremos vacunarnos. Pero dejemos de mentirnos ante el espejo. Abusivos y precarios somos todos, todas y todes. Todo en todas partes al mismo tiempo. La distopía no es, desafortunadamente, exclusiva de las empresas de consultoría. Por mucho que nos estemos esforzando con las diferentes reformas laborales (y mentales), en nuestra España española sigue habiendo mucho camino por hacer y recorrer. Pero, oye, que mientras sobre para unas cañitas tras el curro… Spain is different.
‘EVERYTHING UNDER THE SOL?’
Después de las cervezas, según los datos más actualizados de 2020, año de la gran COVID-19, España sigue encontrándose entre los países más desiguales de Europa. Somos la quinta nación más desigual, por detrás, al loro, de Bulgaria, Letonia, Lituania y Rumanía y, entre los ricos, lideramos el ranking de Europa occidental. Ole, ole y ole.
Y, lo más grave, esta precariedad y desigualdad la sufren los y las jóvenes españoles mucho más que los y las de nuestro entorno. En 2021, 9 de cada 10 contratos firmados por jóvenes fueron temporales. A pesar de que la situación contractual ha mejorado sustancialmente tras la reforma laboral, la precariedad salarial (y vital) no mejora. Salimos de la cola del paro para ponernos en todas las demás colas. Hay otras vidas, pero no son vida. Y hay políticos que sacan pecho por vivir a la española… Ya lo decía Muñoz Molina, no hay nada peor en nuestro país que ser aguafiestas.
¿Seguimos jodiendo la fiesta? El salario medio de los jóvenes menores de 35 años no supera los 1.800 euros. Citando el último informe de Oxfam Intermón, en España sobra mucho mes al final del sueldo. Según un reciente estudio elaborado por UGT, desde el año 2000, mientras que en la Eurozona el salario medio a precios constantes de 2020 se elevó un 12,5%, en España retrocedió 1,1 puntos porcentuales. En otras palabras: la juventud española de hoy en día ha aterrizado en un mercado laboral cuyos salarios son inferiores en términos reales a los de hace 20 años. Y la cosa no mejora.
CAPITALISMO, SOCIALISMO Y DEMOCRACIA
No es extraño que, a consecuencia de esta precariedad e infelicidad instaurada, aparezcan fenómenos como la Gran Renuncia, de origen americano (hoy ya global), a raíz del cual un 61% de trabajadores estadounidenses están considerando presentar sus dimisiones en 2023. El Tío Sam está de capa caída. Make America Great Again.
Este fenómeno laboral se ha traducido en España en la Gran Rotación: los trabajadores dejan de ser leales a su trabajo para cambiarse a otro constantemente. Un fenómeno también conocido coloquialmente como irse de un curro a otro porque todos son una mierda. En España también llevamos bastante tiempo con el primo pequeño de la Gran Renuncia: The Silent Quitting, que más bien conocemos como calentar la silla. Porque, ¿para qué trabajar si al terminar la jornada laboral la tarta se la reparten solo unos pocos?
Mientras unos luchan por llegar a fin de mes ya sea trabajando hasta las mil en una consultora, lavando platos en una cafetería de Malasaña o repartiendo açais en bicicleta a los chavalotes de las consultoras, las grandes fortunas españolas llevan años aumentando su poder adquisitivo y concentrando la riqueza en sus barrios.
En 2008, el 1% con las mayores fortunas concentraba el 15,3% de la riqueza neta total. En 2020, rozaba el 22%. Aquello que parecía estar contenido en suelo americano, donde no existe la sanidad pública y el estado de bienestar es un concepto comunista, ha traspasado las fronteras. Aunque en España no generemos tantos millonarios como en Hollywood, el problema empieza a ser igual de acuciante. España es uno de los países europeos cuyo sistema de impuestos y prestaciones es menos efectivo a la hora de redistribuir las rentas familiares. Esto, sumado a la revolución digital que está transformando las relaciones laborales, nos enfrenta a un gran problema que no solo depende de cuatro torres.
SOLUCIONES, POR FAVOR
¿Debemos marcarnos un tax the rich al puro estilo de Piketty & co.? ¿Predistribución? ¿Salario mínimo vital? Soluciones hay, y muy variadas. No todo es Comunismo o Libertad. De hecho, ni siquiera hace falta inventar nada nuevo. Así que la verdadera cuestión es, ¿queremos resolverlo o somos todos cómplices de la distopía capitalista que tanto criticamos? No basta con señalar a unos cuantos. Parece que como en España la precariedad es un problema de muchos, el consuelo es de tontos y de todos.
* Elsa Arnaiz Chico es burgalesa, graduada en Derecho y Relaciones Internacionales por la IE University y máster en Big Data por la IE Business School. Presidenta de Talento para el Futuro, el primer ‘lobby’ que trabaja para que la juventud tenga un futuro, preferiblemente mejor.