“Éste amenaza con ser el año más explosivo que Estados Unidos haya presenciado jamás… Es el año en que todos los políticos blancos volverán a meterse en la llamada comunidad de la gente de color para engañarnos y sacarnos unos cuantos votos… alimentando nuestras esperanzas para luego defraudarles con sus trucos y sus traiciones, con promesas falsas que no tienen intención de cumplir”. El discurso podría ser de ayer, pero es de Malcolm X en 1964. Ha pasado a la historia con el título de El voto o la bala. 60 años después, el mundo vuelve mirar a EEUU, donde dos hombres blancos, que pudieron votar en esas elecciones del 64 porque ya eran mayores de edad, pugnan por ser líderes de eso que solíamos llamar Occidente.
Hay cosas que nunca cambian. Balas o votos (William Keighley, 1936) es un clásico del cine negro. Edward G. Robinson es el poli bueno y Humphrey Bogart, el gangster malo. Son los años posteriores a la prohibición. Los mayores criminales no viven en barrios de inmigrantes ni trabajan en las trastiendas. Anidan en las capas más altas de las élites económicas, bajo el amparo de una supuesta honorabilidad e incorruptibilidad. Los Imperios del difunto Negri. La vida sigue igual, que diría Julio. Aunque algunas cosas cambian. Edward G. Robinson, el valeroso detective de la película, se llamaba Emanuel Goldenberg y cambió su nombre debido a las “dificultades laborales” que en la época suponía ser judío. Hoy esa misma industria cancela por apoyar al pueblo palestino.
Este año no habrá que elegir. Las tendremos ambas. Urnas y armas. Votos y balas. Medio planeta estará llamado a las elecciones en 2024 mientras el mundo sigue en guerra. La tecnología, y muy especialmente la inteligencia artificial (IA), pueden determinar los resultados en ambas. Deep fakes y ciberataques. Manipulación algorítmica y terrorismo digital. El viejo orden se acaba y el nuevo tarda en llegar, y como alertaba Antonio Gramsci, “en ese claroscuro surgen los monstruos”.
NO ES UNA GUERRA MUNDIAL, PERO ES UN MUNDO EN GUERRA
El Programa de Datos de Conflictos de Uppsala, que ha estado rastreando las guerras a nivel mundial desde 1945, identificó 2022 y 2023 como los años más conflictivos en el mundo desde el final de la Guerra Fría. Uno de cada seis habitantes de este planeta que llamamos nuestro estuvo expuesto a un conflicto armado en 2023. En los últimos 24 meses han comenzado, se han reiniciado o intensificado un número asombroso de conflictos armados. Algunos estaban congelados, otros llevaban años cociéndose a fuego lento. Todos ahora se han vuelto activos.
La lista incluye no sólo las guerras en Gaza y Ucrania, sino también las medidas militares serbias contra Kosovo, las hostilidades entre Armenia y Azerbaiyán en Nagorno-Karabaj, los combates en el este del Congo, la compleja situación en Sudán desde abril o el frágil alto el fuego en Tigray que Etiopía parece dispuesta a romper en cualquier momento. Siria y Yemen no han estado precisamente tranquilos durante este período. Suenan lejanos tambores de guerra los tambores de guerra en el este de Asia, con la continua amenaza de que China invada la isla de Taiwán, epicentro de la microelectrónica mundial, o las funestas consecuencias de una posible ocupación venezolana del Esequibo. Las bandas, las maras o los cárteles amenazan continuamente a gobiernos como los de Haití o México.
La guerra ha dejado de ser un monopolio de los estados. La “desregulación del uso de la fuerza”, fraguada durante años de erosión de las normas internacionales, cristaliza en nuevas amenazas. En solo 12 meses, la violencia política en el mundo ha aumentado un 27%. El impacto de esta situación en el entorno tecnológico es evidente. Los expertos del Observatorio Retina señalan la situación geopolítica como el mayor riesgo para frenar las inversiones en innovación y transformación digital. Aunque ese impacto es altamente asimétrico. El Observatorio señala el sector de la seguridad y la defensa como sector prioritario de inversión para el 2024 y ven en la ciberseguridad uno de los vectores tecnológicos prioritarios para el año que empieza.
En mayo del año pasado entrevisté a la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas. Su opinión era clara: “Cuando la guerra entre Ucrania y Rusia acabe en el mundo físico, seguirá durante años en el ciberespacio”. Pero, más allá de este impacto inmediato en la innovación en el sector de la defensa, con sus posibles aplicaciones de doble uso, y en las tecnologías de ciberseguridad este contexto prebélico reabre dos temas recurrentes en la geoestrategia global de alto impacto en la innovación y la transformación digital: la gobernanza global y la soberanía estratégica.
El modelo de gobernanza global multilateral de 1945 se ha quedado obsoleto. El mundo de hoy no se parece al de ayer. El siglo XXI está marcado por el enfrentamiento de una potencia en alza, China y otra consolidada, EEUU, ambas convertidas en enormes potencias tecnológicas con modelos opuestos pero de similares efectos para el resto del planeta. Por eso, frente a la D china de la Dominación, con un estado todopoderoso y controlador, y la D del Darwinismo norteamericano, en el que los mercados, y solo ellos, imponen su ley; es precisa una tercera D, la de los Derechos que parece representar Europa. La Ley de Servicios Digitales o la reciente propuesta de Ley de Inteligencia Artificial podrían marcar el camino. El ámbito digital debe dejar de ser el salvaje oeste. La tecnología, y muy especialmente la inteligencia artificial, es, como decía Cathy O’Neil, un “arma de destrucción” para nuestras democracias, que vivirán este 2024 un enorme test de estrés.
VOTAD, VOTAD, MALTIDOS…
Más de la mitad del planeta votará en 2024. Las urnas estarán abiertas en 76 países que representan el 51% de la población global . Sin embargo, en al menos la mitad de estos estados es probable que no conduzcan a cambios significativos en la estructura de quienes están en el poder, porque las consultas no serán libres ni verdaderamente democráticas, dadas las leyes contra la libertad de expresión o de asociación presentes en muchos regímenes.
Además de las elecciones europeas, que podrían paradójicamente conducir a un Parlamento antieuropeo, también se votarán en ocho de los diez países más poblados del mundo: Bangladesh, Brasil, India, Indonesia, México, Pakistán, Rusia y Estados Unidos, y en 18 países africanos que suman 300 millones de votantes para un total de casi 4.000.
Sin embargo, como señalaba The Economist, de los 71 países que votan, sólo 43 tendrán elecciones plenamente libres y democráticas. En los otros 28, el voto servirá de poco. Nadie espera sorpresa en Rusia, donde la reelección de Vladimir Putin es segura, o en Irán. El año ha empezado con las elecciones de Taiwán, en las que la desinformación y las fakes news no han podido evitar la victoria de “el enemigo” de la amenazante China. Primera bola de partido salvada por la democracia, pero quedan decenas hasta que cierren el año las elecciones en EEUU, donde una posible vuelta del expresidente Donald Trump podría desencadenar impredecibles reacciones en todo el mundo.
Lo visto la pasada semana en Taiwán vuelve a recordarnos el impacto que la tecnología puede tener sobre las democracias. Como ya demostró la votación del Brexit o las elecciones en Brasil o antes en los EEUU, la tecnología juega un rol cada vez mayor en la elección de los votantes y esto es algo que la inteligencia artificial podría dinamitar. “Durante el año pasado, esta nueva tecnología se utilizó en al menos 16 países para sembrar dudas, difamar a los oponentes o influir en el debate público”, advertía la edición del año 2023 del informe Libertad en la Red elaborado por la organización sin ánimo de lucro Freedom House. Su uso en 2023 se disparó. Las recientes elecciones en Argentina estuvieron marcadas por el uso generalizado de IA en material de campaña. La IA generativa también se ha utilizado para manipular a los votantes en India, Estados Unidos, Polonia, Zambia o Bangladesh.
La inteligencia artificial, con su enorme capacidad de generar desigualdad entre el que la usa y el que no, y su potencial de hacer indistinguible la verdad de la mentira, puede llevar al extremo la polarización. Desigualdad y deep fakes son gasolina para el incendio en el que vivimos y abonan el terreno para esos nuevos fascismos que asolan el planeta. Hombres blancos asustados y enfadados que pueden votar un parlamento antieuropeo para dirigir el viejo continente o poner al frente los EEUU al individuo que animó al asalto violento de su congreso.