Cuando todo es disruptivo, nada lo es. Vivimos en un mundo tan tecnológico que se ha venido a acuñar el término deep tech, tecnología profunda, para diferenciarla de aquella más superflua. Para separar el grano de la paja digital. La tecnología profunda es el descubrimiento científico o tecnológico que abre nuevos caminos, el que puede impactar en las sociedades y cambiar la vida de las personas. Y será una de las 10 tendencias que marcarán este año según el Observatorio Retina.
La deep tech puede “transformar el mundo como lo hizo internet en su día”, afirma el informe del Boston Consulting Group y Hello Tomorrow. En EE UU las inversiones en este ámbito se han multiplicado por cuatro desde 2016. El aumento ha sido especialmente acusado en sectores como la biología sintética, los materiales avanzados, la fotónica y la electrónica, los drones, la robótica, la inteligencia artificial o el ordenador cuántico.
El 5G es un claro ejemplo de deep tech. Y además puede ser una tecnología habilitadora de otras creaciones igualmente importantes. David del Val, director de Core Innovation y CEO de Telefónica I+D, cree que este año habrá una oportunidad de oro para crear servicios de deep tech aprovechando la implantación del 5G en nuestro país. “Ahora lo que hace falta es crear aplicaciones encima de esta infraestructura que se beneficien de tener una internet casi instantánea”.
La importancia de la tecnología profunda hace que tenga un valor geopolítico. Y Europa, atrapada entre la guerra comercial y tecnológica de China y EE UU, debe reclamar su visión. Carme Artigas, secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial, cree que frente a las dos grandes D de estos gigantes, la D de darwinismo de EE UU, la D de disciplina de los asiáticos; Europa debería apostar por “la D de derechos”. Artigas señala como punto débil del viejo continente su excesiva dependencia tecnológica del exterior. “Hemos externalizado ese know-how solo pensando en los costes y no en una estrategia de país. Aunque quizá hacerlo en Europa suponga pagar un extracoste a corto plazo”, explica.
Un proyecto de país
El tema preocupa a las administraciones, pero también a los empresarios. Pedro Mier, presidente de Ametic, señala que el problema no es de captación, sino de retención. “No hay que buscar buenos proyectos fuera, sino facilitar que los buenos proyectos no se vayan de nuestro país. Se van a llevar nuestro talento sin ni siquiera salir de casa, que es un riesgo muchísimo más grande”. En lo que todos los expertos parecen coincidir es en que hay que crear proyectos de país.
España no es el único estado que muestra preocupación por su soberanía digital. Emmanuel Macron la señala como una de las prioridades de Francia. Olaf Scholz hace lo propio en Alemania. El tema ha entrado con fuerza en la agenda política a nivel global. El Parlamento Europeo publicó un documento el año pasado señalando que “ha ido creciendo el apoyo a un nuevo enfoque político diseñado para mejorar la autonomía estratégica de Europa en el ámbito digital”.
Proyecto Hexa-X
Pero lo importante aquí no son las palabras, sino los números. Y la Unión Europea, en este sentido, se ha puesto las pilas. Proyectos como Hexa-X, que está creando las bases sobre las que se asentará el 6G, están siendo financiados por el programa de investigación e innovación Horizon 2020 de la UE.
El 5G se está imponiendo con éxito en Europa, pero el viejo continente no ha tenido un rol protagonista en el desarrollo de esta tecnología. Lo explicaba el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, think tank paneuropeo, en un informe sobre la soberanía digital del viejo continente. El mayor problema, según el estudio, ha sido que los Estados miembros no han mantenido una posición común sobre cuestiones tecnológicas o una estrategia compartida. El proyecto Hexa-X vendría a solucionar estos problemas de cara al siguiente salto tecnológico.
Por eso cuenta con la participación de las empresas más punteras del sector de la comunicación (Nokia, Ericsson, Telefónica, Orange, Siemens, Telecom Italia…) y con investigadores de centros de referencia, (la Universidad Carlos III de Madrid, la de Aalto de Finlandia, el Politécnico de Pisa o el de Turín). La idea es asentar las bases de esta nueva tecnología desde un punto de vista científico, pero también desde un punto de vista ético y filosófico. Crear una tecnología disruptiva centrada en las personas y desde un enfoque europeísta. Este año va a tocar hablar mucho de cómo se usa la tecnología. Pero también de cómo se fabrica, quién lo hace y con qué fines.
Sobre la firma
Periodista experto en tecnología y cultura. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, máster en la Escuela de Periodismo de EL PAÍS. Escribe en Yorokobu y EL PAÍS. Anteriormente ha trabajado en la Cadena SER, Onda Cero y Vanity Fair.