La tecnología no es intrínsecamente buena o mala. Y sin embargo, en los últimos años, da la sensación de que nos hace más precarios, más desiguales y más dependientes. Hemos pasado del optimismo utópico de los años noventa y los primeros 2000, de las primaveras árabes y el consumo colaborativo, a la gig economy y la vigilancia de datos. Culpamos al algoritmo es como culpar a las matemáticas. Lorena Jaume-Palasí, fundadora de Ethical Tech Society y miembro del observatorio Retina, compara el momento actual con los primeros años del automóvil, cuando aún no había señales de tráfico y mucha gente demonizaba a las máquinas de desgracias que se debían a errores humanos o a la simple falta de regulación. Esta investigadora en la Universidad libre de Berlín cree que la sociedad está antropomorfizando a los algoritmos, debatiendo sobre la moral de fórmulas matemáticas. El problema no es la tecnología, sino el propósito que se le dé.
Crear soluciones tecnológicas con un enfoque humanista debería condicionar la inversión en tecnología en el 2022. Es una de las conclusiones que se desprende del Observatorio Retina. Después de años de desmanes y de idolatrar el modelo de Silicon Valley, la sociedad demanda que el mundo tecnológico deje de hablar de unicornios y empiece a hablar de personas.
La Declaración de Deusto de Derechos Humanos en Entornos Digitales, de 2018, fue de las primeras en hablar de la importancia del humanismo tecnológico, algo que vino a confirmar el Manifiesto de Viena, un año después, asegurando que esta idea aboga por «conformar las tecnologías de acuerdo con los valores y las necesidades humanas». Estos valores han calado también en la administración pública. El pasado 2021, el Gobierno de España adoptó la Carta de Derechos Digitales. Sin tener carácter normativo, esta Carta ofrece un marco de referencia para garantizar los derechos de la ciudadanía en la nueva realidad digital. Para Carme Artigas, secretaria de estado de Digitalización e Inteligencia Artificial, «frente a la disciplina asiática y el darwinismo de los EEUU, los derechos en Europa».
En España esta visión gana fuerza gracias a organizaciones como el Foro de Humanismo Tecnológico de Esade, un grupo de académicos, liderados por José María Lassalle, también observador de Retina, que reflexionan sobre la ética de la Inteligencia Artificial o la arquitectura de Internet. En su último informe alertaron sobre “las polaridades de la política digitalizada” o la importancia de “configurar una gobernanza algorítmica que apoye a los seres humanos a tomar sus decisiones”.
La transición a una sociedad híbrida entre lo digital y lo real ha implicado un traspaso de poder a grandes empresas tecnológicas. La gestión de nuestros datos por parte de estas corporaciones exige un control férreo por parte de instituciones públicas, que deberán proteger los derechos de los usuarios y regular el comportamiento digital. Pero también de una reflexión conjunta, de un enfoque humanista y filosófico. Las humanidades habían sido excluidas hasta ahora de la cuarta revolución industrial. La idea de la tecnología con propósito es incluirlas para hacer que esta sea una revolución más paritaria, con las personas, y no a las máquinas, en el centro.
La revolución digital está forzando un desplazamiento del homo sapiens por el homo faber, como predecía Hannah Arendt a finales de los años 50. Estamos fabricando un mundo artificial de cosas distinto del dado por la naturaleza. Ahora tenemos que dotar este nuevo mundo de una ética y unas normas.
Se trata de entender la tecnología no como un fin, ni como un instrumento, sino como un conjunto de infraestructuras que pueden facilitarnos la vida, el trabajo e incluso el planeta. Hay que dejar de poner el foco en las grandes empresas y las start ups, y escuchar también lo que pueden aportar universidades y grupos de investigación.
La tecnología puede perpetrar sesgos sociales. Puede precarizar sectores o ejercer una hipervigilancia sobre el usuario. Pero también puede ayudar a mejorar la vida de las personas. La tecnología con propósito es aquella que no se centra en hacer millonario al 0,1% de la población, sino la que quiere mejorar la vida del otro 99,9%. Y este será el enfoque que debería guíar los avances tecnológicos este año. Y los que están por venir.
Sobre la firma
Periodista experto en tecnología y cultura. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, máster en la Escuela de Periodismo de EL PAÍS. Escribe en Yorokobu y EL PAÍS. Anteriormente ha trabajado en la Cadena SER, Onda Cero y Vanity Fair.