La globalización abrió la veda de un mundo interconectado hasta su más discreta esquina. Información, materiales, capital, todo fluye a través de los infinitos canales que componen el telar de hebras que es el comercio y el desarrollo. El progreso, no obstante, avanza a marchas ágiles para determinados Estados, y forzadas para otros. Esto genera situaciones de dependencia internacionales que terminan, antes o después, repercutiendo en la fuerza de las palancas de presión gubernamentales.
La tecnología siempre ha cambiado los equilibrios de poder, pero, desde la interconexión internacional acelerada, hemos cedido su creación y desarrollo a fuentes extranjeras creyendo que el intercambio y el acceso no tendría barreras. Hasta que llegó la pandemia de COVID-19 y en España nos dimos cuenta de la tremenda dependencia que tenemos de países terceros en asuntos como la producción industrial, un aspecto que resulta clave si aspiramos como Estado a una relevancia mundial, pues autonomía es sinónimo de independencia y, por tanto, de poder.
No estamos hablando de autarquía. Un sistema de autoabastecimiento absoluto es una utópica quimera con demasiadas contravenciones. Pero, como mencionó la secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial, Carme Artigas, durante el encuentro ‘Deep tech’ y soberanía digital, organizado por Retina, “la soberanía significa tener capacidad de decisión, y para poder decidir tienes que tener opciones. Sin opciones, no eres soberano”.
¿Cómo crear esta soberanía? Esa es la gran pregunta. Desde luego alimentando la maquinaria productiva nacional, sin lugar a duda, pero también entrando en los terrenos normativos. La regulación, a la que se hizo constante mención en la reciente Conferencia Ministerial sobre Economía Digital de la OCDE, es un punto clave para el desarrollo de autonomías estratégicas. Se trata de apostar por un marco regulatorio que asegure, por ejemplo, la residencia de los datos en territorio español o europeo frente a la creciente datificación.
¿Por qué mencionar a Europa si hablamos de autonomía estratégica? Pues bien, España no es un súbdito de la Unión Europea sino un miembro de su engranaje que se beneficia de la maquinaria en la que está incrustado. Esta vinculación nos permite encontrar nuestro propio propósito mientras la maquinaria europea se beneficia de este para su correcto funcionamiento. Las históricas rencillas del viejo continente que invocaban un nacionalismo proteccionista, como una Doctrina Monroe intereuropea, han dejado paso a un corpus retroalimentado del que España debe hacer lo posible por obtener el máximo fruto.
La autonomía nacional es, en todo cuanto orbita alrededor de la cosmología digital y la tecnología, un concepto a exportar a niveles continentales. Es un marco de acción del que ya son conscientes la mayoría de los interventores públicos y privados, que hablan de la autonomía estratégica bajo términos inherentemente europeos. Así lo confirma el responsable de Telefónica I+D, David del Val, quien detalla: “Tal vez uno de los problemas que veo es que nos acabamos de caer del guindo en Europa, dándonos cuenta de que somos incapaces de crear chips sin depender de otras áreas geográficas. Pero, por suerte, parece que ahora se va a producir una buena inversión, ya que es un tema estratégico que cualquiera puede concebir interesante. Quiero recordar que, en la línea de obtener la soberanía digital o, mejor dicho, una independencia tecnológica, esta no tiene sentido sólo en España, sino que lo tiene en toda Europa, básicamente por una cuestión de escala”.
Eso sí, el responsable matiza: “Antes que en la independencia, yo pondría el foco en la creación de tecnología. Quien crea tecnología es la que tiene las de ganar en esta carrera, apoyando por tanto el talento humano y el tejido empresarial capaz de generar algo propio”. Fomentar una industrialización al alza que dé lugar a la creación de material tecnológico propio es uno de los senderos inevitables para esa independencia nacional. Es un camino complejo en el que serán necesarias alianzas estratégicas y una masa crítica, humana y empresarial para poder transitarlo.
En este sentido, la directora general del Instituto Tecnológico de Aragón (ITA), Esther Borao, añade: “Me parece muy relevante la autonomía estratégica. Quienes sepan en qué tienen que enfocarse, dónde está su camino, con qué compañeros de viaje puede sumar fuerzas, y apliquen las tecnologías de forma innovadora y competitiva serán sin duda los más resilientes y quienes liderarán. En esa línea, los Fondos Next Generation de la UE ofrecerán oportunidades”.
MENOS ‘EXITS’, MÁS UNICORNIOS
Cuando hablamos de autonomía estratégica debemos ser conscientes de que los esfuerzos a realizar implican un desembolso considerable. Para lograr motores tecnológicos innovadores y competitivos, como decía la directora del ITA, se debe animar a la inversión. Hay que hacer un llamamiento al cambio de mentalidad en España sobre el compromiso creativo nacional que impida un hábito que se ha visto implementado, el de la venta rápida.
Una vez las empresas, principalmente start-up, alcanzan una valoración alta, estas se venden a grandes corporaciones de países terceros, lo que impide que su desarrollo se lleve a cabo en territorio nacional y evita, por ejemplo, que aumenten las empresas unicornio dentro de nuestras fronteras. Es por ello por lo que conviene mentalizar sobre el aguante de los exits para enriquecer el mercado y la cosmología empresarial de alta rentabilidad en España. Sólo así se fomenta una fertilización cruzada entre tecnología e innovación que sea competitiva a nivel internacional y asegure una soberanía tecnológica.
Esa fertilización tiene, por supuesto, condiciones concretas. En términos económicos son necesarios préstamos públicos a las PYME y fomentar el crecimiento de su tamaño, por ejemplo, a través de los PERTE (Proyectos estratégicos para la recuperación y transformación económica), además de otras ayudas directas. Para este empeño, la colaboración público-privada es esencial, porque de lo que estamos seguros es de que España es un país con un potencial inmenso. No por nada somos una nación con una alta exportación de talento.
El problema reside en que esa exportación rara vez culmina con una repatriación de la calidad, que sería el resultado más conveniente. La idea sería apostar por una formación de profesionales que quieran, no obligatoriamente quedarse, pero si volver a España para desarrollar los conocimientos adquiridos. Sus saberes que podrían, perfectamente, ser el germen de revolucionarios artefactos tecnológicos con los que resolver fallas sistémicas, no sólo de nuestro Estado, sino a nivel global. Tecnologías, por ejemplo, como las deep tech, requieren de grandes masas de talento y financiación, desafortunadamente su retribución es a largo plazo, lo que lastra su desarrollo en ausencia de un compromiso económico fuerte.
Concretando específicamente los sectores potenciales para azuzar esa autonomía estrategia en nuestro territorio, conviene atender al informe del investigador del Real Instituto Elcano Andrés Ortega, Industrializar la digitalización, donde presenta un corpus de productos que conforman las áreas productivas digitales en la que debería implicarse España. Según qué sector, digamos intangible, existe una seria de elementos tangibles a producir.
- Industria del software: sensores (automóvil, turismo).
- Inteligencia artificial: diseño y fabricación de microprocesadores.
- Computación cuántica y fotónica: microelectrónica.
- Ciberseguridad: cables submarinos y satélites de comunicación.
- Lenguas españolas y lenguaje natural: infraestructuras de conectividad transfronteriza.
- Industria audiovisual, ciberjuegos, realidad virtual y aumentada: computación en la nube y centros de datos de proximidad, comunicación cuántica y fotónica.
Como podemos comprobar, la autonomía estratégica no es un tema baladí. De ella dependerá nuestra capacidad como Estado y como continente de enfrentarnos a retos que serán cada vez más acusados en materia de desarrollo tecnológico debido, entre otras cosas, a la velocidad de su progreso y al horizonte de obsolescencia tan crítico que se presenta. Más inversiones públicas, más compromiso privado, mayor regulación y concienciación son los ejes principales de una asignatura en la que España no puede permitirse seguir suspendiendo.
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.