Maná europeo y buenos propósitos. Proyectos estratégicos de recuperación y transformación económica, alias PERTE. Planes, muchos planes. 2022 viene tan lleno de expectativas que tendrá fácil defraudarlas. Y recordemos a Kahneman, a veces es mejor una año malo, no tan malo, que uno bueno, no tan bueno. El principio del chileno y el argentino lo llaman algunos. Tras ese virus que no fue el fin del mundo, pero sí el de un mundo, 2022 será la piedra angular sobre la que construir el nuevo. Los cimientos de esa catedral compleja que dejaremos a los que vendrán a la que llamamos futuro. A sabiendas de que no existe . Al menos no aún. Por eso, debemos descubrir los infinitos futuros posibles, entender las consecuencias de los probables y, sobre todo, tejer, entre todos, los deseables. Cómo ese horizonte utópico del que hablaba Galeano que aunque nunca alcances, sirve al menos para no dejar de caminar. Los pilares de esa catedral son digitales y la tecnología será la herramienta que permita levantarla esbelta y bella. Solo la herramienta y no cualquier herramienta. Necesitamos tecnología con propósito. Aquella que resuelve problemas relevantes de forma responsable. Así de sencillo. Recuperar la tecnología como arma de progreso. Esa palabra que tanto molesta a terraplanistas, antivacunas y reaccionarios varios. Un modelo de innovación tan alejado del bulímico neoliberalismo de Silicon Valley como del rodillo chino. Las tres Ds. Frente a la disciplina asiática y el darwinismo de los EEUU, los derechos. Eso sí, con las inversiones necesarias para garantizar una soberanía tecnológica que nos garantice el poder mantenerlos frente al neocolonialismo digital de allende los mares.
Mientras tanto, este año volveremos a escuchar a las empresas que les falta talento, y al talento que le faltan empresas que le motiven y paguen como se precisa en un entorno laboral cada vez más global como es el de la innovación y la tecnología. Las organizaciones necesitan talento. El talento, impacto y propósito. Y claro, en los estrictamente tecnológico, mucha inteligencia artificial y esperemos que algo de la natural para regularla y ponerle límites. Los tambores de guerra que llegan del este harán aún más evidente una nueva guerra fría en la que no se intimida enseñando misiles, sino hackers y pese a los titulares, hablaremos más de Meta, permanentemente instalada en el centro de la polémica,que de verso. En definitiva,son malos tiempos para la lírica.
El tigre que da nombre al año, aún no sabemos si es el de la tecnología convertida en ese nietzscheano tigre desbocado que tratamos de cabalgar o a nosotros mismos ,que víctimas de ella, nos hemos convertido en ese tigre de Bengala de Borges que va y viene por su predestinado camino, detrás de los barrotes de hierro, sin sospechar que son su cárcel. Tal vez ambos.