Muchos pensarán que es un atrevimiento, pero es un hecho: hasta hace bien poco, el discurso sobre la democratización de la tecnología en el terreno empresarial representaba una falacia. La distribución de ese elixir para el progreso que representan los avances tecnológicos era notablemente desigual. Solo un reducido número de compañías grandes eran capaces de experimentar los significativos beneficios de la digitalización. En la economía digital que hemos construido entre todos, el tamaño fue, durante mucho tiempo, determinante.
Tanto la épica de estar en la vanguardia del negocio tecnológico, como la humilde facultad de disfrutar de sus soluciones, parecían exigir siempre escala, volumen y efectos de red. Sin embargo, esta glorificación (a menudo inconsciente) de lo grande y ese desprecio de lo pequeño en el mundo tech se ha terminado. La extensión del cloud y la revolución de la inteligencia artificial siguen siendo cosas de gigantes, qué duda cabe. Pero, afortunadamente, ya no solo de ellos. La veloz adopción de nuevas tecnologías por parte de las pequeñas y medianas empresas en todo el continente hace que estas crezcan ahora hasta dos o tres veces más rápido. Y es que, “small tech is (also) beautiful”. Qué mejor contexto que este 27 de junio, día internacional de las pymes, para celebrarlo.
La pandemia y la movilización de un enorme caudal de fondos europeos es el desencadenante que invirtió la tendencia para reducir la brecha digital que sufrían las pequeñas y medianas empresas frente a las grandes corporaciones. La economía digital se sitúa en el centro de las prioridades de las instituciones europeas porque el salto digital de las pymes (que representan más de la mitad del PIB europeo) constituye, sin ninguna duda, el motor más eficaz que tenemos a mano para que Europa dé el salto en innovación, competitividad y empleo que requieren los tiempos. La transformación digital de las pequeñas y medianas organizaciones nos permite alcanzar un sistema económico más abierto, sostenible, justo y competitivo.
En ese sentido, ojalá la interrupción en la Presidencia española del Consejo de la UE que supone el adelanto electoral no ponga en riesgo la ambiciosa agenda en la que muchos, en el continente y en nuestro país, venían trabajando. Según el último Índice de la Economía y la Sociedad Digitales (DESI), el porcentaje de pymes en España con un nivel básico de digitalización es justo superior a la media europea: nuestro país ocupa un mejorable undécimo puesto. Obtenemos buenos resultados en algunos indicadores, especialmente en lo que respecta a las pymes con, al menos, un nivel básico digital (60% frente a una media de la UE del 55%), el intercambio de información electrónica (49% de las empresas frente a una media de la UE del 38%), y el uso de las TIC para la sostenibilidad medioambiental (76% frente al 66%). Pero pinchamos en la adopción de tecnologías más avanzadas como el big data (9% frente al 14% europeo) y la nube (27% frente al 34%).
Avanzar en este ranking de la carrera digital requiere, en primer lugar, de la no siempre fácil colaboración de gobiernos y administraciones para fomentar un entorno propicio y, en segundo lugar, de agentes digitalizadores que acompañen a las pymes en su día a día. Las pymes llevan sobre sus frágiles hombros la pesada responsabilidad del grueso de la competitividad económica de este país y, por ende, del bienestar de sus conciudadanos. Y es la economía digital la que nivela el campo de juego para compañías de tamaño mediano y pequeño, al permitirles competir con empresas más grandes en términos de visibilidad y acceso al mercado. Por ello, es clave que establezcamos una mirada más amable sobre la tecnología.
Esas small tech no pretenden ser revolucionarias y disruptivas a cada paso (ya pasó de moda aquello de avanzar rápido rompiendo cosas), sino aportar eficiencia, sencillez y accesibilidad al trabajo diario de millones de pequeñas y medianas empresas. Cada negocio debe encontrar su propia ruta hacia el salto tecnológico: algunas necesitarán impulsar sus herramientas de gestión de clientes para mejorar su eficacia comercial; otras, explorar nuevos canales de venta en línea; o, incluso, transformar la cadena productiva para automatizar la supervisión de su producción.
En 2020, la sociedad exigió a las empresas resistencia frente a las adversidades de la pandemia y, no solo lo hicieron, sino que se reinventaron y ampliaron sus negocios en el universo digital. Ahora, de cara a los tres próximos años, les obligamos a subirse definitivamente al tren de la digitalización para cumplir con un nuevo, exigente y a veces confuso marco legislativo. Por ejemplo, en el ámbito de la facturación digital. La nueva ley antifraude introduce la necesidad de utilizar VeriFactu para garantizar la integridad, trazabilidad, accesibilidad y conservación de las facturas. Para ello, será necesario el uso de un software que cumpla una serie de requisitos técnicos.
Esta exigencia, sin duda, acarrea un notable impulso acelerador a la digitalización. Y, aunque no todos siguen siempre bien el ritmo de esta carrera, el pelotón que compone este tejido empresarial esencial no puede flaquear. Los pequeños negocios serán con tecnología, o no serán. Por ello, es clave escucharlos y acompañarlos en su transformación.
Eso que llamamos proceso de digitalización conlleva, en realidad, una transformación que solo es exitosa en el contexto de una nueva cultura empresarial que transforma los modelos de negocio para generar un valor diferencial a la sociedad. Confiemos en esa capacidad transformadora de nuestras pymes y situémonos cerca de su crecimiento. Porque solo juntos haremos posible lo imposible.
*Santiago Solanas es CEO de Cegid Iberia, Latam y África.