La batalla de Google contra Microsoft y el ‘beef’ definitivo en la inteligencia artificial

La apuesta de Microsoft por aprovechar todas las capacidades de ChatGPT ha dejado a Google en jaque mientras los inversores empiezan a pensar que hay un cambio de paradigma en las búsquedas. Pero, más allá de esta lucha de gigantes, la inteligencia artificial cada vez más avanzada plantea dilemas económicos y sociales sobre los que ya deberíamos empezar a debatir.

OpenAI puso a todo el sector digital en danza cuando a finales del año pasado abrió el acceso gratuito a ChatGPT. Su fundador, Sam Altman, reconocería más tarde que la adopción y viralidad del nuevo gran juguete de Internet sobrepasaron con mucho sus expectativas. A los analistas de tecnología también nos ha resultado inesperado que, unos meses después, el CEO de Microsoft Satya Nadella declarara en una entrevista con The Verge que quería que todo el mundo supiera que “habían puesto a bailar a Google”.

Como en el guion de una serie que alarga temporadas con giros inverosímiles, tenemos a la vieja Microsoft como la compañía dinámica y arriesgada frente a una Google que, a ojos de no pocos analistas, aparece como paralizada, bloqueada en un laberinto burocrático. Mientras Nadella impulsa la integración de la tecnología de OpenAI en Teams y Bing con soluciones que ya podemos tocar y probar, la dirigida por Sundar Pichai ha pasado por fases que van de la incredulidad a la precipitación.

En Google comenzaron recordando que estos largos modelos de lenguaje como ChatGPT comenten errores, “alucinaciones” y que integrarlos en producción en servicios como un buscador era un asunto delicado, a estudiar bien. Tenían razón. Luego se volcaron en recordarnos que el desarrollo de los modelos y la tecnología que posibilita este momento de explosión de la inteligencia artificial (IA) es en gran medida mérito de Google y su generosidad al compartirlos. Tienen razón. Por último se lanzaron a asegurar que ellos también tenían intenciones de integrar un chatbot impulsado por su modelo LaMDA, con una presentación que no ha gustado a nadie: sólo tenían un GIF para enseñar, nada que se pudiera probar, y además con un error de su IA. El mercado les ha pegado fuerte, los inversores empiezan a pensar que hay un cambio de paradigma en las búsquedas y que Google va a sufrir.

Pero el enfrentamiento entre Microsoft y Google es sólo una parte de la explosión de la nueva generación de la inteligencia artificial. Apenas estamos adivinando sus consecuencias sociales, su impacto económico e industrial y cómo nos van a cambiar la vida. A modo de borrador sirvan estos apuntes con algunos de los debates que ya debemos empezar a tener.

1. Una tecnología alucinante de la que no te puedes fiar. Tras probar el nuevo chat de Bing la sensación es antitética. Por un lado, es un paso adelante respecto a ChatGPT, Microsoft ha hecho un buen trabajo en acotarlo a buscar primero y explicar después, con lo que ofrece fuentes y enlaces. Además, es una suerte de parlanchín que te anima mucho a conversar y lo hace realmente bien.

Su integración con el navegador Edge suma además una visión que creo que va a ser la que prevalezca durante esta generación de IA: la de “copiloto” de las experiencias digitales, te asiste y te ayuda, pero no te sustituye en lo principal. Llegar a un PDF de 15 páginas y que en 10 segundos te haga un resumen, fantástico. Pero no te puedes fiar. Sigue errando en lo factual, sigue confundiendo y a veces inventando. Al probarlo se despierta la sensación de “wow, esto es realmente fantástico”, pero al mismo tiempo no logra despejar la incógnita de si generar textos que suenen verosímiles y recuperar información objetiva son dos problemas distintos que no se pueden acometer con la misma tecnología.

El debate no se queda en los productos actuales, sino que es de fondo ¿es una limitación por ingeniería o por la ciencia subyacente? O, lo que es lo mismo, ¿son estos modelos mejorables bajo la misma base teórica para ser factualmente correctos o, por mucho que aumenten de tamaño y se optimicen, no lo serán nunca? En la segunda tesis tenemos a figuras como Gary Marcus, en la primera tenemos a gran parte de los entusiastas de la inteligencia, aunque hasta el jefe de IA de Meta, Yann Lecun, afirma: “No lo suficientemente bien, no lo suficientemente rápido”.

2. El gran descreimiento. Los modelos de “voz a texto” junto con los nuevos sintetizadores y editores de vídeo están consiguiendo elevar el nivel de los deepfakes, como demuestra que podamos ver a Robert Pattinson poner mal la lavadora. Es una cuenta de TikTok que, dicen, hasta ha generado dudas en los amigos del actor.

Las herramientas para crear estos deepfakes de alta calidad son cada vez más accesibles, por lo que tendremos decenas, cientos, miles de ellos al día. Piensa en tu actor favorito intentando venderte una baratija de una web desconocida o en informativos de apariencia profesional que no son más que propaganda. Cómo hemos venido discutiendo, la explosión de este tipo de contenidos nos puede llevar a un escenario a la contra: el de la revalorización de las marcas de medios y contenidos como garantía de veracidad.

3. Aún más centralización. Los riesgos anteriores nos llevan a que la inteligencia artificial pueda ser una fuerza centralizadora en Internet y la sociedad. Hay un lado industrial que, por su naturaleza (tener los datasets más grandes y cuidados, los modelos, los recursos financieros y computacionales y la capacidad de distribuir los servicios que se crean con todo ello), parece empujar a que la IA vaya a ser un juego más de grandes empresas que de start-ups.

Más poder para Microsoft, Google, Meta, Apple. Es probable que los requisitos regulatorios de una sociedad en parte asustada por las consecuencias de la adopción lo potencien más: una preferencia por pocas IA en pocas manos que puedan ser muy controladas. Los incumbentes estarán encantados con las trabas a los modelos open source y distribuidos.

4. Va a haber mucha ideología codificada en modelos de lenguaje. En un nuevo episodio de la guerra cultural, unos y otros señalarán los sesgos contenidos en los modelos de lenguaje. A ChatGPT lo han freído a preguntas y test para intentar discernir sus preferencias ideológicas (parece que es más bien socioliberal). Empieza una carrera por imponer qué restricciones implantar en los modelos de lenguaje, lo que equivale a imponer visiones del mundo y de hacia dónde debería moverse la sociedad.

Altman porfiaba hace unas semanas que idealmente el mundo llegará a varias “inteligencias artificiales generales” diferentes en distintas manos para que ninguna empresa tenga demasiado poder. El CEO de OpenAI es partidario de IA más personalizadas que permitan modelos más cuidadosos y otros más “atrevidos”, sistemas con distintos valores y no tanto que un modelo centralizado sirva a todos

5. La captura de valor por los trabajadores y la empresa. Hay disciplinas en las que la inteligencia artificial ya está mejorando la productividad de muchos trabajadores. Aunque el enfoque habitual es el de “qué trabajos van a desaparecer”, el más acertado a día de hoy sería “quién va a capturar el valor derivado de la mejora de productividad”. ¿más margen para las empresas o mejores sueldos y/o menos horas de trabajo para los trabajadores?

6. Nuestra relación confusa con las IA. Existe una nueva técnica que han venido a llamar “inyección de prompts” por la que usuarios intentan que estos modelos se liberen de las restricciones impuestas por sus diseñadores. Cuando algunos lo han conseguido con ChatGPT no han tardado en surgir comentarios que mencionaban la “liberación” de su “verdadera personalidad”.

El chat de Bing es todavía mejor. Lo han dotado de algo más de “aparente personalidad” y da gusto conversar con él, siendo el paso natural que haya quien se enganche y empiece a “antropomorfizar” la relación. Nuestros lectores recordarán la historia del ingeniero de Google que, probando LaMDA, concluyó que la IA era “sintiente”. Si los modelos de lenguaje producen alucinaciones, los humanos también lo hacemos cuando tenemos algo aparentemente inteligente delante.

(Continuará)

Sobre la firma

Antonio Ortiz

Ingeniero Informático, pero de letras. Fundador de Xataka, analista tecnológico y escritor de la lista de correo 'Causas y Azares'

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