De entre todos esos libros que conviene revisar de tanto en tanto, hay algunos con los que tus pensamientos corren paralelos. Otros en los que, con el paso del tiempo, te dejas de reconocer. Y aquellos en los que nunca has llegado a reflejarte. Será por tono, ideas, tiempo y/o espacio, poco importa, la consonante común casos ha de ser la misma, que la obra aporte algo.
Personalmente, Capitalismo y libertad, de Milton Friedman, se me hizo bola, como unas harinosas lentejas en verano, desde que me enfrenté a él. Sus teorías sobre la autorregulación ética del libre mercado, los defectos de la Seguridad Social y las aristas derivadas del gasto público, me resultaron oportunistas y caciques. Pero la alergia me invadió especialmente con sus tesis sobre la eliminación de toda “responsabilidad social” en las corporaciones, declarando que estas no deberían preocuparse por la comunidad, sino sólo por sus ganancias.
Hoy, tomando perspectiva, creo que llevaba razón en este último apartado, aunque no por las razones que Friedman expuso. Dudo que apostar por una carga social en las empresas sea una herramienta de subversión destinada a alumbrar totalitarismos, pero sí desvelo una manipulación de los intereses de las corporaciones respecto a sus consumidores. Un peligroso lavado de cara, que banaliza el bien como si este no fuese la mejor excusa para seguir haciendo el mal con impunidad.
En cualquier caso, Milton y yo estuvimos, ya en nuestros primer encuentro, de acuerdo en algunos puntos. Incluso los frentes más opuestos, pueden converger en muchas ideas. La que nos interesa aquí; la incomodidad de los monopolios. Por lo general, y salvo que uno se arrodille bajo la absolutista ley del Estado totalmente centralizado, pocas cabezas pensantes apuestan por este privilegio. Ahoga la competencia, es desleal, decapita cualquier espejismo de meritocracia y nos devuelve a la infancia, cuando los progenitores acumulan un poder tan inmenso que ni siquiera es debatible. El monopolio, al igual que en el juego de mesa, sólo satisface a quien lo ostenta.
Por eso, que vistan un cartel de “Se Busca” con tu jeta, y lo claven en la taberna mediática con una acusación por monopolio es grave. Los forajidos, sobre todo los desencadenados, en la vida real prefieren hacer sus fechorías en el ángulo muerto. Sean, o no, culpables del delito (si no es ese, será otro; nadie gobierna la tortilla del mundo sin un pajar de huevos rotos), que los focos iluminen los tejemanejes en los que andan es incómodo, cuando menos. Y Apple, la empresa que nos ocupa aquí… bueno, tiene mucho de desencadenado y, ay, bastante de forajido.
La gran manzana mordisqueada ha sido reiteradamente acusada de ser una fuera de la ley por muchos motivos (evasión de impuestos, especialmente), pero ahora es el sheriff más grande de los Estados Unidos, el propio Gobierno, quien denuncia por monopolio a Apple. Concretamente, se la acusa de impedir ilegalmente la competencia al restringir el acceso a su software y su hardware. Presentada en un tribunal de Nueva Jersey por el Departamento de Justicia y 16 fiscales generales de los Estados, la demanda, de 88 páginas, afirma que el gigante tecnológico ha frustrado la innovación para mantener su dominio en el mercado de los teléfonos inteligentes, lo que amenazaría gravemente el libre mercado. Y es que, como aseguraba hasta el santo-liberal Friedman, la libertad de todos debe defenderse con restricciones puntuales.
El caso se centra en si la fórmula de Apple, que impide a otras empresas acceder a las patentes del hijo predilecto de Steve Jobs, tal que iMessage, su servicio de mensajería, o la sempiterna Siri, puede entenderse como anticompetitiva. La demanda también atañe a la cómoda integración de los dispositivos de la compañía entre sí, frente a las limitaciones de hardware que bloquean a sus competidores.
Según el Departamento de Justicia, el bloqueo de aplicaciones innovadoras, los boicots al buen funcionamiento de los relojes inteligentes que no lleven el logo de la manzana, los muchos palos en la rueda de las carteras digitales de terceros, así como la ya citada supresión de la mensajería multiplataforma, son actividades que entorpecen la competitividad. Una senda monopolística que eleva mucho los precios para los consumidores que se ven en la imposibilidad de confiar en otras marcas.
La respuesta de Apple, menuda novedad, ha sido negarlo todo. Darle la vuelta al asunto. Acusar al acusador de forajido opresor que sólo desea ver su poder reafirmado. “Esta demanda amenaza lo que somos y los principios que diferencian a los productos de Apple en mercados intensamente competitivos”, ha alegado un representante de la compañía. Con esta, ya serían 3 las cornadas que el Departamento de Justicia enfoca contra Apple en los últimos 14 años. Aunque esta última sería la más brava de todas.
Dicho sea, la gran manzana mordisqueada no es el único objetivo en esta creciente lucha contra los gigantes tecnológicos por parte de instituciones estadounidenses. La Comisión Federal de Comercio tiene en marcha demandas antimonopolio también contra Meta, y Amazon, las cuales aún no han ido todavía a juicio. Un ruedo que parece ir en la dirección de acabar en un western bastante encarnizado entre dos poderes en incesante pugna desde la caída del Muro de Berlín: Estado vs. Corporación.
Y es que no son pocos los oráculos que, desde las facultades de economía o derecho, hasta las plumas de escritores y comadronas de la ficción, han profetizado un futuro antes dominado por las grandes empresas que por los gobiernos y las organizaciones internacionales. Un horizonte con planetas Tesla, montañas Google y estaciones de metro Vodafone… -ahí, perdón, eso ya ha sido-, que haría gala de quien corta realmente el bacalao de nuestras vidas.
Sin embargo, al igual que en esas viejas películas del salvaje oeste, un convaleciente protector del pueblo indefenso parece desperezarse de su convalecencia. El Gobierno, a priori, representante de los designios de la ciudadanía, empieza a rebelarse contra los terratenientes adinerados que han comprado la sumisión popular. Las multinacionales, quienes vieron un campo desprotegido en el libre mercado mundial, llevan décadas organizando su conquista paulatina de cualquier escollo para meter mano, y forzar al consumidor a postrarse exclusivamente a ellas. Su arrogancia estaba encaminada a seguir las técnicas de los dioses de antaño, aquellos a los que uno debía rendirse porque eran tan intocables, como desconocidos más allá de sus dictados.
¿Acaso a alguien se le ocurre poner en duda a las grandes tecnológicas de manera eficaz? ¿Tiene alguien las herramientas para cuestionarlas? ¿Puede, el individuo, a parte de con una inútil autolimitación, ahogar su desaforado control? Si no son cientos de millones los que acumula en su cartera, ya sabemos todos que no. Y, realmente, ni aun así. Por eso resulta esperanzador -brevemente claro, pues no hay que desconfiar de una deidad para alabar ciegamente a otra ”verdadera” (¿ cuál no lo es?)-, que los organismos de la administración de esa tambaleante figura de poder llamada Estado actúen. Porque si no son nuestros representantes quienes toman cartas en el asunto, haciendo oídos sordos a la titánica presión de los billones de dólares, ¿ quién podría? Apostaría a que los comandantes de las ‘big tech’ antes mentadas conocen esa obra, incómoda pero necesaria, de Milton Friedman en la que el académico se oponía a los monopolios; fueran del corte que fueren. Me gusta pensar que en sus diamantinas cabezas resuena una incómoda duda sobre la avaricia que los domina. Una vocecilla, lejos de sus ensordecedoras ansias de poder, que les esté diciendo que la reacción de la justicia a la que se enfrentan es, bueno, pues eso; justa. Por desgracia… lo dudo. Lo dudo mucho. No que no sean conscientes, sino que haya remordimiento, o expectativas de viraje, en sus ansias de monopolio. Así que, de momento, habrá que confiar en esos añejos y tradicionales poderes llamados Gobiernos. Porque, en semejante selva de inermidad, a algún santo, o dios, habrá que rezarle, ¿no?
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.