De Delfos a la IA: la eterna búsqueda de predecir el futuro

El deseo de prever lo que está por venir, ya sean pequeñas decisiones personales o el destino de civilizaciones enteras, ha sido una constante a lo largo de la Historia

En la Antigua Grecia, miles de personas acudían cada año a Delfos con todo tipo de preguntas sobre lo que les depararía el futuro. Era una versión lenta pero más elaborada de Google, aunque sin el molesto contenido patrocinado. Las respuestas, ambiguas y desdibujadas como un cuadro impresionista, terminaban de definirse en la mente del que preguntaba, quien añadía a las mismas una gran dosis de lo que quería entender. Que se lo pregunten a Creso de Lidia, el hombre más rico y poderoso de su tiempo, cuando se interesó por su destino en caso de enfrentarse a Ciro II, rey de Persia. “Si cruzas el río Halis, un gran imperio será destruido” le dijo el oráculo. Así fue, pero el imperio que cayó no fue otro que el de Creso.

Este deseo de prever lo que está por venir, ya sean pequeñas decisiones personales o el destino de civilizaciones enteras, ha sido una constante a lo largo de la Historia. Movida por temor o curiosidad, la humanidad siempre ha buscado consejo en oráculos, pitonisas o videntes con la esperanza de tomar decisiones más acertadas, aunque las respuestas a menudo fueran vagas o ambiguas. Incluso hoy, en su versión más científica, los pronosticadores profesionales cumplen ese rol. No, no es una carrera que se pueda estudiar en Hogwarts ni tampoco una profesión consolidada, pero sí hay personas que consiguen dinero ganando concursos de predicciones.

En 2021, un grupo de investigadores decidió recurrir a un grupo de estos oráculos profesionales para obtener estimaciones sobre los avances de la inteligencia artificial en determinados aspectos. Una de las preguntas se centró en cuándo los modelos de machine learning serían capaces de aprobar exámenes de competiciones matemáticas a nivel instituto. La media de las predicciones indicaba que esto sucedería en 2025, dando un plazo de cuatro años. Sin embargo, hoy sabemos que este hito se alcanzó en apenas un año.

Han pasado dos mil quinientos años desde Delfos, pero seguimos sin encontrar la fórmula de adivinar el futuro, especialmente en lo que respecta a avances tecnológicos.

Ante nuestra falta de capacidad de predicción, no es de extrañar que abunden las predicciones apocalípticas acerca de los avances de la inteligencia artificial. Hasta el mismísimo Stephen Hawking lanzó la voz de alarma ya en 2014, alertando del riesgo existencial para la raza humana que suponía. Quizás por eso, el consumo de tecnología no ha hecho más que caer en los últimos diez años, haciendo que esas imágenes que tenemos en nuestra retina con restaurantes y vagones de metro llenos de personas abducidas por sus móviles sean un vago recuerdo del pasado. O más bien es lo que cabría esperar tras viralizar afirmaciones tan terroríficas ¿no?.

Sin embargo, los hechos van en una dirección totalmente opuesta. Por poner un ejemplo, Facebook tardó cuatro años en alcanzar los cien millones de usuarios desde su lanzamiento en 2014; chatGPT lo logró en tan sólo dos meses. No sólo consumimos más tecnología que nunca, sino que nuestra tasa de adopción es exponencial. Si comparamos con revoluciones tecnológicas anteriores, como la introducción del teléfono o el automóvil, la inteligencia artificial ha penetrado en nuestras vidas a una velocidad tan vertiginosa como sin precedentes. Parece que cuanto mayor es la advertencia sobre su evolución, mayor nuestro deseo de introducirla en nuestras vidas ¿Acaso no escuchamos a las voces autorizadas?

¿Tenemos problemas de memoria? O, simplemente, ¿desconfiamos de nuestra capacidad humana de hacer predicciones? Desde luego, nadie podría culparnos de esto último.

En marzo de 2023 Elon Musk lideró una propuesta mundial para “pausar” el desarrollo de la inteligencia artificial durante al menos seis meses que firmaron más de mil científicos. Nadie lo cumplió, empezando por el propio Musk. Quizás la clave de nuestro comportamiento no está en descifrar si la inteligencia artificial supone un riesgo existencial en el largo plazo, sino en el tremendo e inmediato coste de oportunidad que implica quedarnos atrás si no la integramos en nuestras empresas y sociedad. ¿Acaso deberíamos renunciar a la medicina personalizada que ayudará a combatir el cáncer de forma más efectiva, los LLMs (como ChatGPT o Gemini) que multiplican nuestra productividad o la conducción autónoma, que promete revolucionar la seguridad vial?

Cuando pienso en el momento tecnológico que vivimos, lo comparo con el viaje en un cohete con destino y aceleración desconocidos en el que sólo somos capaces de vislumbrar la siguiente y apasionante parada. La incertidumbre puede asustar, pero la visión de las maravillas que estamos por descubrir nos impiden considerar siquiera el parar. Se trata pues, ni más ni menos, de saber reaccionar a la misma velocidad exponencial a la que se suceden los acontecimientos. Más que intentar predecir EL futuro con precisión, podemos centrarnos en imaginar todas sus posibles formas para definir planes de contingencia en consecuencia.

En un mundo tan frenético donde los avances tecnológicos se suceden a una velocidad exponencial, parece totalmente irreal sugerir siquiera una pausa en el desarrollo tecnológico. Sin embargo, sí podemos hacer una pausa en nuestro día a día para reflexionar sobre todo lo que deberíamos considerar para definir nuestros siguientes pasos como empresas o sociedad. Éste espacio de pausa para reflexionar es justo lo que propone la Singularity Summit Spain (https://spain.su.org) los próximos 12 y 13 de noviembre en Madrid donde participaré como ponente. A estas alturas ya puedes imaginarte que no iré a darte respuestas, pero sí prometo que te irás con muchas preguntas.

*Alicia Asín es CEO de Libelium y miembro del Consejo Asesor de la Fundación Hermes

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