Bajo del mar: tecnología para salvar el planeta desde el fondo del oceano

En un contexto político adverso para la lucha contra el cambio climático —con Estados Unidos saliendo del Acuerdo de París—, distintos grupos de biólogos marinos combinan tecnología y creatividad para defender el planeta desde el fondo del océano.

A principios de este año, un diablo negro, un pez abisal de aspecto feroz, apareció vivo en aguas cercanas a la superficie, a solo dos kilómetros de la playa de San Juan, en Tenerife. Normalmente habita entre los 200 y los 2.000 metros de profundidad, en la más absoluta oscuridad. Nunca se había observado con vida tan cerca de la costa. Nadie sabe qué lo hizo subir. Pero su aparición inesperada nos recuerda algo esencial: apenas entendemos lo que ocurre ahí abajo.

Los océanos, que cubren el 71 % de la superficie terrestre y contienen el 97 % del agua del planeta, actúan como un termostato oculto: regulan el clima, sustentan ecosistemas enteros y, en última instancia, hacen posible nuestra existencia. Para protegerlos, primero debemos conocerlos. Debemos saber dónde viven las especies. Cómo interactúan. También debemos saber cómo cambia el equilibrio de su ecosistema cuando algo se altera. Y eso no es fácil. Requiere tiempo, dinero y mucha tecnología.

Hoy en día, sensores y cámaras acopladas a robots submarinos nos permiten seguir a las criaturas abisales durante 24 horas al día, en lugares que antes eran inalcanzables. Sin embargo, esto plantea un desafío: ¿cómo analizar la gran cantidad de información contenida en todas esas grabaciones? ¿Cómo identificar y clasificar las especies marinas que aparecen?

Ante esta dificultad, los científicos marinos idearon una solución ingeniosa. Incapaces de clasificar por sí mismos la enorme cantidad de imágenes de la vida marina que habían recopilado, crearon un videojuego llamado FathomVerse. Gracias a él, han logrado reclutar a miles de personas para una misión científica colectiva.

El juego muestra imágenes reales de criaturas submarinas. Algunas ya han sido identificadas por expertos. Otras llevan una etiqueta provisional asignada por una inteligencia artificial. Y muchas aparecen sin nombre. De hecho, este último grupo debería ser el más numeroso, si se tiene en cuenta que actualmente se estima que menos del 10 % de las especies marinas han sido identificadas y catalogadas.

Antes de comenzar, los jugadores reciben una formación rápida: aprenden a reconocer 47 especies marinas, desde medusas hasta gusanos flecha (Chaetognath). Luego, se sumergen en un océano virtual donde las corrientes los arrastran de un lugar a otro, mientras observan organismos reales captados por cámaras submarinas y los clasifican según lo aprendido.

Lo que hace su participación tan valiosa es que su evaluación de imágenes submarinas es fundamental para entrenar modelos de IA. Los organismos pueden verse de forma distinta según la luz, la claridad del agua o el ángulo desde el que se toma la imagen. La percepción humana ayuda a corregir esos matices.

Cada clic, cada anotación del jugador, alimenta un sistema de aprendizaje automático, mejorando la precisión de sus modelos. Y, al mismo tiempo, al catalogar nuevas especies, aprende a reconocerlas. El juego no solo divierte a biólogos aficionados de todo el mundo, sino que también está ayudando a automatizar el análisis visual de miles de horas de grabación.

El uso de la inteligencia artificial no se limita a encontrar nuevas especies. En otras áreas de la conservación marina, los avances tecnológicos están impulsando soluciones innovadoras. Mientras FathomVerse nos ayuda a conocer mejor la biodiversidad marina, otras iniciativas están abordando la recuperación de ecosistemas amenazados.

Por ejemplo, en la restauración de arrecifes de coral, se están utilizando robots, brazos mecánicos e impresoras 3D. La idea es automatizar el proceso para hacerlo más rápido, preciso y escalable. Actualmente, se restaura apenas una hectárea de coral al año, pero este nuevo sistema busca multiplicar el resultado por cien. Aunque parece un número pequeño frente a la magnitud del daño, el tiempo y la escala son factores clave ante el calentamiento de los océanos.

Este verano, las temperaturas récord en la Gran Barrera de Coral australiana evidenciaron una realidad inquietante: el calentamiento global ya está provocando la muerte masiva de los corales. Los modelos predicen que, si no actuamos, muchos arrecifes desaparecerán en los próximos 20 años. Aunque la restauración no ofrece una solución definitiva, podría proporcionar un margen de tiempo valioso.

Algunos expertos la consideran un remedio superficial frente a problemas estructurales como la sobrepesca o las emisiones de CO₂. Sin embargo, incluso los más escépticos coinciden en algo esencial: hay que preservar lo que aún puede salvarse. Y aquí es donde entra la innovación tecnológica. Coral Maker, la empresa que se encarga de la restauración de arrecifes, quizá no resuelva por sí sola el problema, pero está en el lado de la solución y su capacidad para frenar la destrucción, por modesta que sea, es indiscutible.

Cuando pensamos en inteligencia artificial, rara vez imaginamos a un biólogo marino. Sin embargo, estos científicos no solo la están utilizando en sus investigaciones, sino que lo hacen con enfoques sorprendentemente creativos: desde su combinación con tecnologías 3D hasta la gamificación del etiquetado de datos.

Frente a la estulticia de algunos políticos, el ingenio científico sigue avanzando. De momento, son pequeños pasos. Pero en tiempos de emergencia climática, toda innovación suma para construir un futuro mejor.