… hemos podido ser muchos más, y al final, en eso nos quedamos, en unos muy pocos, mucho ruido, mucha chatarra, pocas nueces, perdiendo el tiempo, el aceite, todos los azules del cielo, y con ellos nuestras vidas, todas las que fuimos, y más aún, todas las que no fuimos, las que hemos podido ser, pero no hubo tiempo para ellas, no hubo manera de dar la cara, de encajarlas, así que las dejamos de lado, a cada hora, a cada minuto, tan pronto abrimos el móvil, reiniciamos el ordenador, le metemos las contraseñas, los dígitos, lo intentamos, una, dos, tres veces, las que hagan faltan, miramos los correos, nos peleamos con los correctores automáticos, cerramos las ventanas, abrimos las pestañas, intentando escabullirse de los anuncios, y así nos pasamos los días, las semanas, los años, perdidos en un mar de poco vuelo, de segundos, minutos, horas, que se convierten en ese tiempo perdido, no vivido, dónde no hemos sido, se nos van las horas dándole al ratón, tecleando, corrigiendo, casi ciento cincuentas días de pasada, corrigiendo todos los errores, los deslices, las palabras truncadas, y otros cinco meses más intentando abrir las pantallas, metiéndole las contraseñas, cerrando las pantallas, otros cuatro meses limpiando la basura metida dentro y fuera del ordenador, los ficheros que ya no sirven, los videos que nos comen toda memoria, otro mes y medio borrando los mensajes inútiles, cerrando modificaciones, desactivando alarmas, sólo para cambiar el tamaño del documento, establecer márgenes, elegir las pólizas, utilizar otros colores, se nos va así casi un año entero de nuestras vidas, el tiempo que le dedicó Shakespeare a escribir El Rey Lear, el tiempo que necesitó Céline, Michon, Quignard, para terminar una obra maestra, pero, cierto, no todos somos Fitzgerald, no todos necesitamos tres años para entregar Gatsby, siete años para terminar Lolita, y otros tantos para cazar mariposas como Nabokov, no todos necesitamos una vida entera, así que no importa si la malgastamos, en faenas, en renglones, en mensajes, en vídeos que luego subimos, fotos que luego borramos, correos que luego nos salen ranas, no importa si todos lo que fuimos se quedaron en poco, en chatarra, no importa si todas las vidas que no tuvimos se quedaron ellas también en nada, en la bandeja de salida de nuestro correo, en la basura que nos colapsa el buzón, no importa, porque nunca seremos lo que no fuimos, nunca habremos estado en peligro de vivir en lo alto, o dentro de nosotros, da igual, es lo mismo, nunca habremos apretado esa mano, respirado la primera calada del día juntos, nunca habremos entrado en esa mañana limpia, de teclados altos, nubes que parecían de porcelana, las avispas barren el aire, las olas se deshacen como si fueran migas de pan, ahora tu mano entra en la mía, y tus ojos se hacen jardines, esta imagen durará lo que duran los siglos, un par de años, tal vez un milenio, en el reverso del silencio, hilo una frase para que no se nos escape el tiempo, las horas cruzan el cielo, la tarde ya se aleja, ahora que ha pasado tanto tiempo me veo tan torpe, tan niño, como cuando gateaba, cuando no había ni pantallas, ni móviles, ni redes, ni clavos, nada dónde agarrarse para acabar, para ser tronco, nunca seremos esos bárbaros que navegan hacia el alto del mar, que colocan cráneos en las estacas, y se van de proa hacia donde nadie les pueda alcanzar, mira, allí están los navíos, allí están sus barcos que cuelgan en el horizonte, el sol esparce el oro de su pelo sobre la arena, en el vientre del mar se mueve una morena, o quizás será el temblor de un mero, entre las algas, me dicen, lo leo en el diario, que pronto no habrá nécoras, que pronto no habrá ni berberechos, ni zamburiñas, que pronto las rías se quedarán secas, huérfanas, entonces me siento delante de ti, me pongo a teclear, y ahí están, de pronto, con la copa amarilla trigo maíz de godello, la tarde se hunde en el mar, el sol se esfera, y aquí estamos de nuevo, en Combarro, la hora de nuevo de rodillas, mientras la vida arde como una capilla, mientras el tiempo estruja nuestras gargantas, y yo escribo con los dedos sobre tu piel, hago que mis manos se cuelen sobre tus rodillas, por allá entra el barco en el puerto, no tiene bandera, tus ojos son dos dátiles en los cuales me dejas morder, y aquí estamos los dos, buscando algo que estará por venir, encontrando algo en nuestro pasado que no hemos conocido, a la hora del café, de rodillas, ahí está en lo alto del cielo el sol que sonríe, alegre, despiadado, dándonos bocados como lo hacen las pirañas, la vida es un sinsentido, de palabras no dichas, de manos no encontradas, y a veces la vida se repliega, se despliega, se hace bandoneón, acordeón, sopla como una gaita, y aquí estamos, en Combarro, en medio del mar y de los barcos, los dos por fin, aquí estamos todos los que fuimos.
*Javier Santiso es fundador de La Cama Sol, editorial de arte y poesía, y autor de novelas, poemarios, cuentos, obras de teatro y lo que él llama “naderías”, textos breves escritos de un tirón. Sus últimas novelas en español han ‘Vivir con el corazón’, Madrid, La Huerta Grande, 2021, y “El sabor a sangre no se me quita de la voz”, Madrid, La Huerta Grande, 2022. En marzo del 2023 publicará otra, inédita, escrita en francés, en la colección de la NRF: ‘Un pas de deux’, Paris, Gallimard, 2023.
*Cristina Almodóvar es artista plástica. Estudió Bellas Artes en la UCM, con especialidad en escultura. En 2011 recibió el prestigioso Premio Internazionale Giovane Scultura de la Fondazione Francesco Messina. Su obra se ha expuesto en ferias nacionales e internacionales y se incluye en colecciones públicas y privadas de distintos países.