Un corazón y 45 cerebros. Ese es el tesoro científico que albergaba la fosa de La Pedraja (Burgos) abierta en 2010. En aquella zanja, entre julio y noviembre de 1936, los sublevados en el golpe de Estado habían escondido 104 cadáveres. Jóvenes hombres de izquierdas detenidos en los pueblos de la zona, Briviesca, Miranda de Ebro y Santo Domingo de la Calzada. Siete años después, el hallazgo da nombre al álbum debut de Maria Arnal i Marcel Bagés, 45 cerebros y 1 corazón (Fina Estampa, 2017). Un disco lleno de belleza, contundencia y dignidad. Un trabajo sobre la memoria, sobre los tabús y los silencios en un país en el que aún cuesta tanto abrir las fosas para cerrar las heridas. Clamor, su segundo trabajo, pasa de la historia local al futuro global. En él tejen de nuevo el milenario canto de la Sibila con inteligencia artificial y las voces sintéticas que Holly Herndon utilizó en su visionario PROTO. De la arqueología de los rotos de nuestro pasado a los futuros de un mundo que necesita reinventarse. Hablamos con María desde México, antes de que cruce el océano para estar este viernes 2 de septiembre en Cala Mijas, donde comparte escenario con dos artistas que aparecen en esta conversación: Nick Cave y Kraftwerk.
En una primera escucha lo que más llama la atención en Clamor, que es un disco mucho más experimental, es quizás la presencia de la electrónica. Es verdad que ya estaba en 25 cerebros y 1 corazón, pero aquí parece que cobra mucha más relevancia. ¿Cómo concebís ese tránsito?
Es curioso porque la intención con este disco siempre fue hacer más canciones. Es decir, si te fijas en 45 cerebros hay como dos o tres estribillos en todo el disco. Sin embargo, en este disco, casi todas las canciones tienen estribillo, tienen estructura de canción, en fin, tienen una aproximación rítmica. La intención era hacer más canciones pop, pero nos acabaron saliendo canciones un poco nerd. Ya desde las letras me apetecía experimentar con los sonidos y probar con registros poco transitados. Pero la electrónica llegó de una forma muy orgánica. Al final Tú que vienes a rondarme fue la canción que tuvo más recorrido del primer disco y seguimos por ese camino. Pero probando también cosas diferentes. Por ejemplo, Cant de la Sibil-la va hacia otro tipo de planteamiento que tiene que ver con la síntesis de voz utilizando voces generadas por inteligencia artificial y producidas por Holly Herndon, que es uno de los grandes personajes de la música de este siglo. Ha sido brutal poder trabajar con ella. Conceptualmente me parecía súper potente coger una canción milenaria, hiper local y trabajarla con voces artificiales. La producción de Holly la ha hecho mucho más polifónica, incluso más alegre.
Es fascinante el ejercicio que hacéis con la inteligencia artificial y las voces. Me parece muy interesante el rol que juega tu voz en este disco. Cuando pensamos en electrónica, a veces pensamos en eliminar la voz humana, o en tratarla tanto con autotune y filtros que pierde su humanidad. Sin embargo, tu voz juega un papel central en un disco eminentemente electrónico. Y suena mejor que nunca. Me recuerda un poco a lo que está haciendo Nick Cave, que tocará el viernes justo después de vosotros, en sus últimos discos. Cuanto más electrónica es su música, más importante es su voz y creo que incluso canta mejor que nunca. En su recién estrenado documental This Much I Know To Be True muestra su proceso creativo con Warren Ellis y cómo la improvisación electrónica es una parte fundamental de él. ¿En vuestro caso, cómo es ese proceso?
Pues hay de todo. La verdad es que cada canción tiene un poco su historia. Hay veces que, por ejemplo, escribo letras y tengo clarísimo cómo tiene que ser el arreglo. Hay otras, como en el caso de Ventura, por ejemplo, en la que partimos de improvisaciones y luego elegimos y sampleamos. A partir de ahí, creamos la estructura, e hice la letra escuchando eso que habíamos construido. Además, Marcel y yo cada vez trabajamos más por separado. Antes hacíamos mucha más música juntos. Pero con la pandemia, cada uno empezó a crear por su lado y luego juntábamos el material que teníamos. Al principio íbamos así, poco a poco, generando y produciendo. Finalmente optamos por trabajar con David Soler en la producción, incorporando también su visión. Es un músico increíble que nos entiende perfectamente.
Al hilo de la producción y los músicos, este verano hemos vivido un encendido debate en torno a alguna de las grandes giras del verano, muy especialmente la de Rosalía, en la que una parte de la crítica cuestionaba si un espectáculo con una cantante y música preproducida podía considerarse un concierto. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
Lo tengo clarísimo, cantar es hacer música, tenemos aún unas ideas muy antiguas de lo que significa ser un músico. Tenemos que pensar en términos de espectáculo y dejar de pensar solamente en la música. Un espectáculo mezcla un montón de códigos. El musical es central, pero no podemos dejar de pensar en todo el resto. Si una persona, una artista increíble quiere basar su directo en el baile y en la voz. ¡Olé, por ella! ¿Tú sabes lo difícil que es eso? Hay una apuesta arriesgada que me parece brutal. No necesito música en directo para disfrutarlo. Me encanta que existan espectáculos así. De la misma manera que me encanta ir a uno donde todo el mundo toca instrumentos en directo. Supongo que al final es la misma discusión que seguramente hubo con Kraftwerk hace más de 40 años. Es muy antiguo pensar que un ordenador no es un instrumento musical.
Hablabas del Cant de la Sibil-la que es una canción tradicional que reconstruís desde la vanguardia. Artistas como Rodrigo Cuevas, con el que has colaborado, Niño de Elche o Baiuca también en esta líea de trabajo. ¿Te sientes cómoda como parte de ese grupo de músicos que desde distintos espetros están llevando la música tradicional a nuevos territorios?
Sí, creo que sí, que hay muchas cosas en común y creo que es genial que pase porque nos influenciamos entre nosotros, al final no compartimos el resultado, ni siquiera el proceso creativo. Compartimos ese primer impacto de relación con ese material porque nos hemos enamorado con estas canciones, con esta manera de vivir la música. Yo creo que, en general, lo que hay en todas estas artistas es una pasión por ese material: la música más folclórica. En mi caso, es una relación con mi voz. Estoy en la ducha y canto, voy a trabajar y canto, camino por la calle y canto. Cantar es estar bien, es estar con la gente, es compartir. A partir de aquí hay muchas músicas. No es una música concreta. No tiene una forma determinada, puede ser electrónica, puede ser lo que sea, pero lo que me une a Baiuca, Rodrigo Cuevas o Niño de Elche es esa relación con la música.
45 cerebros y un corazón, era un disco político en el mejor de los sentidos. Un disco sobre la memoria. Sobre fosas cerradas y heridas que siguen abiertas. ¿Clamor es un disco menos político?
No, para nada. Al revés. O sea, creo que 45 cerebros y 1 corazón quería explorar como ese folclore se transmitía también a partir del tabú y del silencio. Y como al final nuestro folclore son las fosas comunes y el franquismo. Era una mirada política a algo súper local y reciente. Trabajamos en un formato muy tradicional con mi voz y la guitarra. Esa era la idea del primer disco que partía de archivos de músicas tradicionales. En éste, la mirada es mucho más global. En un momento en el que no paramos de acudir al imaginario del Apocalipsis y no paramos de vernos en ese fin del mundo, es un disco que reflexiona sobre esos finales y nos invita a imaginar nuevos mundos. Es muy político porque el planteamiento final del disco es invitarte a ver el mundo desde otra perspectiva, a cantarlo desde otra voz. Por eso es ese clamor. Cada canción funciona como una mirada distinta hacia ese sentido del fin. Ventura reflexiona sobre lo que está escrito y lo que escribimos nosotros mismos. Fiera plantea que igual tampoco es tan malo el fin de la especie humana si podemos renacer bajo otra forma de vida. Me parece profundamente política la necesidad de transformarte, desde la vulnerabilidad y desde la necesidad de imaginar de maneras totalmente distintas porque hemos heredado fantasías súper antiguas que seguimos reproduciendo. Ese tiene que ser un fin del mundo, el del mundo que no nos gusta.
A mí me gusta mucho Hiperutopía, me encanta vuestra reivindicación de la utopía en medio de tantas distopías y me parece interesante que detrás de un título tan grandilocuente que podría ser de un libro de Byung Chul Han haya la que quizás sea la letra más naive del disco
Claro. Es la letra más sencilla, en realidad es una broma. Sí, el título es súper, súper, súper, y la letra habla de todas esas cosas que no sé cómo explicar, cómo contar. Lo que no sé, lo que no puedo ni imaginar aún, lo que no soy capaz de leer ni de ser, lo que no puedo sentir ni poner palabras. El sentido del humor está muy presente en este disco que nace de lo cotidiano. Es un trabajo que parte de una separación, la ruptura con mi pareja en ese momento, de tener que cambiar, de tener que empezar de nuevo. Cuando te separas, realmente se termina un mundo y es como un apocalipsis. Luego vino la pandemia y fue un momento vital para complejo de entender, de poder ver de qué manera se puede convivir con un final y superar esas ideas o esas historias que te quitan la fuerza para para renacer. Ahí empieza Clamores, me emocionaba, sentía que tenía que contar estas historias.
Es una visión sobre futuros posibles, futuros compartidos, comunes. ¿Qué papel debe jugar para ti la música en tejer esos futuros?
Debe hacernos imaginar. La cultura crea mundos posibles. Necesitamos la música para aprender a imaginar, para sentirnos en comunidad. En un mundo en el que cada vez estamos más divididos, la música nos conecta con el aquí y el ahora. Es fundamental crear esa conexión. Los conciertos pueden ser realmente explosiones de emoción.