30 años de Sónar. Música que entra por los ojos

Para su 30 cumpleaños, la icónica kermés barcelonesa se apoyó en dos grandes recursos visuales: inteligencia artificial y láseres. Vivir la experiencia de la música en vivo es algo que mola tanto que incluso hay estudios que lo han analizado: no es solo social, lo visual se vuelve cada vez más relevante. Si no me crees, confía en Kandinsky.

¡Qué sí! La música entra por los ojos. No lo he descubierto yo. Se lo sacó de la manga la MTV en los 90 cuando se dio cuenta de que era una gran idea montar un canal de televisión para enseñar videoclips de grupos y músicos de tendencia. Y mucho antes, un tal Kandinsky intentó representar el sonido a través de formas geométricas puras y colores generando todo un universo abstracto que partía de teorías matemáticas que él mismo utilizaba para enseñar lo que veía gracias a su sinestesia, una variación de la percepción humana que algunas personas hasta experimentan teniendo sexo. Quizás esa parte la dejamos para otro artículo.

Más recientemente, si has tenido la suerte de asistir a algún concierto donde la puesta en escena es fundamental, te habrás topado seguro con la última gira de Björk, que es un tripudio de colores y formas para estimular la vista y dejarte anonadada.

A medida que acecha el verano empiezan a abundar los festivales de música en cada rincón del planeta. En este panorama lúdico, el Sónar no es cosa menor, o cómo decía nuestro queridísimo M. Rajoy, “es cosa mayor”, como la cerámica de Talavera. Si nunca has estado, para que te hagas una idea, es un evento en Barcelona que congrega a unas 120.000 personas y donde las performances musicales se pueden categorizar no solo por estilos musicales, sino también por tipología de visuales.

Diálogo del dúo español BLO QUE. Crédito: cortesía de los artistas.

Hay tres grandes categorías estéticas. Las que trabajan el glitch y la distorsión tecnológica, haciendo referencia a los entornos digitales y al error como huella fundamental que une al ser humano con las máquinas. Luego está la vertiente de imágenes naturales, orgánicas y pausadas, para aquellas performances electrónicas que tienen una visión más humanista. Por último, los visuales que emplean láseres y luces estroboscópicas.

Para su 30 cumpleaños, la kermés barcelonesa se ha centrado en dos grandes recursos visuales. La inteligencia artificial (IA) para diseñar la identidad de esta última edición y el uso masivo de láseres, como ha ocurrió en la sesión de Aphex Twin. En medio, un sinfín de opciones que van desde puestas en escena como HOLO de Eric Prydz con hologramas gigantes que inundan el escenario o piezas más delicadas como Diálogo del dúo español BLO QUE, expuesta en Sónar+D.

Desde luego, todas propuestas que no dejan indiferente a nadie porque lo de que te entra por los ojos es un aspecto clave que puede marcar la diferencia a la hora de vivir una experiencia sonora. Esa búsqueda de lo sinestésico para conseguir darle placer al cerebro mezclando lo sonoro con lo visual. Es una idea clave para vivir un festival donde se mezclan distintos estímulos que podrían resumirse hasta en una fórmula matemática:

F = Co + (S x V)

F está por fiesta, Co por compartir, S por sonoro y V por Visual. Variables que, juntas, generan un cóctel irresistible: estás rodeada de gente que ha entrado al recinto con tu misma actitud queriendo fiesta, compartir juntas a través de estímulos sonoros y visuales que te transportan a una realidad paralela donde la serotonina y la endorfina se lo montan que no veas. En algunos casos hay gente que, como dicen en el videojuego NBA 2k, utiliza “potenciadores” para que todo vaya más rápido. Pero tampoco te voy a hablar de esto, que nos desviamos y le deberíamos cambiar el titular al artículo a ‘Sex, drugs and rock & roll’.

Dice un estudio de la Universidad Complutense de Madrid, que hay una demostración científica de por qué nos gusta tanto ir a festivales y que el componente fundamental es la necesidad del ser humano de tener experiencias con otras personas e intimar compartiendo.

En fin, que todo está orientado a darle cosquilleo al cerebro y que salgas de allí reventado de bailar, con las retinas llenas y con la mejor energía posible. Es por eso por lo que el Sónar lleva ya 30 años dando caña en Barcelona. A pesar de haber cambiado a nivel de escala, si las masas no te aterran y estás dispuesta a darlo todo, es uno de los eventos referentes a nivel europeo.

Dentro del eterno debate entre los seguidores de Sónar Día y Sónar Noche, las dos vertientes principales del festival, se encuentra un mundo de actividades que combinan visuales y tecnología. Personalmente, me inclino hacia la sección del Sónar+D por su mezcla de espacios expositivos. Este año, pude explorar la fascinante pieza infográfica de Domestica Data Streamer, junto con los estudiantes de diseño de Elisava, que revelaba lo que ocurre en el mundo en un minuto, incluyendo el sorprendente dato de que se consumen 1.388.888 tazas de café.

Además, pude disfrutar de una instalación con elementos físicos en movimiento, activados por inputs eléctricos. También tuve la oportunidad de apreciar el trabajo conceptual realizado por Pablo Coppel y Quique Roma, quienes crearon un ingenioso dispositivo mecánico en el que flores y bloques de hielo establecían un diálogo sonoro en contraste con la estructura mecánica, generando una composición audio experimental de gran elegancia. Incluso pude experimentar con un casco de neurociencia, proporcionado por unos expertos provenientes del norte de Europa, que convertía mis ondas cerebrales en imágenes en una pantalla.

La variedad de obras presentadas era deslumbrante, como un pequeño parque de atracciones visual. Encontré fascinantes proyectos como la tipografía modular mecánica de Yuichiro o el gigantesco y tridimensional código QR de Aphex Twin. Resulta irónico cómo la tecnología del código QR, que en un principio pocos querían utilizar, ha llegado para quedarse en nuestros teléfonos móviles. ¿Quién lo hubiera imaginado? En un estilo reminiscente de teorías conspirativas y el Nuevo Orden Mundial, una cosa es cierta: la pandemia de Covid-19 ha logrado que adoptemos una tecnología que inicialmente pocos querían utilizar.

Tres días de festival dan para ver y escuchar mucho si te organizas bien. Hay gente que al tercer día resucita cual Cristo en Semana Santa, pasando de un estilo a otro, de una actividad a otra, hora tras hora viviendo toda la diversidad de estilos que puede reunir el mundo de la electrónica. Desde sesiones alegres y positivas a otras más profundas y oscuras con detalles de tecno industrial, con una presencia dominante de proyectos hechos con IA, que, al parecer, ha venido para influir mucho en el sector audiovisual. Un giro importante en el que se puede ver la estética contemporánea completamente afectada por el machine learning.

Ver a la gente diminuta frente a HOLO de Eric Prydz con sus derroches de hologramas enormes y lluvias láser ha sido uno de los puntos álgidos del festival. Un espectáculo para grandes masas que te transporta a una realidad paralela, donde seres andróginos gigantes e hipertecnológicos te escrutan desde lo alto de su estatuaria presencia.

O rendirse en un movimiento hipnótico frente a los visuales de Max Cooper en el Sónar Hall que se parecen a un archivo de Excel gigante hecho por alguien que sabe mucho de tablas y las rompe con distorsiones y errores transformando el todo en puro placer contemporáneo. Se podría definir como intensidad electrónica que bebe de lo cotidiano y lo eleva para que se vuelva de nicho. Además de escaleras mecánicas, dédalos de autopistas, el frenesí del día a día hecho música y gráfica.

HOLO de Eric Prydz. Crédito: Nerea Coll

Al otro lado de la escena en el Sónar+D, el japonés Daito Manabe te atravesaba las retinas con bailarines hip hop desarrollados con IA con un toque abstracto que casi los hacía parecer samuráis del siglo XXI durante una sesión musical exquisita. El dueño de la noche fue Aphex Twin con una tralla de telarañas láser y un cubo formado por pantallas enormes suspendido en medio del escenario repleto de símbolos geométricos y distorsiones con un nosequé de finales de los 90.

Digan lo que digan los expertos, no hay prueba más irrefutable de que la música es una cuestión visual, nos entra por los ojos, fluye en nuestras venas gracias a las imágenes, los patrones y los colores que nuestro cerebro recibe a través de los ojos. Esa unión de sonidos y estímulos visuales hace que vivamos una experiencia nueva, permitiéndonos percibir lo que sentía Kandinsky, siendo una contraposición colectiva a una sociedad que intenta anestesiarnos. La experiencia de un festival es una rebelión a la ausencia de sensaciones.

*Francesco Maria Furno es fundador del estudio de diseño Relajaelcoco. También es profesor en el Instituto de Empresa en Madrid y en Segovia. Se ocupa del diseño de marcas y estrategia y le fascina la cocina como acto social.

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