Jamás lo creí posible. ¿Quién me iba a decir a mí que, de un día para otro, Feijoo habría aprendido inglés? ¡Caramba, meu rapaz! ¡Si habla mejor que Pedro Sánchez! Segundos después descubro el pastel. Ups… resulta que no es cierto. Se trata de un montaje. Como ya es costumbre en todo lo que se conozca a través de una pantalla, no se puede uno fiar. La IA, no me cansaré de repetirlo, nos la cuela pícara y de caño.
Mi sorpresa prosigue. Si Feijoo habla ahora con fluidez la lengua corsaria, no lo hace con menor elocuencia Chiquito de la Calzada, que abandera su legítimo internacionalismo con un: Condemoorrrr, the sinner of the prairie! Lo mismo ocurre con algo tan irrisorio como escuchar a Bertín Osborne hablar de su primer, ¡y único! gatillazo en inglés, francés, italiano y portugués. Irrisorio, entiéndase, no por lo políglota, sino por descubrir que Osborne, aunque fuese sólo en una desafortunada escena por falta de sueño, no rindió como el toro que claman sus rancheras… ¡Ay, ay, ay, ay, ay! Oh, y por supuesto, ¿qué decir de los famosos Tíos del Eclipse alicantinos tras unos cursillos intensivos en Duolingo? Porque, que quede muy clarito: Whoever takes out the gun to show it is a parguela! Qué decir del mismísimo Fary ilustrando a millones de chinos sobre el hombre blandengue en mandarín… Vamos, puro caviar…
Este exquisito tentempié de chanza viene patrocinado por HeyGen Labs, una IA generativa que traduce instantáneamente los videos a un idioma de tu elección. ¿Lo oís? ¿Escucháis ese castañeteo sordo y compulsivo? Son las uñas de miles de traductores que ven el futuro de su profesión sumergiéndose en las pantanosas aguas del inodoro.
Huelga decir que habrá puristas resistiendo deseosos de un trabajo bien pertrechado, cuidado, medido en los idiosincráticos puntos de la intervención humana. Pero, por norma general, el beneficio suele pisotear la calidad en los balances de producción. Cosa de la que, ya desde la página principal en la web, se vanaglorian los de HeyGen Labs; fardando de ser más rápidos, más sencillos y muchísimo menos costosos que un profesional del doblaje y la traducción.
En 1950, un futuro locuelo que acabaría demasiado bebido de sus propias fantasías alucinatorias, publicó una novela siguiendo los principios de la “sustitución total”. Issac Asimov, a través de la psicóloga robótica Susan Calvin, nos narra en Yo, robot un futuro donde la superfluidad de lo humano está casi totalmente alcanzada. En 2052-2057 (ya sabemos que los autores del siglo XX tenían en demasiada estima los saltos tecnológicos. O, por lo menos, su democratización), la carne ni pincha, ni corta, y está mejor dedicada a la sopa boba mientras los prodigios mecánicos, autónomos y conscientes se van encargando de sacar la faena adelante.
De buenas a primeras, ese planteamiento podría resultar deseable. ¿Un mundo sin trabajo asalariado? ¿Un mañana libre de las presiones laborales donde los humanos, o bien nos palpemos las gónadas, o bien invirtamos nuestra felicidad en la investigación, el descubrimiento y la creatividad? Coño, ¿dónde hay que firmar?
Pero, el humor traumático de estos sueños acuna su inviabilidad. ¿Acaso alguien cree que el beneficio no pisoteará la magia? Pudiendo exprimir la máquina sin límites, ¿por qué ofrecerle oportunidades al alma quejumbrosa? Mal negocio. Conciencia robótica o no, alguien poseerá la patente del código de barras y recibirá las perras, y ese alguien no va a perder la chanza de forrarse a costa de quien sea. Más a más en un sistema-mundo (véase a Immanuel Wallerstein) donde las naciones han perdido el poder del que antaño gozaron, y las corporaciones alcanzan carteras con más dígitos que el PIB de grandes Estados.
Esto ya lo están viviendo en carnes las actrices y actores de Hollywood. Vivir en la meca de La Industria tiene una ventaja-inconveniente; eres el primero en enterarte de lo que al resto del mundo acabará por caérsele encima. Si tu vida es de fantasía, con chozas a lo Frank Lloyd Wright, carros Tesla a la entrada y guarniciones de tusi en el sótano para una hecatombe nuclear, sueles rodearte de quien tiene el olfato más fino para pertrechar los expolios del futuro.
La IA y su capacidad para pasarse por la piedra pómez cualquier intervención humana es algo con lo que se lleva flirteando en el audiovisual yankee hace años. Algunos actores de hecho, como Bruce Willis, ya vendieron su “imagen” el año pasado -y hablamos de imagen en el sentido absoluto del término- para que sea usada a gusto del marionetista que la pague. Sin necesidad de actuación, sin necesidad de nada que no sea una sesión de digitalización del busto y los gestos, la productora tiene en pantalla al actor en cuestión en la mejor de las condiciones. Ni resacas, quejas, opiniones… ¡Un primor, vamos! Oh, e incluso la muerte, claro. Si no, que se lo digan a los fans de Paul Walker, al que vieron resucitado en su icónico papel de domador de carros en Fast & Furious 7, aun habiéndola diñado antes de finiquitar el film.
Y, atención, la cosa no acaba aquí. Si Paul Walker birlaba carrocerías a base de carreras ilegales, no se quedan a rebufo las empresas que, adelantando por la derecha, se apropian de la voz de un actor y la hacen sonar en sus producciones. Ojo, ya no sólo sin el permiso final del susodicho, ¡sino sin su conocimiento! Es lo que le ha sucedido recientemente a Stephen Fry (¡maravilla de intérprete!). Quien pusiera voz a los millonarios audiolibros de Harry Potter se cruzó hace nada, pasmado, con todo un documental narrado con esa voz que le rebota en el espejo al animarse por la mañanas. ¿Lo más extraño? Él no había pronunciado una sola palabra… La IA, usando sus narraciones, se había encargado del trabajo para la productora.
La infidelidad, la usurpación, la manipulación, el latrocinio orgánico, son impulsos fantásticos para la fantasía, pero dejan mucho que desear en la realidad. Lo mismo para esta ciencia ficción que empuja a lo humano hacia una peligroso abismo de desinterés. Desinterés, entiéndase, por sí mismo. Porque si se consumen los productos que la IA explota pisoteando al hombre con frivolidad y falta de miras, lo que se está uno es tirando piedras contra su propio tejado.
Quizás ahora a ti, querido lector, los videos doblados por HeyGen Labs te parezcan un descacharrante juguete sin maldad alguna. Quizás ahora a ti, gustoso lector, que los actores o guionistas de Hollywood puedan ser sustituidos por una IA te la trae al pairo mientras puedas disfrutar de un gratificante maratón de series al aparcar el pandero en el sofá. Quizá ahora a ti, infiel lector, no te afecte que las empresas vean con buenos ojos la mutilación de la calidad, en favor del beneficio de la cantidad y la velocidad. Quizás ahora ti, lector, esto ni te salpique pero, ¿qué pasará cuando lo haga? ¿Entonces creerás conveniente berrear en contra? ¿Y si ya es demasiado tarde? ¿Y si, para cuando te des cuenta de que todo lo que te rodea es artificial, incluso tú, ya no hay vuelta atrás?
En ese caso, supongo, que todo estará perdido y este artículo lo habrá escrito un ChatGPT dopado de información sobre mi estilo, creyéndose capaz de imitarme. Pues: ¡Phansjaidn! OksN. ¡AWNDIEN! 234E+AFEF… A ver si eso se lo podía ver venir. Aunque, puñetas, ahora que ya lo he hecho quedará registrado…
Sin embargo, no sé cuándo me volverá una nueva inspiración, ni el próximo arrebato de locura. El arte, la creatividad; mutan, se renuevan, desaparecen y reformulan. La IA, si bien aprende a toda velocidad, será difícil que se deje poseer por el azar de un pronto, o un impulso desconectado de toda lógica.
Pero nada de eso importa si quien goza de la creación carece de interés en defender que sea un fruto humano. Las empresas, en pro de su beneficio absoluto, son la fiera hambrienta que no dudará en arrancar el miembro que atraviese los barrotes de su celda empachándose hasta la saciedad. Da igual a quien desangren en el proceso. Por mucho que me joda caer en la responsabilidad individual, he de admitir que serán los consumidores quienes tendrán que plantarse, despachar un corte de mangas y decir ¡no! a todo lo que ambicione imponerse sobre la humanidad. Aunque suene a cachondeo, efectivamente, el futuro del ser humano está en nuestras manos, y basta con defenderlo frente al beneficio desproporcionado de lo artificial.
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.