El móvil, esa tragaperras infernal que llevamos en el bolsillo

Luces intermitentes, animaciones, notificaciones en rojo para apelar a la urgencia. El Scroll vertical es el nuevo mito de Sísifo que nos atrapa en una rutina repetitiva buscando breves chutes de dopamina.

Bienvenidos al siglo XXI. Llevamos en el bolsillo una tragaperra portátil. Nos hemos acostumbrado y lo hemos aceptado como algo normal, natural, sin ser conscientes del todo de las consecuencias negativas. La cantidad de similitudes que tienen ambas máquinas es deslumbrante como las luces y notificaciones que nos bombardean los ojos cada día. Me había prometido no volver a usar términos que aluden a la guerra, pero aquí estoy, de nuevo, como en el día de la marmota, apelando a lo bélico para generar analogías traumatizantes.  

El mismo trauma que nos ha generado el móvil con su facilidad de uso, riqueza ecléctica de apps, mensajes visuales y notificaciones. Las luces, los parpadeos, los círculos rojos acompañados por números que nos avisan de la cantidad de mensajes que no hemos leído, la distribución en filas y columnas de los iconos de las apps y ese scroll infinito que nos atrapa en cuanto abramos la app de una red social cualquiera, olvidando lo bien que estábamos antes de que todo ese circo visual nos atrapara.

Misma estética ecléctica con muchos colores, ruido visual y el sistema de engancharte a través de la inmediatez y de las descargas de dopamina y sentido de culpabilidad. Soltar el móvil antes de dormirte es cómo conseguir salir de un bar tras dejarte el sueldo de un mes “jugando” a la slot machine.

La única diferencia es que una tragaperras la alcanzas cruzando la puerta de un bar o de un sitio de apuestas. El móvil lo tenemos a nuestro alcance en cualquier momento. En ambos casos caemos rendidos y decidimos de forma inconsciente seguir atrapados en el scroll vertical como nuevo mito de Sísifo.

Estamos todos de acuerdo que, desde que existe el móvil inteligente, nuestro nivel de atención se ha visto tremendamente perjudicado. Recibir estímulos cada diez segundos, notificaciones por doquier, mensajes visuales y sonoros junto con las vibraciones influye en cómo percibimos la vida colocándonos en un verdadero campo de batalla virtual donde está en juego nuestra atención. Estamos tan acostumbrados a sacar el móvil para una foto, un vídeo o leer el último mensaje que casi no nos damos cuenta de la cantidad de veces que lo hacemos en un día. Alrededor de 150 veces de media al parecer, según un estudio de HMD del 2021, y casi cuatro horas diarias de media según datos del 2024 publicado por DataReportal.

Las causas de la situación actual son múltiples. El lanzamiento de los smartphones se ha realizado sin ningún tipo de campaña de sensibilización de la población. Una de las grandes consecuencias del libre mercado es que las decisiones éticas sucumben a los intereses económicos. El usuario final recibe un producto con una regulación escasa que fomenta el abuso.

El diseño de las interfaces ha sido el gran elemento diferenciador de cómo se han disparado los números. No es solo la posibilidad de tener una de las máquinas más potentes en nuestro bolsillo, sino lo bien que cada elemento está diseñado para minar la fragilidad de cada ser humano y engancharlo a la nada. Hemos regulado, drogas, armas, medicamentos, bajo el principio de tutela de la persona de a pié, sin embargo no ha habido una regulación tan estricta con la tecnología.

Lejos de ser tildado de rojo comunista, tanto los móviles como las tragaperras necesitan una regulación porque afecta a la salud mental. El impacto social y de salud en nuestro organismo es alto generando dependencia y trastornos, al igual que una medicina que requiere de prescripción médica. Es así que nos encontramos en una situación donde elegir no sacar el “cacharrito” del bolsillo es como pedirle a alguien que tiene una dependencia por alcohol de no pisar un bar por su salud. La teoría nos la conocemos todos, pero en la práctica, nuestra fuerza de voluntad se ve mermada por el alto nivel de atractividad hacia la distracción.

Como bien dice un nuevo trend de TikTok, escuchamos pero no juzgamos. Sí, no podemos juzgar porque los seres humanos somos imperfectos y llenos de contradicciones. Afirmar que cada uno es responsable de su sino es una falacia dialéctica que quita de la ecuación todas las variables del caso. Cada persona está influenciada por el contexto y por una serie de modelos de comportamiento. Por ende, en la toma de decisiones actúan muchos factores más allá de nuestra voluntad.

¿Esto quiere decir que somos unos títeres? No necesariamente, pero la presión social, así como el gran impacto de una tecnología tienen el mismo nivel de importancia que el libre albedrío. Tomar consciencia de una adicción o de un abuso de móviles es complejo y conlleva tener mucha fuerza mental además de crear el entorno adecuado para mejorar la situación. Los cambios globales surgen si se tienen en cuenta todas las variables.

Las interfaces, los iconos de las apps, el sistema de gamificación y recompensa de las apps están diseñadas para estimular el abuso. En clase, por muy interesante que sea una lección se ve mermada por la presencia de pantallas que absorben la atención de los asistentes. En el trabajo, un entorno agresivo o poco estimulante puede desencadenar un uso excesivo del móvil, así como un estado más depresivo o de tristeza nos empuja a refugiarnos en un entorno digital donde podemos evadir, escondernos, estar a salvo de tanta presión transformándonos en meros espectadores. No se trata solo de procrastinación, el exceso de uso de la tecnología ha ido evolucionando desde la década de los 80 hasta la actualidad. La televisión nos ha formado como espectadores pasivos, las consolas nos han hecho entender el lado divertido de la procrastinación. ¿Quién, en su sano juicio, quiere dedicarle tiempo a estudiar cuando se puede echar la noche jugando al Fifa o al Fortnite? Los 90 han sido el momento revelador gracias al Snake de Nokia, para dejar paso a los 2000 y el uso masivo de la tecnología a través de ordenadores más potentes junto con el pasaje de los SMS al universo de Youtube y Snapchat. A partir del 2010 nuestra curva de atención se ha disparado hacía series, juegos, culebrones, trends como el Harlem Shake que cambió la manera de relacionarnos en grupo. ¿Todavía hay alguien que se sienta en derecho de juzgar? Somos en efecto la especie del homo ludens donde toda distracción está permitida. 

El nivel de distracción es directamente proporcional a la reducción de la pantalla. Cuanto más pequeña, más atrapasueños.

El punto no es demonizar el móvil, sino conseguir entender que necesitamos una mayor atención a la hora de utilizarlo porque despierta exactamente las mismas dependencias que una tragaperras.  

Si su diseño está pensado para atrapar al usuario y evitar que salga, podemos considerar algunos aspectos visuales clave para entender mejor cómo funciona y encontrar una alternativa:

  1. La estructura rabbit hole. 
    El mero hecho de coger el móvil para buscar algo y quedarnos atontados más de quince minutos mirando reels es la demostración de lo que se suele llamar rabbit hole de las redes sociales. Ese scroll infinito que nos compara con la experiencia de “Alicia en el país de las maravillas” al caerse por la madriguera del conejo. El quedarse atrapado en esa estructura sin fondo es debido al diseño que nos permite fagocitar imágenes y vídeos sin parar. Un verdadero Sísifo contemporáneo. La solución es aplicar límites de tiempo que nos permitan medir de manera consciente y crear un hábito opuesto.
  2. El color rojo de las notificaciones.
    Todas nuestras apps activan micromensajes utilizando el color rojo para las notificaciones. Un color que tenemos asociado a la emergencia y a la urgencia. La mayoría de señales utilizan mensajes en blanco sobre fondo rojo para despertar esa sensación. Nuestro día a día se ha transformado en responder de forma inmediata a estímulos de colores bajo la idea subyacente de que sean notificaciones importantes y fundamentales, hasta desatar ansiedad o culpabilidad. La solución pasa por desactivar la gran mayoría de notificaciones, sensibilizando el entorno cercano a no buscar la inmediatez, sino un tipo de comunicación más pausada. Hasta hay modalidades en nlaco y negro o interfaces que no tienen iconos y gráficas.
  3. Los sonidos como sirenas que atrapan tu atención. 
    Cada app tiene sus propios sonidos, así como cada móvil, desde ligeros ruidos hasta verdaderas alarmas atrapa conciencias. Una de las apps más agresivas en este sentido es Duolingo que tiene sus sonidos relacionados con completar una lección con la presión social de los demás “jugadores” que te mandan notificaciones pasivo-agresivas. La solución pasa por desactivar todos los sonidos y notificaciones, estableciendo recordatorios personales fuera de la app que sean más amigables.

Hay una línea sutil entre la persuasión de la gamificación y la manipulación tecnológica que puede marcar la diferencia para nuestro bienestar mental. El mecanismo de premios y recompensas puede ser fantástico para generar hábitos que nos beneficien sin transformarnos en esclavos de una empresa privada cualquiera. Nuestro rol activo es no dejar que unos pocos empresaurios tecnológicos establezcan cómo depender de sus servicios. El pregón del libre mercado que eres libre de dejarlo cuando quieras es un engaño que no tiene en cuenta de la fragilidad del ser y que se parece, cada vez más, a las propuestas de alguien que te quiere vender droga fingiéndose tu colega.

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