Lo recuerdo como si fuera ayer. La visita, doble visita, a los cuarteles generales de Netflix. Hace ya un lustro de la misma, y mucho, pero mucho ha cambiado en el panorama mundial de la cultura y más concretamente en el del entretenimiento audiovisual. Una pandemia, por ejemplo, que dejó un crecimiento inédito en las plataformas de streaming y unas expectativas probablemente absurdas. Una guerra que va por su día 151 (a fecha de cuando escribo estas líneas) y que promete maltratar todos los sectores económicos.
Mucho ha cambiado desde mayo de 2018, pero el recuerdo de esa visita doble, una a la sede en Los Ángeles y otra a Los Gatos en San Francisco (ambas en EEUU), permanece en mí indeleble. Creo que quiero empezar por una magdalena de Proust, por un recuerdo muy concreto capaz de evocar la médula espinal de esta columna, el gran error de Netflix, el que le puede costar, tal vez, la vida.
Era un nombre; en inglés, evidentemente. One Flew Over the Cuckoo’s Nest. Ese era el nombre de una de las múltiples salas a las que nos convocaron (éramos literalmente docenas y docenas de periodistas de todo el mundo) para reunirnos con los diferentes productores, jefes de contenido y directivos de la compañía. Era una gota en un océano, porque el magnífico filme de Milos Forman solo bautizaba eso, una sala, pero me hizo fijarme en cómo cada estancia de aquel enorme y bullicioso lugar, donde todo el mundo parecía ir con prisa, tenía un nombre similar; y ninguno pertenecía a Netflix. El padrino, Uno de los nuestros, Cleopatra y tantos otros títulos inolvidables en versión original desfilaban de sala en sala.
Poco después de este hallazgo, nos llevaron a un tour en el que se nos explicaba que los estudios en los que nos encontrábamos, propiedad de Netflix, fueron los originales, ni más ni menos, que los de Warner Brothers. Entre las anécdotas y chascarrillos de nuestro guía, dos permanecen en mi memoria. Uno, la forma del edificio en sí, muy alargado, porque los hermanos Warner, Jack y Sam (dos de los cuatro que fundaron el estudio), se odiaban profundamente y habían construido sus despachos lo más lejos posible el uno del otro. La otra, está ligada al interior. A pesar de que no se soportaban, de tanto en tanto los Warner Bros gustaban de compartir una copa en un bar muy concreto, que quedaba justo enfrente de su opulento edificio. Como los reyes de antaño, construyeron un pasillo subterráneo que llevaba directamente al interior del bar y que les permitía ocultarse de ojos ajenos y vivir un ansiado oasis de intimidad más o menos fraternal.
¿Por qué nos contaban estas cosas en nuestra visita a Netflix? Pues se me hizo obvio muy pronto. Querían rebajar en todo lo posible la frialdad del Valle del Silicio, demostrar que eran también amantes del cine. Poco después de esa visita, tuve la oportunidad de entrevistar a Reed Hastings, el presidente de la compañía. En la cuarta pregunta, el ejecutivo me decía esto:
P. ¿Qué cree que le aporta al espectador ver películas autóctonas de otras culturas?
R. Vi una película rusa hace un par de semanas, El estudiante, no está en Netflix [risas]. Lo que me fascinó es que podría ser un instituto de EE UU. El chaval religioso que tiene problemas con sus compañeros hace algo malo… Una historia bonita. El caso es que yo me siento desconectado de cómo es la Rusia contemporánea… Todo lo que oímos es lo que pasa entre Putin y Trump. Reconforta ver a una familia normal de Rusia enfrentándose a los mismos problemas a los que me enfrento yo con mi familia. Así que apostamos más por la conexión entre diferentes culturas que por lo geopolítico. Sea con 3%, o con O mecanismo, la nueva serie de José Padilha [director de varios capítulos de Narcos] que va a ser muy polémica, porque investiga la trama de corrupción gubernamental de Brasil. [En el momento de realizar esta entrevista la serie aún no se había estrenado; en efecto, ha sido tan polémica como predijo]. Producir toda esta diversidad es estupendo.
Hastings también quería dejar patente su amor por el cine. Y reconocía sin ningún problema cuál era una de las claves de Netflix, de su titán del entretenimiento: la diversidad. El reflejar, por primera vez en la historia de Hollywood, el crisol de culturas mundial no bajo el filtro de la mirada yanqui, sino dedicando ingentes cantidades de dinero a tratar de capturar lo mejor de cada filmografía mundial. De la forma, además, más ecléctica posible. Primando lo nuevo, lo que vibra y late en el ahora.
Poco después, en la misma entrevista, se atrevía a definir un poco más qué es Netflix. Refloto el extracto:
P. Me gustaría que desarrollara un poco el ejemplo de La casa de papel para resumir algo que antes era imposible. ¿Cómo una serie española, o de cualquier parte del mundo fuera de Hollywood, se convierte de pronto en un fenómeno mundial?
R. Esta es la revolución. Netflix ha demostrado que es posible hacerlo sin perder series estupendas de Hollywood como Orange is the new black o Las chicas Gilmore. Y tenemos casos como el de Narcos que ya son híbridos. Es una mezcla genial entre la productora del cine más antigua del mundo [la francesa Gaumont] y una compañía americana de streaming [Netflix] produciendo juntas una serie que se rueda en Colombia y en México, en español y en inglés, con una gran estrella brasileña. Esto es el mundo conectado. De esto va Internet. Y de esto va nuestra manera de hacer historias.
Salto al ahora, a este julio de insoportable calor de 2022. Netflix encadena dos cuatrimestres consecutivos en números rojos de suscriptores. Los datos dicen que ha perdido, exactamente, 970.000 suscriptores, la mitad de lo que preveía perder en el cuatrimestre anterior. Pueden parecer muchos, pero Netflix acumula la asombrosa cifra de 220,67 millones de suscriptores. Si a cada uno de ellos le hiciéramos pagar una entrada de cine (y redondeáramos que esta cuesta unos 9 euros) estaríamos hablando de una recaudación muy cercana a la de la película más taquillera de la historia, Avatar. Con la diferencia (enorme) de que Netflix no tiene que convencer a esos 220.67 millones de suscriptores de ir a ver tal o cual película. Tiene que convencerlos de que se queden.
¿De qué hablaba Reed Hastings tras esos malos resultados de los dos primeros cuatrimestres? ¿Hablaba de esa creencia en la diversidad, de reflejar la globalidad de Internet a través de unos contenidos que encuentran a los mejores narradores sin importar dónde hayan nacido?
Pues… leámoslo en el siguiente extracto de la larga entrevista de Hastings ofrecida por Netflix a través de su canal de Youtube:
“Estamos tratando de descubrirlo durante el próximo año o el siguiente. Está todo muy abierto a incluso ofrecer un plan con precios aún más bajos con anuncios como una opción para el consumidor. Aquellos que siguen a Netflix saben que siempre he estado en contra de las complejidades de los anuncios y de la simplicidad de la suscripción. Pero, por mucho que sea un fan de eso, soy un fan mayor de darle opción al consumidor y permitir a los consumidores que lo prefieren un precio más bajo a cambio de tolerar los anuncios tiene mucho sentido”.
Ni un solo comentario sobre el contenido. Y, pocos meses después de estas declaraciones, el anuncio. A principios de 2023, Netflix ofrecerá un modelo de suscripción más barata con anuncios. Hastings cumplió esa promesa. Lo que tuvo mucha menos repercusión es el anuncio, mucho más solapado, de que se prepara a incumplir otras. Para empezar, Netflix despidió a 150 empleados como medida tras los malos resultados, según informó Variety. Pero también acaba anunciar el fin de los grandes gastos en proyectos, que podíamos ir diciéndole adiós los cinéfilos a locuras como la Roma de Cuarón o El Irlandés de Scorsese. Adiós a esas esperanzas que algunos tenían en que proyectos imposibles, como Las montañas de la locura de Guillermo Del Toro, encontraran su financiación en el seno de Netflix.
Pero lo realmente importante no son estos pasos atrás. Si no la ausencia de pasos adelante. De declaraciones que apunten un rumbo.
Durante este último lustro, Netflix me demostró algo que no creía posible. Y me lo demostró a base de obras. Podía financiarse un tipo de ficción mucho más arriesgada y, para más inri, global con grandes presupuestos y sin tener que estar enfocado al mercado infantil. He escrito muchísimas veces sobre la desgracia que tiene el audiovisual del presente, sobre cómo ese modelo perfecto de blockbuster aventurero, alumbrado por George Lucas y Steven Spielberg a finales de la década de 1970 y perfeccionado durante las siguientes ha acabado por fagocitar cualquier alternativa. Pero Netflix era una esperanza contra eso, porque la ficción, que necesita muchísimo de una perspectiva histórica, del pasado, también necesita de una constante renovación, de un presente vital, poliédrico y, con suerte, arriesgado; valiente, como siempre debe serlo el arte. Y, por supuesto, no sometido a los rigores de tener que servir como lanzadera a un sinfín de productos alternativos para los más pequeños de la casa.
Una panorámica por los grandes éxitos de Netfllix, La casa de papel, Dark, Roma, El nombre del perro, El juego del calamar, Castlevania, El irlandés o Narcos encajan como un guante en dichos epítetos. Incluso en sus grandes fracasos. Yo hay dos que nunca olvidaré, que me parecen realmente extraordinarios. Por ejemplo, y sin ser en exceso un fanático de Baz Luhrman, creo que pocas series han contado un fragmento de la historia de la música tan bien como The Get Down, una serie sobre el nacimiento del Hip-Hop que tiene la misma hechura que uno sentía en los filmes de los setenta, en las grandes obras de Cimino o Coppola. Y otra serie extraordinaria, The OA, dejó en ridículo las cabriolas metafísicas e intelectuales del mejor Christopher Nolan con un argumento sencillamente mágico e impredecible, de twist en twist, acompañando a una Brit Marling extraordinaria, un ángel en vida capaz de hacernos creer en cualquier cosa, por descabellada que resulte. Creo que el corte de plano cuando esta mujer comienza a hablar en un largo monólogo de su primer episodio, un corte de plano que nos siega de Estados Unidos y nos rebrota en Rusia, está entre lo más inolvidable que he visto jamás en el audiovisual.
Pero, a poco que uno busque en Netflix, hay mucho más. Por ejemplo, Hi-Score Girl, una comedia romántica de anime japonés que cuenta toda la historia de las máquinas recreativas de uno contra uno partiendo de una premisa argumental tan hilarante como genial: la chapona del instituto y el randa de la clase tienen solo una cosa en común, su amor por los mamporros del Street Fighter. O Devilman Cry Baby, una locura de Masaaki Yuasa que aprovecha la excusa de un remake para lanzarse al abismo en una miniserie que es una orgía lisérgica para los sentidos, en lo literal y en lo alegórico. O un show tan imposible como Seis Manos, también de animación y parida por el dueto de Brad Graeber y Álvaro Rodríguez, capaces de exhumar la desvergüenza de la animación noventera, la que abanderaban las Tortugas Ninja y todos sus hijos bastardos, con un hiriente retrato de la Latinoamérica más violenta.
De todo eso tenía la oportunidad de hablar Reed Hastings si hubiera optado por ser valiente en vista de estos malos resultados de su gigante. No lo ha hecho y lo cierto es que la competencia tiene mucho más claro cuál es su mensaje. En el caso de Amazon Prime, gigantescas superproducciones que no se pueden ver en ninguna otra parte (la venidera El Señor de los Anillos) y una intención de convertirse en el mayor videoclub de la historia (hay muchos más clásicos, gratis y de pago, que en ninguna otra plataforma). HBO es una doble apuesta: superhéroes y un inmenso legado de más de 100 años de cine y las series de mayor calidad del mercado. Disney Plus es el hogar de las franquicias: Marvel, Star Wars, Pixar y Disney, amén de Los Simpsons, Alien, Depredador y todas las grandes historias que la casa del ratón adquirió con la compra de Fox. Apple + es la boutique del prestigio, un HBO diminuto en el número de títulos que ofrece, pero gigantesco en la escala de producción y los nombres que baraja en reparto y directores. Y luego están los puramente tribales, Criterion en Estados Unidos y Filmin en España para los cinéfilos, Shudder para los amantes del terror o Crunchyroll para los locos del anime.
Entonces, ¿qué es Netflix? Hace cuatro años, Hastings sabía responder a esta pregunta. Lo nuevo, lo global, lo arriesgado, lo fresco. Internet. Hoy… Hoy se encuentra perdido en hablar de cifras, retención y modelos de publicidad. Y firmas como la mía, o como la de Oli Welsh en Polygon y su estupendo Por qué de pronto está Netflix está tan desesperada, se han percatado del problema. Espero que Hastings, Sarandos y compañía lo hagan también. Porque hay millones y millones de horas de clásicos contemporáneos en su plataforma que corren el peligro de despeñarse al abismo. Y eso sería algo más que una lástima.