El arte como profecía, el artista como programador

La feria de arte contemporáneo JustMad es otro de los escenarios en los que el arte digital se va haciendo hueco. Con los distintos ejemplos de la cita, podemos ver la constante y la variable de este soporte artístico; lo interactivo y la programación informática. ¿Será esto, como vaticinaba Patricia Highsmith, una profecía?

A uno le sobreviene como un sano mareo visual cuando atraviesa la entrada de la feria de arte contemporáneo JustMad, localizada este año en la madrileña calle Cervantes. Por si no fuera suficiente con el pasadizo salpimentado de grafitis que desemboca en la primera sala, el ajetreo personal y la acumulación de propuestas es efervescente.

La variedad es lo que menos escasea en la cita. Desde piezas visiblemente singulares y claramente talentosas, hasta algunas pretensiones vanguardistas propias de una parroquia de aspirantes a la sofisticación. El cambio general radica, principalmente, más en la forma que en el fondo. Es la inextinguible evolución del arte visual: rendirse a las herramientas de su creación. De entre las cuales se encuentran los materiales digitales. Y, como se observa bien en JustMad, los senderos que se van estrenando en las planicies, casi desconocidas, del arte digital tienen un patrón común y otro variable.

El aspecto variable consiste en un cambio de lo contemplativo del espectador a lo interactivo. Los soportes digitales son herramientas con las que los humanos interactuamos constantemente, a diferencia de pinceles y pinturas, y que facilitan el intervencionismo artístico o, bueno, una suerte de neo-arte vivo. De esa forma, la audiencia puede usar tabletas, smartphones y demás dispositivos para ser, como diría todo artista avispado, “parte de la obra”.

En JustMad son dos los ejemplos de esta golosa interacción de esencia tan pedagógica. En primer lugar, la obra Everest, del artista urbano Kaufman, conocido por sus intervenciones callejeras dominadas por geometrías multicolor. Con este proyecto, Kaufman nos abre la posibilidad de crear nuestra propia composición en una Tablet, superponiendo 6 figuras geométricas, con una fisionomía que busca emular los picos de una montaña. Es difícil discernir si uno está probando una app de la Play Store, o si se trata de una participación en el escenario del arte moderno. Lo que no es debatible es lo entretenido que resulta… La pregunta subyacente podría ser entonces, ¿hay que entender el arte como una forma cuca de entretenimiento? Sin duda el juego ha sido, y es, parte de la inmensa cosmología de lo que entendemos por creación. Visto así, las herramientas digitales podrían ser un nuevo paso en el camino a la democratización, bien dirigida claro, de ese impulso creador.

En segundo lugar, tenemos la obra de Ricardo Candia, un joven fotógrafo chileno de singular oscurantismo difuminado. Su obra invita a interpretar alegorías desde una figuración emborronada, e invoca ese peligroso torbellino de café negro al que uno tiene la tentación de abalanzarse en según qué fotografías. Su proyecto tiene un margen radicado en la realidad aumentada, que para ser desvelado implica la descarga de una app con la que escanear la imagen. Así, la fotografía en la pantalla se ve cabalgada por una madeja de puntos blancos, parecidos a la caja de resonancia espídica del movimiento de las neuronas, superpuesta sobre la parte central. En este caso, no estamos hablando tanto de juego, como en el proyecto anterior. El esquema interactivo actúa más como unas lentes tecnológicas con las que hacernos cargos de los fantasmas, o quizás de los espíritus, de las obras invocados a través de la realidad aumentada.

Visto lo interactivo, vayamos al común denominador: el artista de hoy es un programador. O, como mínimo, trabaja con programadores. O, yendo a la base total, trabaja con programas informáticos. La IA, presente a través de la onírica y medusil obra de Roman Kuhn en la feria, se reconoce en estas lides en tanto que instrumento de creación. El material del presente y, desde luego, del futuro. La nueva brocha, con la que el artista comienza a mutar de puro creador, en azuzador de corrientes: en inseminador de ideas sin matriz de desarrollo. El propio Kuhn afirmó respecto a su reciente uso (hasta hora se había centrado en la fotografía sin IA): “La esencia del arte sigue siendo y así será siempre, tener una idea única, describirla artísticamente y utilizar nuestro talento en combinación con la perseverancia, la paciencia y la experiencia para crear algo nuevo, algo extraordinario”.

El debate sobre lo que es, o no es, una obra de arte, es tan infinito como tedioso. La legitimación del arte se ha dado cabezazos sin interrupción, y las múltiples vanguardias, expresionismos y otros cientos de movimientos, se han sentido tocados por la poderosa mano de la novedad y la trascendencia. ¿Lo estaban? La respuesta tiende a la irrelevancia. El discurso y el método han impregnado hasta las moléculas cuánticas de lo que puede considerarse una producción artística. La metodología digital, tan prometedora del horizonte, de lo original, que es el deseo manifiesto de casi toda obra, no podía por tanto sino entrar hasta la cocina en vista de semejante ambición.  

Durante la charla: “Trascendiendo la era digital: el arte como cimiento de innovación y expresión”, celebrada en una de las estancias de la feria, los creadores Alba de la Fuente y Solimán López, debaten -o, mejor dicho, están de acuerdo-, con la consultora de arte digital, Carmen Ballesta, y la coordinadora de arte en Casa Batlló, María Bernart, acerca de la conceptualidad endógena del amanecer artístico. El arte, al parecer, será conceptual o no será. Y los formatos físicos tradicionales, han de comenzar a coexistir naturalmente con el contenido digital. Según Solimán: “la comunidad debe mantener el arte digital. Los coleccionistas tienen que entender que el valor de aquello que vive en otros soportes es igual de sustancioso que el de los medios clásicos. Yo, por ejemplo, encuentro que mi lugar como artista está más en los laboratorios que en los museos, y necesitamos esas instituciones”.

Por su parte, Alba de la Fuente despacha una idea bastante depurada, relacionada con la responsabilidad del usuario con las IA. Al fin y al cabo: “la IA funciona por modas. Hay que buscar la individualidad trabajando mucho con ella. No dejándola hacer sin más. Sino investigando cosas inexistentes para que sus creaciones sean únicas”. En cuanto a los nexos entre arte y tecnología, todo el panel coincide en que son aspectos indivisibles de la misma ecuación. Carmen Ballesta destaca el ejemplo de la fotografía, a la que hoy entendemos como un arte a la altura de cualquier composición plástica, y que, quizás, sólo sea la antecesora de la siguiente revolución creadora de la IA. Interrogados sobre la trascendencia del arte digital, María Bernat no dudo en satisfacer a sus interlocutores, aclarando que esta nueva herramienta dará a luz a obras igual de durables y admiradas con el paso del tiempo que la Casa Batlló. 

En conclusión, a pesar de que JustMad es una feria plagada de composiciones con formato no-digital, está claro que se revela como otro de los adoquines en el camino a vivir la digitalización del arte. Un giro, según cómo lo veamos, degradador o esperanzador, limitante o ambicioso…

Seguramente, lo que dijo Patricia Highsmith en sus diarios, era cierto: “la pintura va muy por delante de la escritura. Las imágenes que son modernas en literatura resultan manidas en la pintura. Goya presagió a Zola, Manet a Dos Passos, y De Chirico, la soledad y el aislamiento de Camus. ¿Qué presagia Picasso? Bombas y rimbombancias, masas sin organización, una estéril anarquía de mente y corazón”.

Según la autora de El talento de Mr. Ripley, esta virtualización de la realidad artística es una profecía. Quizás, la que contraría lo que John Ruskin dejó escrito en 1879: “la brecha entre el hombre de ciencia y el artista se hace cada día más amplia; pues el artista (…) se limita a usar los instrumentos que transmiten o comunican poder humano, mientras que rechaza cuantos lo acrecientan. Tiziano se negaría a mover su pincel animado por la electricidad y Miguel Ángel a sustituir su mazo por una martillo pilón”. Los artistas de hoy no sólo no rechazan los instrumentos que acrecientan el poder humano. Para bien o para mal, algunos ya se rinden totalmente a ellos. Seguramente, esa seala revelación, la profecía del arte: nuestra inminente sumisión absoluta a lo digital. Aunque, bien pensado, tal vezya sea, simplemente, una afirmación contemporánea.

Sobre la firma

Galo Abrain

Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.

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