La amplitud es un hombre imposible de medir. Sólo cuando una mujer llega, y dibuja el círculo, entonces puedes darte por enterado: eres ese círculo, eres ese epicentro. La mayoría de los hombres, sin embargo, nunca lo logran, dibujar esas circunferencias, por eso se quedan pequeños, achicados, encogidos. No saben, no pueden, no quieren. Porque de eso se trata: hacer círculos en tu vida, amplios, reducidos, como sea, y un día encontrar el epicentro, dar con la clavícula, dar con ese clavo, que te arde en la mano, el ojo, el corazón.
Cada punto muerto es terrible. Es un viaje sin ida ni vuelta. El tiempo es esa cesta agujereada, de membrillo, de lo que sea. A veces pasamos a través de ella, la atravesamos sin enterarnos. Con el tiempo, sin embargo, nos vamos ensanchando, los cuerpos crecen, y un día ya no pasan, ya no atraviesan ese agujero. Entonces el tiempo se cierra, lo hace como un hacha, es una pinza que aprieta. Te arranca de la vida como si fueras una muela, y entonces te mueves, te retuerces, es el dolor, es la vida que se te va por el pozo. Un día dejas de ser feto, dejas de ser fiesta, tu cuerpo se esparce como si fueran migas, pan para los gorriones. El cuerpo es ese barco que se hunde, que cae en picado. Levantas las velas, echas el ancla, buscas un estrecho, y sin embargo, el alma se te escapa por todos los ríos, salta por encima del muelle, la vida se te pone viento en popa. Y ahí la tienes, nadando, tu alma: ella siempre busca una nueva isla.
Antes de caer en esta trampa, de que te encierren en este cuerpo que se te muere, ella, el alma, se empeña, busca algo que ser, algo más eterno que un beso dado, ese algo recibido, aunque sea beso compartido, ese viajar de labio a labio, de carne a carne. Los cuerpos solo son esos astrolabios, timones, velas, a veces no tienen rumbo, y, sin embargo, se empeñan ellos también en encontrar, en dar con una isla, vislumbrar una costa que les salve. Lo peor que podamos hacer es morir sin haber entendido ni una pizca de eso que era el hombre, ese cuerpo de timón roto, sin brújula, pero empeñado. Vivir es apañarse con un cuerpo que no sabe, que no puede, pero que quiere. Y entonces levantas la cabeza, miras esa oscuridad que también te ignora, que quieres sin embargo alcanzar, miras todo eso que brilla ahí fuera, en el fondo de unos ojos que te miran, en ese cielo que sigue bailando, ahí arriba, en silencio y te ignora.
El alma no se deja sin embargo distraer. Ella está a lo suyo, gira, y no le hace caso a esa vida que no para de hablar, que se vacía, repleta de cólicos, porque por aquí solo reina el despilfarro, los millones de hombres que no aguantan, que no pueden, por eso se enzarzan, se hacen guerras, entran unos y otros en sus carnes, a golpes, a machetazos, partiendo en cachos los escudos, atravesándose como lanzas. Y ahí la tienes coleando, con su rabo de toro, con su cara de rata, la muerte nos busca, nos encuentra, estemos donde estemos, incluso detrás del armario, incluso debajo de la cama con las sábanas tiradas encima. Entonces no dejas de negarte, dar la cara, decirles no a los jueces que buscan romperte como las nueces, la salida no está en la huida, ni tampoco en patear la muerte.
El alma es sencilla como lo es una madre. El mundo cree que la libertad es cuántica, que el paraíso está en una fórmula, un algoritmo, y por eso machacamos el alma, con cálculos, con palabras, con ecuaciones, lo hacemos sin soluciones, tirando incluso, a menudo, del silicio, o de la cal. La vida nunca define, nunca es definitiva, por eso se abre paso, se difumina, se esparce. Se instala en esa breve, pequeña, diminuta, alegría del segundo, todo se queda en nada, apenas una chispa, un relámpago. El alma es pobre, con un poco de nada, lo hace todo. No tiene, no puede, pero sólo una palabra suya basta para sanarlo todo. El alma no es tacaña, no cuenta las canicas, ni luego los billetes, todo lo que tiene lo da, e incluso lo que no tiene lo da, también. No sabe de pólizas contra el granizo, de temporales que se te meten hasta en los muelles, ella transforma el agua en vino, el río en mar, el beso en labios.
Y una vez el mundo se hace esplendor, entonces se sacude el polvo del calzado, se quita la tierra de encima. El mundo es ese camino sin ataduras, ese polvo sin dueño, es ese zapato sin pies, que va a su bola, el alma es un ratón que se mete en el agujero. El ciego abre los ojos, el sordo escucha, así es ella, como entrar en el templo, y que todas las estanterías se llenen de milagros. Y de nada sirve que le pongan dinamita a los puentes, de nada sirve que disparen los cañonazos, el alma ni se entera, nunca ha empezado, nunca ha terminado. Este mundo no es su cama, tan pronto se mete dentro, el cielo se derrumba, las vigas se desmoronan. El alma no tiene ataduras ni herraduras, no es dueña de ningún pozo ni acuña ningún escudo, no sabe de ganadería ni de toro bravo, es ligera, como algo que fuimos, como algo que seremos.
Ella no sabe de sapos ni de hadas. Por mucho que uno te mire de reojo, ella sigue su camino, los huesos se rompen, los tobillos se parten sobre la piedra, pero el alma prosigue, ella sigue, a lo suyo, a lo tuyo. Se deja crecer la melena, se hace libre. El verbo a menudo es un río de palabras, un torrente, un manantial, no deja de chorrear. Ella sin embarga se calla, acalla, se hace tierna como la carne, el alma reina sobre el mundo y la sangre. Ella sabe que muchos mueren estando en vida, siguen viviendo, aunque sean ceniza, se quedan sin eje, ni centro, ni empuje. Vacíos como las cartas que no se meten en los buzones, las que no se escriben, ni siquiera se envían. Los labios se quedan entonces con ese beso, con esa carta que nadie más volverá a sellar, a humedecer. Vivir es ponerle una tilde a cada verbo, es que cada flor se haga colmena, es empeñarse en levantarse, sacudirse las crines, ponerse a caminar lo nunca andado.
El amor no sabe de cancelas, ni de muros, ni de vallas. Cuando llega, dejas de contar en semanas, meses, años. El amor te levanta, no te derrumba ni te tumba, te pone a la vertical, erguido. Y entonces una isla es solo eso, un trozo de tierra, una espiga: es un hombre rodeado, abrazado, amado, por una mujer. El porvenir es lo que nunca llega, siempre aplazado, siempre con retraso. El presente es lo que nunca se queda quieto, siempre tarda en pasar, y de pronto se ha ido, sin más, sin avisar. El pasado es lo único que se queda sólo, en su rincón, no se atreve a volver, a regresar ni tampoco a irse. Ahí se queda esperando que la memoria lo visite, esperando que el olvido se olvide de él, lo deje tranquilo. El amor es esa cerilla que le prende fuego a todo, al futuro, al presente, al pasado, es esa cerilla que se ríe a carcajadas del tiempo que ya no sabe morder, ni siquiera morir.
*Javier Santiso es fundador de La Cama Sol, editorial de arte y poesía, y autor de novelas, poemarios, cuentos, obras de teatro y lo que él llama “naderías”, textos breves escritos de un tirón. Sus últimas novelas en español han ‘Vivir con el corazón’, Madrid, La Huerta Grande, 2021, y “El sabor a sangre no se me quita de la voz”, Madrid, La Huerta Grande, 2022. En marzo del 2023 publicará otra, inédita, escrita en francés, en la colección de la NRF: ‘Un pas de deux’, Paris, Gallimard, 2023.
*Cristina Almodóvar es artista plástica. Estudió Bellas Artes en la UCM, con especialidad en escultura. En 2011 recibió el prestigioso Premio Internazionale Giovane Scultura de la Fondazione Francesco Messina. Su obra se ha expuesto en ferias nacionales e internacionales y se incluye en colecciones públicas y privadas de distintos países.