“Ludwig Boltzmann, que dedicó buena parte de su vida al estudio de la Mecánica Estadística, murió en 1906, por obra de su propia mano. Paul Ehrenfest, que continuó su trabajo, murió de manera similar en 1933. Ahora es nuestro turno de estudiar Mecánica Estadística”. Es el comienzo de un manual de Física anglosajón que, entre risas, circuló por las redes sociales. No sé si era una muestra de humor voluntario o involuntario, pero el párrafo contiene una verdad: lo deprimente de ciertas disciplinas de la Física.
La Mecánica Estadística y la Termodinámica tratan de explicar los mismos fenómenos desde aproximaciones diferentes (microscópica y macroscópica); esto es: los intercambios de energía, trabajo y calor en los diferentes sistemas. Dijo Thomas Carlyle que la Economía es una ciencia lúgubre, pero más lúgubre es la Termodinámica, que se vertebra en el concepto de entropía, conceptualizado por primera vez por Boltzmann, el físico suicida. Según esta disciplina, todo en el Universo tiende a la mínima energía y el máximo desorden y así acabará todo algún día: completamente frío y desordenado, es decir, oscuro y muerto. No es una perspectiva muy alentadora.
Cuando estudiaba la carrera de Astrofísica había muchos asuntos que me causaban una ansiedad de fondo, que según el día pasaba a primer plano: la posibilidad de la explosión de una supernova o un estallido de rayos gamma en nuestro entorno, que barrería la vida en la Tierra, la expansión del Sol en gigante roja, que engullirá nuestra órbita o, simplemente, la pregunta que se han hecho muchos filósofos: por qué existe algo en vez de nada, y por qué ese algo es como es y no de otra manera. Por ejemplo, por qué las leyes de Física y las constantes universales son las que son y no otras. Hay quien dice que las cosas son como son porque tienen que ser compatibles con la existencia de la vida (es el Principio Antrópico), pero es un poco raro, porque todo tiende matarnos todo el rato.
El Universo es hermoso, pero terrorífico, por eso algunos, como H.P. Lovecraft no veían en los grandes espacios cósmicos una fascinación o un deleite, sino la más pura esencia del horror, que luego encarnaba en monstruos de mil tentáculos y horrendos dioses antiguos. A mí, lo que más miedo me daba, además de los cuentos de Lovecraft y los eventos astronómicos antes citados, era otra cosa relacionada con la entropía, uno de los finales más probables del Universo, su muerte térmica, también conocida como Big Freeze.
La entropía es la magnitud que señala la dirección de la flecha del tiempo, es decir, el tiempo corre según la entropía aumenta y también esa cosa contra la que peleamos los seres vivos, que somos corrientes de orden dentro del desorden. Somos una victoria solo temporal, la muerte es el triunfo inevitable de la entropía. Nuestra vida podría metaforizarse por esa costumbre absurda de hacer la cama cada mañana sabiendo que se deshará de noche, ese ahínco en ordenar la casa sabiendo que se volverá a desordenar con el tiempo, acciones que, sin embargo, llevamos a cabo con una extraña fe, como en el mito de Sísifo.
El Big Freeze, el triunfo final de la entropía, sucederá si el Universo se extiende sin límite. Según su cronología, ahora estamos en la Era Estelífera, la de la existencia de las estrellas, la más brillante y prometedora de la historia del Cosmos, pero cuando las estrellas se apaguen llegará una Era de los Agujeros Negros, cuando solo estos objetos persistan y, después la Era Oscura, cuando todos ellos se evaporen.
Dentro de 10 elevado a 100 años (un 1 seguido de 100 ceros), se dará una eternidad en la que todo permanecerá oscuro y a una temperatura muy cercana al cero absoluto. Eventualmente una fluctuación cuántica podría dar paso un nuevo Big Bang, pero, aun así, la cosa es para deprimirse, porque, aunque hubiera vida después de la muerte, no puede haberla tras la muerte del propio Universo. Sigamos, pues, con nuestras cosas.
Sobre la firma
Sergio C. Fanjul es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados (Pertinaz freelance, La vida instantánea, La ciudad infinita). Es profesor de escritura, guionista de tele, radiofonista y performer poético. Desde 2009 firma columnas, reportajes, crónicas y entrevistas en EL PAÍS y otros medios.