El otro día adquirí un pack de 80 gramos de jamón en el supermercado. En el envoltorio de plástico decía “jamón serrano GRAN RESERVA”, decía “elaborado en SALAMANCA”, decía “curación 18 meses”, decía “SIN alérgenos”, decía “SIN gluten”, decía “premio SABOR superior”. El paquete estaba lleno de mensajes así dispuestos, en diferentes fuentes tipográficas y tamaños, para convencerme de la compra y, para una vez comprado, hacerme sentir orgulloso de ello. Según este trozo de plástico yo era un gran consumidor, un tipo con olfato, un señor que solo se conforma con lo mejor.
Pero de todos estos mensajes, el que más me llamó la atención es el que decía “como CORTADO A MANO”. No decía que esos 80 grados de jamón serrano gran reserva elaborado en Salamanca, con 18 meses de curación, sin alérgenos y sin gluten, premio Sabor Superior, estuvieran cortados a mano, ojo, sino que estaban “como” cortados a mano.
Esto parecía desentonar con el tono triunfal y distinguido del resto de los mensajes: no me ofrecía una cosa auténtica, el jamón cortado a mano, sino un sucedáneo, y todo radicaba en una sola palabra, la palabra “como”. Este jamón lo había loncheado una máquina, como cualquier otro jamón vendido industrialmente, no había sido cortado por un cortador de jamón humano, con sistema nervioso central y palpitante corazón, con sus sueños y aspiraciones, con DNI e hipoteca, pero esa máquina lo había hecho “como” si fuese humana, aún sin tener todo lo anterior.
Ante la hipotética llegada del reino de las máquinas, que echarán a los humanos al arcén de la Historia, siempre nos dicen que es preciso ejercer esas habilidades creativas propiamente humanas que las máquinas nunca podrán copiar. Repetitivo es poner tornillos a un coche en una cadena de montaje o incluso, con la inteligencia artificial, realizar diagnósticos médicos certeros o adjudicar créditos e hipotecas. Propiamente humano era cortar jamón como lo corta un cortador, con alma, por eso en las bodas y saraos más sofisticados siempre tiene que haber un cortador humano que implique su pulso inexacto, tembloroso y sensible para convertir las finas lonchas de jamón en una categoría del arte.
Este pack de 80 gramos de jamón serrano gran reserva, etcétera, que nos ofrece jamón “casi” cortado como un humano no hizo sino hundirme en ensoñaciones aún más sombrías respecto a lo que nos espera como especie. Lo más curioso de todo, sin embargo, no es tanto que las máquinas corten jamón como señores y señoras, sino que los consumidores comiencen a aceptar el reclamo, no ya de las cosas artesanales hecha por manos de carne y hueso, sino de esos simulacros que casi parecen humanos pero que, yo qué sé, nos sirven igual, hasta para hacer publicidad.
Al fin y al cabo, parafraseando libremente a los Accidents Polipoètics, ya vivimos vidas casi humanas, en las que casi nos alimentamos con corrección, casi nos concentramos, casi llegamos a fin de mes y casi conseguimos descansar los casi fines de semana con nuestro casi amigos, cuando casi comemos jamón, como cortado a mano.
Sobre la firma
Sergio C. Fanjul es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados (Pertinaz freelance, La vida instantánea, La ciudad infinita). Es profesor de escritura, guionista de tele, radiofonista y performer poético. Desde 2009 firma columnas, reportajes, crónicas y entrevistas en EL PAÍS y otros medios.