En tiempos eminentemente científico técnicos resulta que resurge en las redes sociales el gusto por saberes antiguos como la astrología. Las cuentas y canales de astrología experimentan cierto revival, dicen que entre la gente joven y moderna, alguna de la cual se toma lo astrológico en serio mientras que otra le aplica su mirada irónica habitual. En cualquier caso, hay gente que vuelve a mirar los cielos (o, en su defecto, al Instagram) en busca de explicaciones a los asuntos humanos y al inexplicable carácter propio y del prójimo.
Cuando todo parece tener explicación menos el algoritmo Facebook o la fórmula de la Coca Cola, los humanos volvemos a estar sedientos de maravilla y misterio. Max Weber calificó este fin de los misterios que trae la contemporaneidad como el “desencantamiento del mundo”, y suele ser acompañado por algunas corrientes que quieren volver a encantarse mediante la superstición, el esoterismo, las conspiranoias o la religión, todo en cóctel, ahora, con el pixel y el flúor. En la posmodernidad, donde se derrumban las metarranaciones tradicionales, se dan estos movimientos tectónicos en el sustrato del conocimiento.
Respecto al retorno de lo astrológico, llama la atención que, frente a estos pseudosaberes, el conocimiento científico se considere aburrido y cuadriculado, al tiempo que supersticiones como la astrología se vean como algo poético, romántico, sugerente, libérrimo. Según la astrología nuestro carácter o destino están determinados por la posición de los astros en el momento de nuestro nacimiento, que se ve reflejada en la carta astral. Esto es algo muy rígido, como rígido es clasificar a las personas en 12 signos zodiacales y en base a otros matices como los ascendentes, los aspectos y las dignidades. La astrología suele dejar poco al azar y a la poesía, tiende al determinismo, por muy bonitos que sean los planetas, las constelaciones y sus símbolos. Además, es falsa.
La realidad que nos muestra la ciencia es, contra lo que se pueda pensar, mucho más abierta a lo romántico, a lo asombroso, a la imaginación. La ciencia nos dice que somos fruto de la combinación azarosa del material genético de nuestros padres (enrollado milagrosamente dentro del núcleo de cada célula) y que no solo existe esa magia y ese azar, sino que nuestro desarrollo también estará influido por el entorno en el que no desarrollemos, que puede estar sometido a una gran variabilidad. O sea, la ciencia nos dice que, dentro de unos límites, muchas opciones pueden suceder, que las cosas no están completamente determinadas por los astros, que se le otorga algo de sorpresa a nuestra vida.
Es más, la ciencia nos presenta disciplinas como la Mecánica Cuántica o la Relatividad que nos hablan de maravillas incomprensibles por nuestras mentes mortales: espaciostiempos curvos, agujeros negros, partículas entrelazadas cuánticamente o funciones de onda que pueden atravesar paredes como por arte de magia. Entiendo que la constante explicación del mundo por la ciencia lleve a algunas personas a necesitar más maravilla y más misterio, pero es que esa maravilla y misterio están en la propia ciencia, cuyas explicaciones sobrepasan nuestra efímera y patética condición humana. Eso es lo más grande de este asunto: lo pequeños que somos y lo lejos que hemos tanteado con nuestro humilde entendimiento.
Sobre la firma
Sergio C. Fanjul es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados (Pertinaz freelance, La vida instantánea, La ciudad infinita). Es profesor de escritura, guionista de tele, radiofonista y performer poético. Desde 2009 firma columnas, reportajes, crónicas y entrevistas en EL PAÍS y otros medios.