En España nos gusta hacer polémica de las cosas sencillas de la vida, de modo que tenemos a cebollistas y sincebollistas, y también a solotildistas y antisolotildistas. El último cisma en el lifestyle español lo vislumbré el otro día en un tuit que puse, y que dividió a la concurrencia entre lo que he bautizado como librocachistas y libroenteristas. ¿Está España preparada para esta conversación? En cualquier caso, viene bien sacarla a la palestra ahora que estamos en los alrededores del Día del Libro y Sant Jordi. El tuit decía así:
“La gente que lee mucho, lee pocos libros enteros. Se leen prólogos o conclusiones, capítulos sueltos, se hojea, se chequea, se coge lo útil y se tira el despojo, se empieza y se abandona. Con todos esos fragmentos se construyen otros pensamientos y otros textos. Buenos días”
Oigan, quizás fui un poco taxativo diciendo que la “gente que lee mucho” lee así, porque no precisé lo que era “leer mucho”, y es cierto que puede haber gente que lee mucho de otra manera, pero así lo había observado en mi experiencia, y a Twitter hemos venido a jugar. Dado el tema tratado pensé que este sería uno de esos tuits que se amontonan en el sumidero de la Historia con un like o dos, pero resulta que generó bastante conversación (tuvo más de 55.000 impresiones), cosa que me alegró por un lado, porque bien está que la gente hable de la lectura, pero que me entristeció por otro, porque hasta para esto asoma el mal rollo y la animadversión cobarde del trol anónimo.
Ahora que no estamos en Twitter puedo explicar más prolijamente la actitud librocachista, la del que lee a cachos: he observado que ciertos profesionales que trajinamos con muchos libros, como somos los periodistas, escritores, libreros, investigadores, académicos, etc, solemos manejar muchos volúmenes que hojeamos o que leemos fragmentariamente, puede que para tener una visión general del libro en cuestión, y estimar o desestimar su lectura más atenta, o porque vamos en busca de una información concreta (un párrafo, un dato, una cita, una anécdota) que está en determinado lugar. Las introducciones de los ensayos, si son ensayos corteses, suelen ser un buen resumen de lo que viene a continuación, de modo que sirven para hacerse una idea somera al que no quiere profundizar.
A veces, cuando se estudia filosofía no se pide a los alumnos que lean las obras completas de los filósofos, sino ciertos capítulos o fragmentos (recuerdo aquellas fotocopias) donde se encuentra lo relevante: nada tiene de malo leer la Crítica la Razón Pura íntegra, pero la vida es breve y también hay que salir a beber. Hay quien es librocachista por placer: se sienta un domingo en su sillón de orejas y se pasa la tarde navegando por diferentes volúmenes, un poco de una novela, un diálogo de Platón, unos versos de Cadenas, un vídeo de YouTube.
Es verdad, se dijo en Twitter, que esta actitud es más común en los profesionales referidos y que es más propia de algunos géneros como el ensayo, el manual, el artículo o la poesía; en efecto, leer novelas a cachos no es tan habitual, aunque mi difunta madre se pasaba las tardesnoches viendo películas fragmentariamente en sus 40 canales de televisión y lo disfrutaba como una enana.
Los libroenteristas, que en Twitter a veces se mostraron molestos y me llamaron vago, aunque yo ni siquiera había defendido explícitamente el librocachismo, aducían que leer fragmentariamente no era leer, y muchos lo achacaban a la impostura del que quiere decir que lee sin leer (véase Cómo hablar de los libros que no se han leído, Anagrama, de Pierre Bayard), o a los apresurados ritmos contemporáneos y la falta de atención que nos anula. Yo más bien había imaginado lo contrario: no vanidosos apresurados, si no eruditos que trillan de muchas fuentes. Me había imaginado a Jorge Luis Borges picoteando por dentro de su enciclopedia Britannica, que era una de sus lecturas favoritas, o por la Biblioteca Nacional de la República Argentina, ya ciego, cuando la dirigió.
El sabio librero y poeta Marçal Font me habló en Facebook de la lectura transversal, que no hay que confundir con la diagonal: quiere decir que uno lee siguiendo su propio tema e interés atravesando los diferentes libros, de un capítulo de uno a un capítulo de otro. Es decir: la soberanía la tiene el lector con su deseo de saber, y no el autor con su deseo de exponer su tema, a su albedrío, hasta el final de las páginas. El autor ha muerto, también en este sentido, para el librocachista. Algunos académicos con los que tuve intercambios en esos días también se me declararon librocachistas, como los filósofos Fernando Castro Flores o Fernando Broncano, o el crítico y poeta José Luis García Martín (sobre todo en lo referente a la poesía), y reivindicaron la deriva libresca de libro en libro, ad libitum.
Me dijo la sagaz Liliana Peligro que probablemente cuando escribí leer “mucho” debí especificar que mucho es mucho, es decir, alguien que maneja decenas de libros al mes (aunque no se los lea enteros, claro): tal vez algunos libroenteristas pensaron que me refería a leer un par de novelas mensuales, que ya está muy bien. El problema de fondo entre librocachismo y libroenterismo creo que es ese: el librocachismo siempre será reivindicado por aquellos que por su trabajo o condición de lector patológico se ven expuestos a gran cantidad de lecturas todo el tiempo, y a sacar algo de ellas además del placer. El libroenterismo es el formato propicio al lector disfrutón, al lector por amor al arte, al gamer de la literatura, supongo que la mayoría, que accede mayormente a novelas con el único ánimo del deleite, aunque ese deleite llegue solo a veces.
Sobre la firma
Sergio C. Fanjul es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados (Pertinaz freelance, La vida instantánea, La ciudad infinita). Es profesor de escritura, guionista de tele, radiofonista y performer poético. Desde 2009 firma columnas, reportajes, crónicas y entrevistas en EL PAÍS y otros medios.