Cuando era estudiante de Ciencias Físicas, hace no tantos años, eso de la fusión nuclear era casi ciencia ficción. No era una investigación que se diera por inútil, porque se dedicaban amplios recursos a ella, y yo mismo conocía gente enrolada en esa gesta científica, pero parecía que la cosa iba para largo, si es que alguna vez se lograba. A mí me daba la impresión de que era una de las ramas de la investigación más idealista, que los que se dedicaban a ella eran como Lord Byron yéndose a la guerra griega contra el Imperio Otomano, pero sin el turbante. Un chiste decía: “La fusión nuclear es esa tecnología que siempre está a tan solo a 30 años”.
Hete aquí que hace unos días los principales periódicos (con buen ojo para destacar una noticia científico-técnica cuya importancia muchos no entenderían) abrían sus ediciones contando que la fusión nuclear va a ser posible. O, al menos, que es posible que sea posible. Dentro de algún tiempo. Quizás mucho. Si al final sale… Bueno, que algo se ha conseguido. Se ha conseguido fusionar dos átomos en la Tierra, de la misma manera que se fusionan en el núcleo del Sol, con una producción neta, aunque diminuta, de energía. Es un comienzo. ¿Por qué es importante esta noticia?
Porque la fusión puede convertirse en una fuente de energía inagotable, barata y bastante limpia. ¿Y por qué es importante esta noticia? Porque cambiaría el mundo, se entiende que para bien: solucionaría las crisis energética y medioambiental, cambiaría el mapa geopolítico, facilitaría nuestra vida cotidiana… Imagino un mundo futuro en el que la energía sea tan barata que, no solo se acabe la pobreza energética, como es deseable, sino que todo el mundo tenga todo el rato puesto el aire acondicionado, aunque no haga calor (total, es tan barato), y todas las luces de la casa encendidas, haciendo imposibles las películas de terror y las broncas de los padres a los hijos por despilfarrar kilovatios/hora. Una especie de felices años 20 energéticos, con muchas lavadoras y mucho charlestón.
En fin, es que la historia de la Humanidad también es la historia de cómo se obtiene y manipula la energía, desde la tracción animal a la energía nuclear, pasando por la máquina de vapor y la corriente eléctrica (véase Energía y civilización, de Vaclav Smil, publicado por Arpa). La historia de la Humanidad también tiene un carácter termodinámico, y el hecho de conseguir la energía de fusión supondría un nuevo hito civilizatorio.
Pero, ojo, no respiremos aliviados todavía (“que nadie deje de tirar comida a obras icónicas de la Historia del Arte”, diría alguno) porque la fe en la fusión tiene su amenaza: que aparezca una panacea energética en el horizonte puede dar argumentos a los llamados “retardistas” para ralentizar la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, cuando la fusión nuclear se consiga, si se consigue, puede ser ya demasiado tarde para solventar la crisis medioambiental.
Según la Escala de Kardashov, que mide la evolución tecnológica, una civilización de Tipo I es la que aprovecha toda la energía de su planeta. Alcanzar la fusión sería fundamental para que la humana llegara a ser una civilización de Tipo I (junto con el aprovechamiento de todas las energías renovables e incluso la de las colisiones materia-antimateria), para luego llegar a ser de Tipo II (controlando toda la energía del Sol) y de Tipo III (aprovechando toda la energía de… ¡la galaxia!). Dicen, sin embargo, que el paso de una civilización Tipo O, como la nuestra, a Tipo I, conlleva un gran riesgo de autodestrucción, pero eso ya lo estamos viendo ahora mismo.
En el terreno económico se da otra cuestión reseñable: la mayor parte de la inversión para el desarrollo de la energía de fusión es pública (de hecho, para acelerar las cosas hace falta mayor inversión privada), lo que incide en el relato que hace la economista Mariana Mazzucato y su idea del “estado emprendedor”: no es cierto que el sector tecnológico haya avanzado solamente de la mano de audaces inversores privados, sino que la inversión estatal (en concreto, estadounidense) ha sido fundamental en el desarrollo de Internet, la industria de Silicon Valley y, en este caso, de la energía de fusión.
En el terreno íntimo, la fusión representa una incertidumbre vital: no sabemos el tiempo que se tardará en desarrollar una energía de fusión comercializable, los científicos dicen que depende del interés y la inversión, y eso hace que pueda ser en una década o en varias. Yo paso levemente de los 40 años, de modo que puede que aquel estudiante de Ciencias Físicas, algo escéptico respeto a la fusión, no llegue a presenciar algo que le apetece mucho. Es de las primeras veces que me ocurre esto, aunque supongo que cada vez, según pasen los años, seré consciente de más cosas que no llegaré a ver. Toco madera en este caso.
Sobre la firma
Sergio C. Fanjul es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados (Pertinaz freelance, La vida instantánea, La ciudad infinita). Es profesor de escritura, guionista de tele, radiofonista y performer poético. Desde 2009 firma columnas, reportajes, crónicas y entrevistas en EL PAÍS y otros medios.