Amadeo Lladós se metía cinco rayas de cocaína y estaba de fiesta toda la noche. Ahora no. Ahora se levanta a las cinco de la mañana y donde se mete es en el gimnasio. “¡Victoria!”. Madrugar y cuidarse, dice Lladós, son el secreto de su éxito: era un tirao y ahora dice tener una mansión de 20 millones en “una de las mejores islas de Miami”, una colección de “Lambos” (deportivos Lamborghini) y otra de Rolex. Pasta gansa. Tiene unos pectorales de ensueño, luce tatuado como un armadillo y presume de vivir rodeado de tías buenas. El pelo, rubio pollito; la mirada, clara y algo inexpresiva. Parece que está viendo todo el rato algo que no comprende. Sus grandes enemigos: los pusilánimes con “panza” y “novias gordas”. No son competencia, dice. Tú puedes ser millonario.
Lladós es un fenómeno en redes sociales. Siempre que se lo enseño a un amigo piensa que es una parodia. Eso no puede ser real. La ideología que difunde Lladós, sin embargo, es la que se difunde por doquier (es decir, internet) por los gurús del pensamiento positivo, la cultura del esfuerzo, la meritocracia y otras estafas intelectuales. Se adoctrina a la sociedad, sobre todo a los más jóvenes, en el cuento de hadas de que todo depende del propio esfuerzo: uno puede romper sus límites y alcanzar la gloria. Haz como yo, ven a petarlo.
Mucha gente se lo cree, pese a la evidencia diaria en sentido contrario. Pero Lladós “decidió convertirse en ganador”. Lo consiguió en tres años, de cobrar 600 pavos como lavaplatos a tener millones. Dicen por ahí que es todo falso, que sus fotos son siempre las mismas, que todo es un decorado, un smoking de alquiler, un montaje. A mí si me dicen que es un cómico creando un personaje, me lo creo. Lo malo es que luego los chavales se lo toman en serio.
En fin, que Lladós es como estos, los del cuento de que la vida es una jungla y hay que pelear, pero diferente. Con su acento americano impostado, su “fuck” en la boca todo el rato, el nuevo líder espiritual conquista al personal no creyente con esa inocencia que tienen los que no alcanzan a verse desde fuera. En su locura, resulta simpático. Dice cosas clasistas y repugnantes, pero engancha: quizás estemos obnubilados por el brillo de su dentadura blanqueada. O con momentos como cuando cuenta que nunca come atún, solo pollo, porque el atún le recuerda a cuando era pobre. Odia a los mileuristas.
Lladós muestra en su Instagram su mansión hortera, como imaginamos la del Tío Gilito, neoclásica y excesiva, y muestra sus Lambos, y muestra el embarcadero entre palmeras en la puerta de atrás, y muestra a su pareja, como si fuera otra de sus posesiones. Luego va al restaurante y mira a un lado y ve panza, y mira al otro y ve panza, “fuck”, y a veces dice cosas ingeniosas: “¿Cómo va a ser competencia esta gente si no saben ni controlar lo que se meten en la boca?”.
Lladós, bro, ahora odia el alcohol y ama los burpees. Odia la noche y ama el dinero, pero luego dice que el dinero no es lo que da la felicidad, que no importan los Lambos, ni los Rolex, que de eso se puede comprar mucho, que eso es lo de menos, que lo que importa es el desarrollo personal y leer muchos libros (de coaching). ¿Pero en qué quedamos?
Amadeo Lladós. Fue una vez motorista. Le pasaron, dice, todas las cosas malas de la vida, la pobreza, la droga, un accidente, cosas de esas que sirven como prueba de fuego para luego cumplir el sueño americano. Está en el Bonus Round de la existencia terrena, y quiere dar su mejor desempeño. “Yo aquí con mi steak, con mi agua y con mis proteínas, y los demás tomando copas a mediodía: panzas”. Amadeo Lladós con su desprejuiciada forma de ver la vida. No tengo todavía claro de dónde saca la pasta, con no sé qué cursos y cosas, pero sé que es el modelo del hombre del siglo XXI.
Puedes aprender todo de él en su MasterClass gratuita.
Sobre la firma
Sergio C. Fanjul es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados (Pertinaz freelance, La vida instantánea, La ciudad infinita). Es profesor de escritura, guionista de tele, radiofonista y performer poético. Desde 2009 firma columnas, reportajes, crónicas y entrevistas en EL PAÍS y otros medios.