El miedo es contagioso, el coraje también. Por eso lo que ocurrió estos días en las calles de Buenos Aires no es nada que pueda sorprender. Promover la violencia desde la vida digital lleva, invariablemente, a que se reproduzca en la vida real, a que se legitime, a que se naturalice, a que sea parte de la cotidianeidad. Y eso está pasando. De todos lados, en todas partes, a toda hora y en todo lugar. Porque en las calles estaban los jubilados pidiendo dignidad, pero también muchas hinchadas del fútbol argentino que decidieron apoyar la protesta. Según el gobierno había también integrantes de distintas barrabravas con el objetivo de fomentar los disturbios. Y del otro lado una policía con carta blanca para avanzar sobre quien toque. Y adentro del Congreso violencia concreta entre quienes supuestamente deben usar la palabra, el diálogo, la retórica, el arte de la política, al fin y al cabo, para llegar a acuerdos. Pero eso parece pasado de moda. Demasiado soft para este mundo hardcore, cada día más. ¿Qué imaginarios estamos legitimando desde el discurso violento en redes y qué consecuencias tendrá en la vida real? Lo que Milei viene generando parece solo un aperitivo cuando vemos puestas en escena como la del apretón a Zelensky en el Despacho Oval por dos matones de colegio. Lo horroroso no es la humillación en directo retransmitida al mundo, sino que ese apriete negociador surtió efecto días más tarde. Eso, entonces, significa que violentar está bien y que lo hagan públicamente los políticos, también. No es ya una negociación privada: es un espectáculo abierto en el que somos todos testigos de cómo se hace para que el otro se arrodille ante tu poder. Pero regresemos al punto de partida: Argentina y lo que está sucediendo como ejemplo de lo que puede llegar a suceder en otros lugares en lo que a legitimación de la violencia se refiere.
Vayamos por partes. Primero, la calle. No es la primera marcha de los jubilados para pedir mejoras en pensiones raquíticas que no llegaban para nada hace tiempo pero que cada vez rinden menos porque la vida en la Argentina hoy es una de las más caras de Latinoamérica e incluso, a veces, supera a España. Un café en Buenos Aires ronda ya los 4 euros al cambio. Una barbaridad si tenemos en cuenta que el sueldo mínimo en ese país es de menos de 500 euros. ¿Y las jubilaciones? Salvo algunas excepciones, la mayoría son tan penosas que no alcanzan ni para los medicamentos necesarios. Si no, ¿por qué alguien con la vejez a cuestas se arriesgaría a que una tropa de antidisturbios cargasen contra sus huesos quebradizos? Nadie en su sano juicio. Pero es evidente que algo más pasó. No eran solo los jubilados quienes estaban en las calles estos días, eran también los hinchas argentinos, algunos sindicatos y varios jóvenes apoyando las protestas de sus mayores. Ya lo hizo Maradona en su momento, cómo no lo iban a hacer ahora: si algo tiene Argentina metida a fuego es la solidaridad callejera. Y eso es lindo a veces, pero también complejo de gestionar a nivel de seguridad pública. Patricia Bullrich, actual ministra de Seguridad con un currículum enorme a nivel de violencia -empezó como montonera, de hecho-, lo sabe y muy bien. Así que era muy consciente de que se enfrentaba a la calle unida y embravecida porque el desgaste del presidente Milei se va acusando. El escándalo Libra fue un detonante, como ya expliqué en uno de mis artículos. Y ahora el pueblo, sospechando de nuevo que la corrupción ataca incluso a través de quien convenció diciendo que él era otra cosa y que venía con las mejores intenciones, se revuelve. Al menos un rato algunos soñaron con un salvador honrado. Pero hay fallo de nuevo. Toca gestionar la desilusión: por eso primero hay que legitimar la violencia. Ese trabajo ya se venía haciendo.
En el Congreso la bravura también estalló. Era una sesión caliente donde por momentos se replicaba la tensión de la calle. Y cuando se estaba mocionando la derogación de las facultades delegadas por el Congreso a Milei, el caos empezó a reinar entre los presentes. Imágenes que recuerdan al parlamento italiano -no en vano gran parte de la Argentina actual desciende directamente de ahí- en las que hay golpes, gritos y hasta tirada de agua en la cara. La antes maquilladora, cosplayer e influencer Lilia Lemoine, una de las principales espadas mediáticas de Milei, parte también de sus shows con el Gordo Dan en la calle Corrientes, y diputada, aunque todo esto parezca inverosímil, pedía que sus compañeras de partido se levantaran de sus asientos y no dieran quórum para que se cayera la sesión. La diputada Pagano, también libertaria le gritaba ‘fuck you’, y remataba llamándole ‘forra’. Otra diputada más, Bonacci, también libertaria, terminó tirándole un vaso de agua a la cara a Lemoine. ¿Qué está pasando con la política? Se queda sin argumentos y la violencia avanza.
Lo que sucede en los espacios de representación se refleja en lo que ocurre en la calle: el pueblo elige a sus representados y legitima, en ese acto, qué tipo de político desea. Evidentemente no buscaban a un estafador, aunque parece que así ha sido, pero sí diríamos que buscaban a un violento. ¿Por qué? Porque la frustración era mucha y la desesperación muy grande. Argentina ha sido en muchas etapas de la historia una adelantada a su tiempo: en literatura, sin duda, ha estado a la vanguardia durante gran parte del siglo XX y lo que llevamos de XXI. La literatura funciona también como un espejo social, pero con un extra muy interesante: a través de ella podemos imaginar mundos posibles, jugar con posibilidades, explorar los límites sin, en principio, hacer daño real a nadie. Tal vez le damos demasiada poca importancia a esta herramienta tan útil.
Lo ha venido haciendo hace tiempo la escritora Mariana Enríquez, con un terror que era en realidad una advertencia política: los límites de los extremos, de la pobreza, del desahucio y la falta de futuro. La muchacha punk que escribió Los peligros de fumar en la cama o Las cosas que perdimos en el fuego, nos llevaba de la mano por relatos horripilantes, no tanto por su capacidad de generar sensaciones de ese tipo, que también, sino porque su palanca narrativa estaba anclada en la sombra de la propia sociedad argentina. El arquetipo de la sombra no corresponde a una maldad clara y evidente, al revés, tiene más que ver con el miedo interno que llevamos dentro, aquello que tememos con más rigor porque, en el fondo, somos muy conscientes de que puede jugarnos una mala pasada en cualquier momento. El monstruo es más monstruo cuando es interno, cuando nace de nuestro propio ser.
Milei es el monstruo de un país con una potencia brutal en todos los ámbitos que se puedan ocurrir: das una patada y salen miles de talentos. Pero también se marchan. Argentina lo podría todo y, sin embargo, no puede. Su caos interno impide que las políticas públicas avancen hacia un lugar de consenso y crecimiento con una moneda que apenas puede levantar cabeza venga quien venga a enmendarla. Por eso la ilusión crypto, que es una vuelta más de la ficción, de la economía financiera donde el dinero real no existe como tal, sino que es un consenso imaginario, una ficción, encaja tan bien con los nuevos arquetipos que trata de instalar el nuevo relato de La libertad avanza, el partido bajo el que hace su controvertido camino político Milei. En su comunicación vía IA es representado por un león, como una fiera que viene a liberar a los argentinos de un Estado opresor en un sentido impositivo. Su libertad consiste en dejar que cada cual se salve solo, que la jungla sea real. Pero los muertos asoman. Ahora mismo ya hay un fotoperiodista, Pablo Grillo, luchando por su vida tras los últimos enfrentamientos en la calle el pasado 12 de marzo.