Peter Thiel, el Cardenal Richelieu del tecno-feudalismo

Inmigrante alemán y outsider perpetuo, maestro de ajedrez, licenciado en filosofía y derecho en Stanford, aprendió a explotar el sistema desde dentro. Desencantado del mundo de los bufetes – «escapé de Alcatraz», dijo al renunciar-, se abrió camino de poder e influencia financiera en Silicon Valley como el Don de la «PayPal Mafia», el grupo formado alrededor del famoso medio de pago. Inversor temprano y consejero en Facebook durante 17 años, y fundador de Palantir, el ojo de Sauron del siglo XXI, se le calcula una fortuna de más de seis mil millones de dólares.

Como el Cardenal Richelieu, el famoso ministro en las sombras del absolutismo, Peter Thiel teje los hilos del tecno-feudalismo. Ambos entienden que el verdadero poder no está en ocupar el trono, sino en diseñar el sistema.

Inmigrante alemán y outsider perpetuo, maestro de ajedrez, licenciado en filosofía y derecho en Stanford, aprendió a explotar el sistema desde dentro. Desencantado del mundo de los bufetes – «escapé de Alcatraz», dijo al renunciar-, se abrió camino de poder e influencia financiera en Silicon Valley como el Don de la «PayPal Mafia», el grupo formado alrededor del famoso medio de pago. Inversor temprano y consejero en Facebook durante 17 años, y fundador de Palantir, el ojo de Sauron del siglo XXI, se le calcula una fortuna de más de seis mil millones de dólares.

Pero sobre todo, Thiel es quien nos mira desde la atalaya, filósofo oscuro del nuevo orden que las nuevas élites nos tienen reservado.

Y en este nuevo Olimpo, él es la conciencia oscura, la que susurra en los oídos ávidos de los billonarios que el futuro les pertenece, solo a ellos. Que la competencia destruye, el monopolio crea; que la democracia nivela, la jerarquía eleva; que el progreso es una ilusión, el poder es eterno. Que la humanidad no debe ser una barrera para su progreso.

Su visión del mundo se alimenta del pesimismo antropológico. Ve la historia humana como un ciclo interminable de violencia mimética, una violencia acelerada por la democracia y su falsa promesa de igualdad, por esa tendencia de las masas a volverse contra los creadores de riqueza: «Ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles», escribió.

Para Thiel, lo que llamamos progreso tecnológico es, sobre todo, distracción. Mientras nos hipnotizamos con gadgets, abandonamos la verdadera transformación: la conquista espacial, la energía nuclear, la vida eterna.

Ante este doble fracaso de la democracia y la distracción, su solución es apocalíptica y mesiánica: solo una nueva aristocracia tecnológica puede salvarnos. No es casualidad que financie a Curtis Yarvin, el profeta neo-reaccionario que sueña con CEOs-monarcas gobernando ciudades-estado corporativas. Thiel no busca una aceleración democrática del cambio, sino el surgimiento de monopolios benevolentes donde reyes-filósofos digitales gobiernen feudos corporativos ya sea en el mar o en Marte.

Para Thiel, cristiano heterodoxo, esta salvación tiene dimensiones teológicas. La tecnología es un vehículo de redención inversa. En su evangelio gnóstico el monopolio deviene tecnología, no es Dios quien muere por los hombres, sino los hombres quienes viven (y mueren) para que los dioses tecnológicos alcancen la vida eterna.
Lo que Thiel propone no es una simple restructuración política, sino una teocracia vampírica donde la sangre digital de las masas – sus datos, su trabajo, su mortalidad misma – alimenta la inmortalidad de los nuevos dioses.

En las novelas de Tolkien Saruman, mientras usa un palantir para espiar a los pueblos de Tierra Media, es esclavizado y corrompido por Sauron. Quizás, cuando Thiel llama Palantir a su empresa de vigilancia algorítmica, estamos siendo testigos de una perversa declaración de intenciones. Él sabe que es Saruman, el mago que traiciona su misión original seducido por el poder de la vigilancia total. No una caída, si no el sacrificio necesario para la ascensión del nuevo orden feudal.

Todo esto podría quedarse en el reino de la fantasía, en otra excentricidad más de un billonario, como las ciudades flotantes y los sueños de inmortalidad.

Pero el nuevo Richelieu ya encontró a su Luis XIII.

J.D. Vance, actual Vicepresidente de los Estados Unidos, no es solo un protegido de Thiel – es su creación. Thiel lo contrató en 2017 para trabajar en su firma de inversión global, y luego donó $15 millones a su campaña al Senado en 2022. Vance, quien también creció leyendo a Tolkien, comparte con su mentor esa visión apocalíptica donde la batalla final entre el bien y el mal justifica cualquier medio.

Ya no juega. Con Vance a un latido del corazón de la presidencia, el tablero de ajedrez de Thiel se ha vuelto real. El Cardenal tiene a su rey. Las piedras videntes están incrustadas ya en el corazón del sistema. Y el feudalismo digital es ahora política de Estado.

Bienvenidos, queridos hobbits, queridos súbditos, a una gran aventura sin final feliz garantizado.

Más Información