Microsoft, ¿el amigo americano pese a Trump?

Microsoft parece estar hecha a prueba de Trump: sus últimos resultados han impulsado una revalorización bursátil del 9% y sumando. De los gigantes tecnológicos, es el que menos está sufriendo con la nueva oleada de aranceles. Pero algo inquieta al gigante de Redmond, que observa Bruselas con creciente desasosiego.

El 30 de abril, Microsoft presentó sus resultados trimestrales. Fueron los primeros desde el inicio de la nueva era Trump. Los ingresos de los servicios cloud superaron las expectativas. Gracias a la rápida adopción de la inteligencia artificial, la unidad de Azure consiguió unos ingresos récord.

El mercado respondió con entusiasmo y disparó la capitalización bursátil de la empresa un 9% en un solo día. Quedó a tiro de piedra de superar a Apple como la compañía más valorada del mundo. La sonrisa de Satya Nadella lo decía todo. Era la única de las denominadas “Siete magníficas” en entrar en terreno positivo, y lo estaba haciendo a lo grande. El resto de los gigantes tecnológicos siguen atrapados en su pesadilla arancelaria.

Mientras en Redmond descorchaban el champán, al otro lado del charco, en Bruselas, el presidente y hombre fuerte de la compañía, Brad Smith, subía a un escenario. Estaba en una misión, y tenía algo importante que decir: Microsoft quiere que Europa sepa que puede confiar en ella. Con una postura calmada pero decidida, Smith trató de distanciarse del tono más beligerante que están adoptando otras tecnológicas, en especial Meta, que vienen amenazando con dejar de prestar servicios en el continente debido a su asfixiante regulación.

Hoy la relación trasatlántica no es la misma. Recientemente, Elon Musk había declarado que no tenía intención de suspender su servicio de comunicación por satélites prestado a Ucrania. Pero insinuó que podría hacerlo. Una amenaza velada, como medida de presión. En Europa saltaron las alarmas. El amigo americano ya no parecía fiable. ¿Responderían también las grandes tecnológicas a los intereses políticos de Trump?

Ahí estaba Smith, presentando medidas para garantizar su independencia del gobierno estadounidense, llegando incluso a declarar que, si fuera necesario, lo desobedecería y llevaría el caso a los tribunales.

Sin embargo, algo en su discurso dejó un regusto extraño. Aseguró que era “altamente improbable” que Washington le pidiera cortar sus servicios en Europa, pero el simple hecho de proponer blindajes ante una intervención hipotética convertía un riesgo remoto en una posibilidad real.

Al nombrarlo, lo impensable pasaba a ser factible. Y eso en un contexto de creciente desconfianza, genera desasosiego. Para los europeos, alcanzar la soberanía tecnológica no es solo una aspiración, sino una estrategia clara, con calendario, cifras y prioridades definidas. La Unión Europea ha anunciado que planea triplicar su capacidad de centros de datos en los próximos siete años. Para ello movilizará hasta 20.000 millones de euros. Su objetivo: construir “un continente de IA”. El mensaje es claro. Los datos europeos deben residir en Europa. Y eso incluye la capacidad de procesarlos localmente conforme a normativas como el RGPD.

Sin embargo, por mucho que Microsoft afirme su compromiso con la soberanía de datos europea, leyes como el Patriot Act o el Cloud Act siguen vigentes. En teoría, el gobierno estadounidense podría seguir exigiendo acceso a datos gestionados por empresas norteamericanas, incluso si están alojados en servidores europeos.

Ahora, en una vuelta de tuerca, Microsoft ha prometido resistirse a cualquier orden que contradiga la legislación europea. Pero, ¿es eso suficiente?

Seguramente no.

Por eso su propuesta viene acompañada de acciones adicionales. Ha anunciado que aumentará en un 40% su capacidad de centros de datos en la región en los próximos dos años, con operaciones en 16 países. También ha comenzado a tejer alianzas con socios locales, como Bleu en Francia o Delos Cloud en Alemania, para ofrecer servicios cloud soberana. Además, ha lanzado el proyecto EU Data Boundary, que garantiza que los datos de clientes europeos se mantendrán y procesarán dentro de Europa.

Su apuesta por reforzar su presencia en Europa y asociarse con actores locales sugiere un compromiso que va más allá de las palabras. También es un recordatorio de que, en este tablero global, los gigantes tecnológicos deben escoger cuidadosamente dónde se sientan y con quién se alinean.

Microsoft, que en abril cumplió 50 años, ha desarrollado un notable instinto de supervivencia. Ha sabido cambiar. No siempre por convicción. A menudo por necesidad. Se opuso al código abierto y acabó comprando GitHub. Ignoró la nube hasta que la abrazó con fuerzo y ya no miró hacia atrás. Durante años la prioridad era ser el primero, incluso a costa de la seguridad. Ahora la incorpora desde el diseño. No ha llegado hasta aquí por ser la más rápida, sino porque cuándo hay que cambiar, aunque sea incómodo, lo hace.

Las políticas de Trump vuelven a poner a prueba esa habilidad para adaptarse. La globalización, tal y como la conocemos, se está resquebrajando. Microsoft puede adaptarse a diferentes regulaciones, aranceles y políticas económicas. Pero hay algo a lo que no puede sobrevivir: la desconfianza. 

Por eso el mensaje que traía Brad Smith, maestro en el arte de la diplomacia y la estrategia, era tan importante: Europa quizá desconfíe del gobierno americano, pero en Microsoft todavía puede confiar.