Algunas tecnologías han cambiado radicalmente nuestra comprensión del entorno. Así como el microscopio nos permitió descubrir un mundo invisible a simple vista, ahora estamos ante una revolución similar, pero con el oído. Solo que, en lugar de observar lo que no vemos, estamos empezando a escuchar lo que antes no oíamos.
Gracias a sensores diminutos con micrófonos digitales incrustados, podemos captar cualquier sonido de la naturaleza. Estos dispositivos, diseñados para resistir condiciones extremas, nos permiten acceder a rincones antes inexplorados y registrar nuevos sonidos, ya sea en las profundidades de una selva, en el silencio de un desierto o en el fondo del océano.
En 2021, un artículo de El País titulado “Un laboratorio para escuchar el planeta” destacaba un proyecto de la Universidad Politécnica de Barcelona dirigido a crear la mayor base de datos acústica del mundo, recopilando sonidos de la naturaleza y el impacto humano en ella. Los investigadores buscaban un doble objetivo: registrar y analizar sonidos para comprender mejor los ecosistemas y alertar sobre la contaminación acústica. Hoy en día, el proyecto continúa a través de la fundación The Sense of Silence, donde siguen explorando y preservando el entorno natural.
Los animales emiten sonidos a frecuencias que son imperceptibles para los humanos. Sin embargo, ahora podemos escuchar a aves, ballenas e incluso insectos, utilizando una tecnología que está al alcance de cualquiera. Existe un extenso catálogo de dispositivos open source que han reducido significativamente las barreras económicas. Esto abre la puerta a que investigadores de todo el mundo realicen sus propios proyectos para adquirir un mayor conocimiento sobre las distintas especies.
Asimismo, la conectividad satelital global complementa estas capacidades, permitiendo monitorizar cualquier rincón del planeta. Generando cantidades masivas de datos en tiempo real que podemos procesar con analítica de datos avanzada. Por ejemplo, investigadores de la Universidad de Massachusetts Amherst son capaces de identificar especies de insectos por los sonidos que emiten, lo que facilita un seguimiento preciso de sus poblaciones y permite anticipar plagas con mayor eficacia y a menor coste que los métodos tradicionales.
Una vez que hemos aprendido a escuchar, nos enfrentamos a un nuevo desafío: discernir entre los múltiples sonidos que captamos. En un océano lleno de vida todos los ruidos se entremezclan. Este fenómeno, conocido como el “efecto fiesta de cóctel”, se está resolviendo gracias al uso de algoritmos de aprendizaje profundo, que permiten aislar las señales del ruido ambiental. Y con esta capacidad, ahora tenemos acceso a las “conversaciones” que mantienen los animales. Por ejemplo, podemos escuchar a una ballena dirigirse a su ballenato. Y aquí surge una pregunta fascinante: ¿podremos, algún día, comunicarnos con ellos?
No es descabellado pensar en construir un “traductor” capaz de entender el lenguaje de cualquier ser vivo, algo que, en el caso de algunos animales, se ha intentado hacer desde hace décadas. Ya hemos descubierto que los elefantes o las ballenas, utilizan nombres propios; que los delfines pueden comunicar ideas innovadoras; y que los orangutanes incluso relatan experiencias pasadas, lo que demuestra un elevado nivel de complejidad en sus comunicaciones.
La IA generativa ha dado un impulso extraordinario a estas investigaciones. Esta tecnología, originalmente pensada para realizar traducciones de un idioma a otro, nos revela un hallazgo sorprendente que podemos utilizar a nuestro favor. No importa si hablamos inglés, finlandés o chino: todos los idiomas mantienen una estructura subyacente compartida. Las palabras se organizan en un mapa de relaciones (por ejemplo, las afines están más cerca), moldeado por la forma en la que experimentamos el mundo que nos rodea. Esto sugiere que la IA puede desentrañar patrones de comunicación en los animales, tal como lo hace con los idiomas humanos, o al menos eso es lo que piensan desde Earth Species Project (ESP).
Este descubrimiento podría ser la clave para empezar a comunicarnos con otras especies. El lenguaje de los delfines, por ejemplo, sigue patrones que la IA ya está identificando. Aunque aún no tengamos un “diccionario” completo, hemos dado el primer paso para «conversar» con ellos, incluso antes de comprender plenamente el significado de los mensajes que enviamos y recibimos. Parece extraño, pero es un paso necesario. A partir de estas primeras interacciones, podremos experimentar: enviar mensajes y observar cómo reaccionan los animales. Esto convierte cada interacción en una oportunidad para aprender algo nuevo.
Por supuesto, la tarea no es sencilla. La comunicación no se limita solo a los sonidos. Gestos, comportamientos y otras formas de expresión también juegan un papel relevante. Es necesario descifrar no solo los sonidos, sino todo el espectro de comunicación que utilizan los animales. La complejidad es enorme, pero nuevos modelos multimodales lo hacen posible.
Una curiosidad es que el creciente interés por comunicarnos con otras especies ha llevado al desarrollo de una prueba, similar al test de Turing, para determinar en qué momento podemos afirmar que se está produciendo una conversación real con los animales. A esta prueba la han denominado “Dolitte”, en homenaje a la película del doctor que podía hablar con ellos.
Estamos presenciando el nacimiento de una nueva disciplina basada en la bioacústica, que promete desplazar la frontera de nuestro conocimiento sobre el reino animal. Con estas tecnologías, no solo podremos realizar un seguimiento y control más preciso de las especies a nivel global, sino también entender mejor sus comportamientos. Si logramos “conversar” con ellas, podríamos desarrollar una mayor empatía hacia otras formas de vida. Algo fundamental para librar la lucha contra la extinción acelerada de especies que enfrentamos hoy. La próxima COP 16 no debe limitarse a dar la voz de alarma: es el momento de implementar soluciones concretas. Desentrañar el lenguaje de la naturaleza presenta enormes desafíos éticos y científicos, pero también nos equipa con nuevas herramientas para actuar con inteligencia. Ahora solo falta hacerlo también con determinación.