El 5 de marzo, Radosław Sikorski, ministro de Exteriores de Polonia, alzaba la voz en X. No fue una declaración diplomática cuidadosamente medida, sino una respuesta directa y contundente a Elon Musk. El empresario acababa de insinuar la posibilidad de suspender el servicio de comunicaciones satelitales a Ucrania. Según él, la guerra se estaba prolongando innecesariamente: “Lo que me asquea son años de matanzas […] Cualquiera que realmente se preocupe, piense y entienda quiere que la picadora de carne se detenga”.
El mensaje no tardó en recibir una réplica. Sikorski recordó que Polonia pagaba 50 millones de dólares al año por el servicio satelital de Musk y lanzó una advertencia: “Dejando a un lado la ética de amenazar a una víctima, si SpaceX demuestra ser un socio poco fiable, buscaríamos otros proveedores”. La respuesta de Musk llegó con un tono tosco e inapropiado: 2Que te quede claro, pequeño hombre. Solo pagas una fracción de su coste y Starlink no tiene sustituto”.
Este “rifirrafe”, además de mostrar lo fácil que es crear una crisis diplomática, oculta una realidad incómoda. Europa depende de Starlink para usos militares y, de momento, no tiene alternativa propia. Muchos gobiernos fuera de Estados Unidos recelan de esta dependencia de la compañía de Elon Musk por motivos de soberanía. La propia Unión Europea ha reconocido la necesidad de una autonomía estratégica en este ámbito. En el sector comercial, las redes terrestres y los cables submarinos cubren buena parte de la demanda, pero en un escenario de confrontación, serían un objetivo fácil para el sabotaje. La vulnerabilidad es evidente y el margen de maniobra, escaso.
Los acontecimientos han obligado a acelerar planes que ya estaban en marcha. En 2023, la Unión Europea lanzó el proyecto IRIS², una constelación de satélites destinada a competir con Starlink y Kuiper. Una infraestructura satelital que combinará los beneficios ofrecidos por los satélites en órbita baja (LEO), geostacionaria (GEO) y media órbita (MEO). Se trata de la mayor apuesta de la UE en el espacio en una década, tras Galileo y Copernicus. El presupuesto total asignado por la Comisión Europea asciende a 10.600 millones de euros para acelerar su despliegue. El objetivo es claro: garantizar la conectividad de alta velocidad para gobiernos y ciudadanos, reforzando la autonomía tecnológica de Europa.
El giro en la política exterior de Estados Unidos y la escalada de tensiones con Rusia han convertido lo que era un proyecto estratégico en una necesidad urgente. Bruselas reaccionó en diciembre de 2024 con una decisión contundente: aumentar la inversión en IRIS² y acelerar su desarrollo. El consorcio europeo SpaceRISE, cuenta con Hispasat (ahora parte de Indra), Eutelsat y SES, para ejecutar el proyecto. Además de estos tres socios principales, otras alianzas estratégicas incluyen a Thales Alenia Space, OHB, Airbus Defence and Space, Telespazio, Deutsche Telekom, Orange, Hisdesat y Thales SIX.
Francia juega un papel clave a través de Eutelsat, que lidera el segmento de órbita baja tras su reciente fusión con la británica OneWeb. Esta integración tenía un objetivo claro: competir con las redes satelitales de SpaceX (Starlink) y Amazon (Kuiper). Gracias a OneWeb, Eutelsat dispone de una constelación de aproximadamente 700 satélites, lo que le permite competir en algunos segmentos comerciales con sus rivales estadounidenses. El mercado ha respondido con entusiasmo: el valor en bolsa de Eutelsat ha llegado a multiplicarse por cuatro desde su fusión con OneWeb, reflejando la confianza en su capacidad para reducir la dependencia europea de Starlink.
Sin embargo, persisten dudas. Algunos analistas advierten que OneWeb sigue sin ser rentable y que su capacidad de competir con SpaceX es incierta. El modelo de negocio de Starlink se basa en un despliegue masivo (actualmente cuenta con más de 7.000 satélites en órbita y sumando) y en la reducción de costes gracias a los cohetes reutilizables de SpaceX, una ventaja difícil de igualar. Además, la estructura de propiedad de Eutelsat, con participación de los gobiernos francés y británico, añade complejidad a la toma de decisiones. Europa tampoco quiere depender de un solo actor y busca alternativas en cada país. Por ejemplo, Italia, a través de la empresa aeroespacial Leonardo, también planea lanzar una constelación de 40 satélites de órbita baja para uso militar y civil.
IRIS² no es solo un proyecto tecnológico, sino una declaración política. El problema es que esta red no estará completamente operativa hasta 2030. Hasta entonces, Europa seguirá dependiendo de infraestructuras de terceros, con todas las implicaciones estratégicas que eso conlleva.
Ser resiliente no va a ser ni inmediato ni barato, pero nada comparable con el coste depender de un inestable “amigo” americano.